viernes, 22 de abril de 2022


 

          Los descubrimientos geográficos de los navegantes, a fines del siglo XV, se plasmaron en una impresionante obra cartográfica que, cuando fue difundida a través de la imprenta, influyó directa-mente en el mejoramiento del arte de marear, de la técnica de navegar las estrellas y mediante el cálculo de latitudes y longitu-des, proyectar mapas sobre la base de sistemas de coordenadas.

          En sus inicios la cartografía referida al territorio americano estuvo signada por múltiples anomalías, originadas en principio por imperfecciones técnicas, pero también, por la abundancia de detalles fantasiosos, lugares míticos, animales fabulosos, cuestio-nes que se fueron solucionando paulatinamente, en tanto y en cuanto se difundían los avances científicos.

          En la propagación de los nuevos conocimientos fue funda-mental la labor de los cartógrafos e impresores neerlandeses, centro mercantil y financiero de Europa septentrional, que hacia fines del siglo XVI y XVII se convirtieron en el principal centro cartográfico del continente.

          En 1507, el nuevo continente fue denominado América por el editor alemán Martin Waldseemüller, nombre que fue ratificado y divulgado en las proyecciones de Gerard Mercator desde 1569; en 1570 se conoció la edición del primer atlas moderno de Abraham Ortelius; posteriormente las obras de eminentes cartógrafos, así como el grabado en madera y posteriormente en cobre, que redujeron los costos de confección y reproducción de mapas, originaron lo que se dio en llamar la edad de oro de la cartografía.



          El día 20 de setiembre de 1519, soltaron amarras en el puerto de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) las cinco naves (con unos 240 tripulantes) de la escuadra del marino portugués Fernão de Magalhães, al servicio del rey Carlos I de España, con la misión de encontrar un paso interoceánico hacia el recientemente descu-bierto “mar del Sur” (así llamado por Vasco Núñez de Balboa en 1513) a efectos de llegar por occidente hasta las Molucas, las islas de las especias (pimienta, canela, clavo de olor, jengibre, nuez moscada) y otros productos vegetales, artesanías y manufacturas, que se comercializaban en el archipiélago indonesio.

          El 31 marzo de 1520, navegando por las procelosas aguas del Atlántico sur, “donde los vientos soplan con furor y las tempes-tades son muy frecuentes”, Fernando de Magallanes ordenó echar anclas en una bahía que denominaron San Julián (en la actual provincia de Santa Cruz, Argentina) por haberla descubierto el día que el santoral católico conmemora a San Julián de Cesarea, donde decidió invernar y esperar una estación más favorable para continuar su navegación.

          A tal efecto, ordenó construir cabañas en la orilla marítima y que se recortasen las raciones alimenticias a fin de poder pasar el invierno, disposiciones que originaron un notorio malestar entre los capitanes y las tripulaciones.

          Los expedicionarios pasaron en ese puerto natural cinco meses, según escribió Pigafetta, durante los cuales Magallanes reprimió cruelmente el motín encabezado por tres capitanes rebeldes.

          El río Santa Cruz, puerto natural, debe su nombre a Juan Serrano, capitán de la Santiago que, al descubrirlo el 3 de mayo de 1520, tomó la decisión de denominarlo así en conmemoración a la fiesta religiosa que se correspondía con el santoral del día.

          Ese navío Santiago, destacado para reconocer la costa, naufragó entre los escollos; sin que se registraran víctimas, pero sí pérdida de efectos personales y vituallas.



          El 21 de octubre del año 1520, día que el santoral católico dedica a recordar el martirio de Santa Úrsula y sus compañeras, las once mil vírgenes (aunque parece ser que fueron algunas menos) los vigías avistaron lo que parecía ser una ancha y profunda bahía, sin embargo, enseguida que entraron en sus aguas, el almirante envió dos navíos, el San Antonio y la Concepción, para inquirir sobre la posible desembocadura de la misma, mientras las otras dos naves, el Trinidad y la Victoria aguardaron fondeados en la boca de entrada.

