sábado, 2 de abril de 2016

MATRAS Y MATREROS



 EL PAISAJE DE LAS PAMPAS



"Campos desiertos, inmensos pajales anegadizos
refugio de todas las alimañas [1]
dañinas que engendra la Pampa, desde el tigre [2]
hasta el matrero; campos tristes, de desolación y de ruina,
donde no podía adelantar la familia ni moral, ni materialmente". [3]



       Poetas y ensayistas –dijo Martínez Sierra– han encontrado más eufónico y significativo referirse a “la pampa”, en singular, locución que se ha impuesto sobre las anteriores denominaciones, aún cuando no concuerde con la realidad geográfica, “hay pampas en plural porque ellas no presentan una uniformidad fisiográfica.” [4] 
       Lo cierto es que, aun cuando en Perú, Bolivia, Chile y en otros lugares de nuestro país, la toponimia revela la existencia de numerosas pampas interiores - Abrapampa (Jujuy) Cachipampa (Salta) Pampa Pozo (Tucumán) Pampa Mayu (Catamarca) Pampa de los Guanacos (Santiago del Estero) Pampa de Achala y Pampa de Pocho (Córdoba) Pampa del Bajo (San Luis) Pampa Aguará (Chaco) Pampa del Tigre (Mendoza) Pampa del Chañar (San Juan) y muchísimas más - la voz “pampa” ha pasado a ser, por excelencia, representativa de esta distendida y sobrecogedora llanura central, de la que Humbolt llegó a decir que “llena el alma con el sentimiento de lo infinito.”
   

       Actualmente el genérico nombre de pampas se aplica a la llanura húmeda, subregiones ondulada, deprimida y serrana de la provincia de Buenos Aires; comprende también las lomadas del sur entrerriano-santafecino; esa denominación se extiende occidentalmente a los suelos altos del sureste de Córdoba y San Luis, incluye los suelos arenosos del noreste de la provincia de La Pampa y también la subregión de la llamada pampa seca que abarca el centro-sur de las provincias de San Luis y La Pampa hasta los ríos Desaguadero-Chadileuvú-Curacó, por lo que cabe hacer distinciones en la tipificación del paisaje, determinado por la naturaleza del suelo y la acción de los agentes climáticos, factores que resultaron poco propicios para el desarrollo espontáneo de especies arbóreas xerófilas propias del dominio chaqueño, dominio que rodea la región pampeana en forma de inmenso arco a través de una de sus provincias fitogeográficas, la llamada provincia del espinal, resultando en cambio dominante en las pampas la estepa herbácea, es decir, donde prevalecen las plantas sin tallos leñosos aéreos.
        Así denominadas