          Por la noche los azotó una fuerte turbonada, la borrasca duró treinta y seis horas, mientras tanto se vieron obligados a levar anclas, quedando a merced de las olas y el viento, hasta que lograron dar fondo al abrigo de una cercana bahía situada en la costa norte del estrecho (bahía Posesión).

          Al mismo tiempo, aquellos otros dos navíos, impelidos por el fuerte ventarrón y aun con el peligro de encallar o zozobrar, de un momento a otro en ese laberíntico atolladero de la naturaleza, debieron seguir adelante, pasando de una abertura a otra, canal tras canal, hasta que, en aguas de una bahía más grande que las precedentes, juzgaron conveniente retornar para informar debida-mente al capitán general.

          Pasados dos días, vieron una lejana humareda en tierra, conjeturando que era de los sobrevivientes de un posible naufra-gio producido por la fuerte tempestad antedicha, pero de pronto los vieron singlar a toda vela, con los pabellones desplegados, disparando las bombardas y con exclamaciones de júbilo avisaron que aquella angostura tenía continuidad y acaso desembocadura.

          Reunida otra vez la flota, partieron las naves siguiendo ese mismo rumbo; por las noches, mientras surcaban por el descono-cido estrecho, sobre la costa de babor, observaron muchas huma-redas que se prolongaban a lo largo del territorio.

          Según antiguas habladurías que vienen de aquellos tiempos remotos, tanto provocaron la atención de los mareantes que, así como al pasar, alguien la llamó “tierra de los humos”, pues parece evidente que en terrenos un tanto ondulados o acaso de costas escarpadas, desde la cubierta de los barcos, situados a buena distancia de la orilla – la primera angostura tiene un mínimo de 3.7 km de ancho – sólo serían evidentes las espiraladas, racheadas o nubosas columnas de humo. 























          Se ha interpretado que dichas hogueras eran imperiosas señales de alarma, ante la presencia de gente tan extraña y tan extraños armatostes, sobre todo, si se tiene en cuenta que los nativos selk’nam, mal llamados “onas”, no obstante ser habitantes contiguos al estrecho, también extendidos por todo el interior de la isla, no eran navegantes. 

          Casi trescientos años después, el día 20 de enero de 1833, cuenta Darwin que surcando el canal Beagle en tres botes ballene-ros y una yola, embarcación muy ligera movida a remo y vela, pasando frente a una costa poblada, donde “pocos de los naturales o ninguno, debían de haber visto en la vida a un hombre blanco; pues su asombro superó todo lo imaginable al aparecer los cuatro botes. Empezaron a brillar hogueras en una infinidad de puntos (de aquí el nombre de Tierra del Fuego) tanto para llamar la atención, como para difundir las nuevas por todas partes.” (1)

          El cabo Vírgenes es el punto extremo de lo que se consideraba la boca este del estrecho, sin embargo, la lengua de tierra más austral es Punta Dungeness, a pocos kilómetros de distancia.

          Por el Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile de 1984 se la reconoce, junto con el cabo Espíritu Santo, al sur, en Tierra del Fuego, como la línea que marca el término oriental del estrecho de Magallanes y límite bioceánico entre el Atlántico y el Pacífico.

          La distancia entre esos dos puntos extremos, embocadura del estrecho es de 32 km (17,3 millas náuticas) y la parte más ancha se encuentra en el sector central, paso que llega a los 35 km (18,9 millas náuticas). La longitud total del canal bioceánico es de 565 km, aproximadamente (305 millas náuticas) y su boca occidental, de 51,7 km de ancho (28 millas náuticas) se abre al océano Pacífico entre los cabos Victoria, al norte y Pilar (antes llamado cabo Deseado) al sur. 
































(1) Charles R. Darwin: Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo – Ed. Elefante Blanco – 1998.-

          El cruce de Magallanes se prolongó durante treinta y siete días, demorado por los vientos adversos, la exploración de los senos de las aguas o el reconocimiento de los cabos de la tierra, la ociosa espera del navío desertor o la búsqueda de la subrepticia desembocadura.

          En 1578 el pirata inglés y traficante de esclavos Francis Dra-ke atravesó el estrecho de este a oeste en tan sólo 16 días.

         Siguiendo con el asunto principal, dícese que el joven cro-nista Antonio Pigafetta (c.1480–c.1534) quien fuera uno de los dieciocho navegantes que sobrevivió al primer viaje de circunnave-gación al globo terrestre, retornado al puerto de partida, Sanlúcar de Barrameda en 1522 a bordo de la nao Victoria, en cierta oportunidad visitó en Valladolid la corte de Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y Rey de España como Carlos I, desde 1516 a 1556, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, duque de Borgoña, soberano de los Países Bajos y archiduque de Austria.

          En esa ocasión, le habría narrado a su majestad que se veían humos en las tierras situadas al sur del estrecho paso inter-oceánico, a lo que su alteza – según un relato más antiguo que ve-rosímil – habría manifestado algo así como que, “si había humos, en la tierra había fuegos”.

          Sea la elucubración real, en su doble sentido, o sea, una frase monárquica y una afirmación veraz, lo cierto es que esa porción de tierra estuvo innominada aun en el rústico esbozo cartográfico del mismo Pigafetta, que en su proyección invertida hace referencia al “Streto patagónico” y a la “Regione Patagonia”, entre otros accidentes geográficos, pero no menciona a la isla grande.


          Los descubrimientos geográficos de los siglos XVI y XVII abrieron la era de la cartografía y aquellas dos sugestivas observa-ciones aparecen simultáneamente en la toponimia de la isla en cuestión como “Sierras de los humos” y “Tierra de los fuegos” en el famoso planisferio de 1529.













» Carta universal en que se contiene todo lo que del mundo se ha descubierto fasta agora. Hizola Diego Rivero, cosmographo de Su Magestad. Año de 1529. »

Diogo Ribeiro o Diego Ribero o Rivero de nación portugués, vino a establecerse en España, tomando carta de naturaleza hacia el año de 1519. Por Real cédula dada en Valladolid a 10 de junio de 1523 fue nombrado cosmógrafo de S. M. y maestro de hacer cartas, astrolabios y otros instrumentos de navegación, aguja de marear, cuadrante, ballestilla, reloj general diurno y nocturno, aparte de las cartas y esferasEn 1531, inventó una bomba de agua de bronce para extraer el agua que podía bombear agua diez veces más rápido que los modelos anteriores. Diogo Ribeiro murió en 1533.

Las cartas universales de Diego Ribero (siglo XVI)  - Cesáreo Fernández Duro - Biblioteca Virtual Cervantes  -  https://www.cervantesvirtual.com/


          Los pilotos mayores y cosmógrafos de la Casa de la Contratación de Indias (Sevilla) elaboraron, en el siglo XVI, el llamado Padrón Real, después Padrón General, es decir un mapa universal que describía la totalidad del mundo conocido, informa-ción oficial y secreta sobre las posesiones, costas y rutas de nave-gación del Imperio español.

          Esa plantilla era el modelo para mapas y cartas náuticas, que los pilotos estaban obligados a utilizar en sus viajes.






















          Del documento aludido se inserta un fragmento de la parte americana que, además de los topónimos mencionados sobre humos y fuegos, incluye las islas Malvinas y un detalle de otros accidentes geográficos.



















          Alonso de Santa Cruz (1505-1567) fue cosmógrafo de la Casa de Contratación, autor de numerosas obras de carácter mo-ral, didáctico, histórico y geográfico, cartógrafo, traductor polemis-ta, participante en la fallida expedición a las Molucas de Sebastián Gaboto y autor del Islario general de todas las islas del mundo.

          Las expediciones precursoras que arribaron al río de la Plata tenían como objetivo la búsqueda de un paso interoceánico que permitiera arribar a las Indias Orientales, concretamente a las islas Molucas, la tierra de las especias en el archipiélago de Indonesia, atravesando el océano Pacífico desde el Atlántico.

          La armada de Sebastián Gaboto, que soltó amarras con ese destino el 3 de abril de 1526 desde Sanlúcar de Barrameda, en el mes de junio, mientras hacía escala en el puerto natural del Cabo de Santo Agostinho, en Pernambuco (Brasil) su capitán general decidió modificar su derrotero a raíz de haber recibido informacio-nes relativas a la presencia de grandes riquezas en metales pre-ciosos remontando el “río da Prata”, como lo llamaban los portu-gueses, estuario al cual arribaron en febrero del ’27.

          Un veinteañero Alonso de Santa Cruz se había embarcado como veedor de los armadores, es decir, representante de los inversores, aquellas personas que contribuían a dotar, uno o varios barcos con los recursos humanos y materiales necesarios para hacer posible su utilización con fines de lucro. Seguramente mucho habrá incidido la influencia paterna, el mayor de los aportantes en ese emprendimiento, actividad en la que él mismo participó con varias decenas de miles de maravedíes.

           Las desavenencias internas, algunas exploraciones infruc-tuosas río arriba y el conflicto bélico con los indígenas, desem-bocaron en la destrucción de su principal asentamiento, levantado en la confluencia de los ríos Carcarañá y Paraná durante el año 1527 (el fuerte de Sancti Spiritus, abatido en 1528) también provocaron el retorno de los frustrados expedicionarios a las islas de la especiería, como a las sierras de los metales preciosos (Po-tosí) arribando a Sevilla el 28 de julio de 1530, dando lugar al posterior proceso judicial contra Gaboto por incumplimiento de los acuerdos celebrados y las pérdidas resultantes, después de estar en aquellas tierras “cinco años, con muchas guerras y hambres y demasiados trabajos” al decir de Santa Cruz.



           La intervención en esa flota sería muy importante para la formación de su carácter y preparatoria para sus escritos cosmo-gráficos, trabajos cartográficos, crónicas históricas y ensayos de carácter político y económico, dedicándose desde entonces a profundizar sus lecturas, a la construcción de instrumentos y aparatos para hacer cálculos y mediciones imprescindibles para la navegación, así como gran cantidad de cartas náutica y mapas. También se dedicó a divulgar sus conocimientos, fundamental-mente en el más alto nivel de gobierno, lo que lleva a pensar que aquella anécdota de Pigafetta, sobre los fuegos y los humos, tenga un sustento real, porque a esas reuniones palaciegas llegaban las más formales revelaciones y los comentarios más banales. 

Santa Cruz se refiere a la relación que tuvo con Carlos V, en la primavera de 1537, cuando estaba la corte en Valladolid:

 «…todos los más días de estos siempre estuvo el emperador malo de gota, y se regocijaba así viendo estas fiestas –torneos a pie y a caballo– como en estar algunos ratos en preguntar ocupado y saber cosas de Filosofía y de Astrología y de Cosmografía, de que su Majestad era muy aficionado; todo lo cual quiso entender y saber de mí, Alonso de Santa Cruz, el autor de esta crónica, como de su criado y medianamente leído en estas dichas ciencias».

(Cfr. Juan de Mata Carriazo, Introduc. a la Crónica de los Reyes Católicos de Alonso de Santa Cruz, Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1951) (1)

          El Islario general se supone compuesto a partir de la cuarta década del siglo XVI, alrededor de 1539 y se estima que todo el atlas se completó hacia 1560.

          Es la mayor obra del cosmógrafo sevillano Alonso de Santa Cruz, en cuatro volúmenes, comenzada en vida del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de España Carlos V y finalizado durante el reinado de su hijo Felipe II. Consta de ciento once mapas y descripciones en prosa que representan y se refieren a todas las costas, islas y penínsulas del mundo cono-cido, según los descubrimientos realizados por los exploradores europeos desde 1400 hasta mediados del siglo XVI. (2)

(1) Rosa Pellicer: América en el Islario General de Alonso de Santa Cruz – Univ. de Zaragoza – Edad de Oro XXIX – 2010.-     

(2) Atlas General de Todas las Islas del Mundo – Library of Congress USA - https://hdl.loc.gov/loc.wdl/wdl.10090.-














                 En la imagen anterior, con las leyendas invertidas, se visualiza un fragmento de la zona del Estrecho de Magallanes.















          Como puede observarse, en ambas piezas cartográficas, el área insular no tiene un nombre particular, las referencias a humos y fuegos aparecen como si fueran accidentes geográficos del relieve costero. La imagen anterior del mismo sector, girada y aumentada, permite una mejor demostración de lo expuesto.

          Cabe preguntarse si el cartógrafo, en base a las informa-ciones que obligatoriamente debían ofrecer los navegantes al regresar de sus respectivas expediciones, no habrá querido mar-car precisamente esa diferencia, entre una zona, en la que sólo eran notorios los humos y otra donde eran ostensibles los fuegos.

          De cualquier manera, parece ser que la dicotomía entre humos y fuegos trascendió los límites de una mera y antigua fic-ción, fueron pautas importantes en los mapas y cartas náuticas, vitales para la política exterior del imperio español, particularmente en todo lo que se refería a la llamada “carrera de Indias”.

          De acuerdo a los siguientes párrafos extraídos del manus-crito de Santa Cruz, que forma parte del tratado aludido, se con-firmaría el carácter limitado o localizado de esos topónimos.





































          Del escrito citado se desprende que, para esa época, se dudaba incluso si esos contornos, al sur del estrecho, formaban parte de un área insular o integraban un continente imaginado al que denominaban en latín Terra Australis Incognita (Tierra austral desconocida) que se trazaba alrededor del polo sur, pero con una superficie mucho mayor que llegaba hasta la misma latitud de las regiones templadas.

          En esta pieza cartográfica, debajo de Terra Australis Incognita se lee, en caracteres latinos:
                                        “En español Tierra del Fuego”
                                                               y más arriba, sobre el estrecho, está dibujado el fuerte denominado "Rey Don Felipe", fundado por Sarmiento de Gamboa en 1584, donde murieron todos sus habitantes por falta de suministros, por eso el pirata inglés Cavendish, en 1587, lo mencionó como Puerto Hambre.  

          Como todas las láminas de la época, abundantemente exornada con robustos nativos de exagerada estatura.






















          En el Theatrum Orbis Terrarum (Teatro del Globo Terrestre) ma-pamundi de Abraham Ortelius, considerado el primer atlas moderno, la obra más conocida del afamado geógrafo y cartógrafo flamenco, se observa el topónimo Terra del Fuego, pero formando parte de la desco-munal y supuesta Terra Australis Incognita.         

          La presencia holandesa en las aguas americanas fue una conse-cuencia de la guerra, suscitada en la segunda mitad del siglo XVI, entre los Países Bajos y el reino de España, de cuya soberanía renegaban, buscando utilizar en su propio beneficio la experiencia marítima adquirida al servicio del imperio hispánico y participar en el reparto de las riquezas existentes en las tierras descubiertas en el Nuevo Mundo y en el oriente lejano, iniciando de tal modo la expansión marítimo-comercial que daría lugar a la formación del imperio colonial neerlandés.

          El siguiente mapa fue realizado por Jan Outghersz, probable-mente durante 1600, por eso se lo considera el iniciador de la cartogra-fía del gran canal. El autor fue piloto del navío "La Fe", bajo el comando de Sebald de Weert, integrante de la armada financiada por importan-tes mercaderes neerlandeses y liderada por Jacob Mahu y el capitán Simon de Cordes, dos navegantes de Róterdam, cuya azarosa perma-nencia en el estrecho magallánico se prolongó por cinco meses durante 1599, tiempo que el aludido piloto holandés empleó en la preparación de trabajos cartográficos.

Pablo Castro Hernández  Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

          Uno de ellos es esta carta náutica en posición invertida, esto es con el sur hacia la parte superior del mismo y en la que el curso del canal no muestra su pronunciada orientación natural, sino que se aprecia relativamente rectilíneo. La parte patagónica se señala como "Americæ Pars" y la parte insular como Terraeæ del Fvogo Pars, tácitamente incluida en las ideas geográficas de la época de un gran continente austral.

          Primer mapa específico y completo del estrecho, editado por Theodoro de Bry en 1601, en Hamburgo, razón por la que hay topónimos en lengua germana y términos latinos. (1)

          
        En 1617 Gaspar De Mere, de origen flamenco, radicado en Brasil, publicó un mapa similar, uniendo las diez cartas originales en una sola pieza de 44 x 119 cm, con toponimia en holandés e inglés. Latitud graduada de medio grado en medio grado (de 52°1/2 a 54°) en los márgenes, flores de lis con rosa de 16 vientos con el S al N de la carta, nudo de rumbos, sondas de profundidad, fondeaderos y escollos, entre otros detalles técnicos. (2)

(1) Mateo Martinic B: Cartografía derivada de los descubrimientos y exploraciones de los holandeses en la región magallánica – Punta Arenas (Chile) 1972 -http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/colecciones/BND/00/MP/MP0006542.pdf  .---

(2) Real Academia de la Historia - Departamento de Cartografía y Artes Gráficas – Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico

https://bvpb.mcu.es/es/consulta/registro.do?id=423295


























         Pieter van den Keere (en latín: Petrus Kaerius 1571 - c.1646) fue un grabador y editor flamenco que trabajo en Londres y Amsterdam, junto con su cuñado Joost de Hondt, más conocido por su nombre latinizado, Jodocus Hondius, una figura notable de la cartografía neerlandesa, famoso por sus primeros mapas del Nuevo Mundo. Autor de cartas similares a la que aquí se muestra.

          En este mapa se muestra la extremidad patagónica y defini-da la isla Tierra del Fuego, con abundante información toponímica, también se especifican la tierra de Mauricio, el estrecho de Le Maire, la isla de los Estados, las islas Diego Ramírez y el cabo de Hoorn, por la ciudad holandesa del mismo nombre (vulgarizado como Hornos) entre otros accidentes geográficos, aunque éste se presenta como punta sur de la isla Grande, siendo que es el remate de la isla homónima que integra un archipiélago distinto.


          En la siguiente representación del estrecho y territorios adyacentes se lee con dificultad “Tierra del Fuogo”, inscripción parcialmente difusa entre las pequeñas islas situadas al oeste de la ínsula mayor. El gran canal está trazado siguiendo un derrotero notablemente aproximado al rumbo verdadero, destacándose también la abundante toponimia y las estampas decorativas
.

        En la parte superior, dos cuadros referidos a los dramáticos sucesos que marcaron la estadía de cinco meses de la expedición del capitán Simón de Cordes: a la izquierda una vista de Ridders Bay, a la derecha, entrada al puerto natural de bahía Cordes y al fondo, la cruz sobre un cerro, homenaje a los 120 holande- ses muertos, por distintas causas, en ese primer paso de una flota holandesa por el estrecho de Magallanes.























          En cuanto se refiere a la autoría de esa interesante, atrac-tiva, rara y poco conocida pieza se especula que podría ser obra de Jan Outghersz, el mencionado piloto de la nave Het Geloof («La Fe») que formó parte de la flota de Jacob Mahu y Simón de Cordes de 1598 y además trazó “el primer mapa detallado del estrecho de Magallanes, pieza esta fundamental en el ulterior desarrollo de la cartografía holandesa referida a la Región Magallánica”.

          Sin embargo, Martinic recurrió al Archivo General del Estado de La Haya (Países Bajos) informándose sobre la existencia de una pieza, al parecer de mayor tamaño, aunque del mismo nombre y grabada en cobre, en cuyo margen se lee que fue ejecutada y editada por Guiljelmus Blaeuw (es decir Willem Janszoon Blaeu [1571-1638] un importante grabador, cartógrafo, impresor y hom-bre de negocios de Ámsterdam) por lo que se decide a atribuir la autoría del mapa al editor aludido. (1) (2)

(1) Mateo Martinic B: Un novedoso mapa impreso del siglo XVII referido al Estrecho de Magallanes – ANS. INST. PAT. – Ser. Cs. Hs. (Chile) 1999.-

(2) Lucas Potenze: El nombre de Tierra del Fuego – Especial para El diario del Fin del Mundo – Ushuaia (Argentina) 11/03/22.-














                             La imagen anterior es un pequeño fragmento del mapa del continente americano, contenido en el atlas mundial que sus autores editaron en 1623.

           Entre la innumerable cantidad de topónimos que incluye, destacamos “Tierra del Fogo”, que aparece sólo como una región de la mencionada Terra Australis y dentro de las numerosas ilustraciones de navíos europeos, aves exóticas y nativos, resalta-mos la de los aborígenes canoeros, que en realidad habitaban el canal Beagle y zona archipielágica al sur de la Isla Grande. Obsérvese el detalle de la pequeña lumbre en medio de la barca, que los yámana encendían para calentarse y que mantenían sobre una base de arena, champas, etc.

          Los europeos avistaron humos y fuegos hasta en el agua, llevando sus conocimientos geográficos y observaciones costum-bristas a los artífices y cartógrafos de la época, que los traducían en estampas como la presente, cuyos autores fueron:

          Jodocus Hondius, es la versión latinizada de su nombre neerlandés Joost de Hondt, fue un artista flamenco, grabador, cartógrafo, editor, fabricante de instrumentos y astrónomo. Cono-cido por haber hecho algunos de los primeros mapas del Nuevo Mundo.

          Gerard Kremer, conocido por su nombre latinizado Gerardus Mercator, también llamado Mercator o Gerhard Mercator, fue un geógrafo, matemático y cartógrafo flamenco, ​famoso por idear la llamada proyección de Mercator, un sistema de proyección cartográfica. Fue uno de los primeros en utilizar el término «atlas» para designar una colección de mapas.

          Hendrik Hondius, miembro de una familia de grabadores y editores, por parte de padre, Jodocus Hondius, y de su madre Colette van den Keere. A la muerte de su progenitor en 1612 se hizo cargo del taller, junto a su madre y su hermano Jodocus II.















                   El título de esta pieza (bajo el borde superior) sería algo así como: “El mapa de Magallanes, en el que se presenta la Tierra del Fuego, con los estrechos más famosas descubiertos por F. Magallanes e I. Le Maire, como última y más precisa descripción”. También se podría traducir aproximadamente como: "Mapa de Magallanes y Tierra del Fuego con el célebre Estrecho de Le Maire recién detectado y descrito con precisión". (1)

          En el extremo de la parte continental, al norte, se puede ob-servar la mítica, pero tradicional leyenda alusiva a la región de los gigantescos patagones (Patagonum Regio) y a la vez, hacia el sur, casi imperceptible entre el dibujo del relieve “Tierra del Fvogo”.  

(1) Barry Lawrence Ruderman - mapas antiguos inc.
https://www.raremaps.com/
https://www.raremaps.com/gallery/detail/71023

          El estrecho fue la puerta de entrada al Pacífico durante los siglos XVII y XVIII y este mapa la base para muchos otros de Tierra del Fuego, no obstante, su forma extraña, insólita si se quiere, consecuencia de los informes poco consistentes de la expedición de Jacob Le Maire y Willem Schouten (1615 a 1617) que fue la primera en rodear el Cabo de Hornos en su circunnavegación de 1616. Esos y otros navegantes, como este y otros cartógrafos, pensaron que el cabo de Hoorn (Hornos) era una lengua de tierra, una extensión hacia el mar de esa isla grande de fuegos y humos.

          El Estrecho de Le Maire proporcionó una nueva vía marítima hacia el Pacífico, evitando el inestable Estrecho de Magallanes, su singladura demostró que Tierra del Fuego era una isla y no parte integrante de un enorme e incógnito continente austral. El nuevo paso interoceánico alertó al reino español, cuyos puertos sobre el Pacífico, vulnerables al saqueo del corsario inglés Francis Drake, estaban nuevamente en riesgo.

          Este mapa se basó en las últimas expediciones, incluso la de los hermanos Bartolomé y Gonzalo García de Nodal y su cosmógrafo Diego Ramírez de Arellano (1618-1619) patrocinada por el rey Felipe III de España y por eso causó un fuerte impacto en las representaciones del Cabo de Hornos durante más de un siglo después de su elaboración, integrando las colecciones de mapas referidos al territorio americano.

          “Willem Janszoon Blaeu (1571-1638) fue un destacado geógrafo y editor de los Países Bajos. Nacido como hijo de un comerciante de arenques, Blaeu no eligió el pescado sino las matemáticas y la astronomía. Estudió con el famoso astrónomo danés Tycho Brahe, con quien perfeccionó sus habilidades para fabricar instrumentos y globos terráqueos. Blaeu se instaló en Ámsterdam, donde trabajó como hidrógrafo de la Compañía Ho-landesa de las Indias Orientales, vendió instrumentos y globos terráqueos, publicó mapas y en 1635, publicó su atlas, Theatrum Orbis Terrarum, sive, Atlas novus”. (1)

 

(1) Barry Lawrence Ruderman - mapas antiguos inc - https://www.raremaps.com/
https://www.raremaps.com/gallery/detail/71023 .-

          Si en el Atlántico norte las flotas, carabelas y galeones españoles, debieron sortear los embates de las gigantescas olas producidas por las turbonadas antillanas, también se vieron precisadas a eludir las acometidas de piratas, filibusteros, corsarios o bucaneros y, aunque aquellas naves pudieron, en general, neutralizar la piratería franco-anglo-holandesa, no por ello dejaron de sufrir ingentes pérdidas, tanto por el abordaje de sus naves como por los ataques a puertos y ciudades de las costas del Pacífico.

          Por hacer referencia sólo a los que navegaron los estrechos, islas y acantilados australes, en las travesías realizadas por ambos mares durante el siglo XVI, debe mencionarse a Francis y John Drake, Thomas Cavendish, Edward Fenton, John Chidley, Andrew Merrik, Jacob Mahu, Simon Cordes, Sebald de Weert, Olivier van Noort, Dirck Gherritsz, John Davies, Richard o William Hawkins y durante el siglo XVII a Joris Van Spilbergen, Jacobo Le Maire, William Shouten, Enrique Browner, John Narborougth, Natiel Pecket, Bartolomé Sharp, John Cooke, John Eaton y John Strong. (2)

 

(2) - Juan Esteban Belza: Intentos fundacionales fueguinos / José Gella Iturriaga : El corso y la piratería rumbo a las Indias en la ruta del Plata : VI Congreso Internac. de Historia de América - Acad. Nac.de la Historia - Bs.As. - 1982

Navegando en el Cabo de Hornos
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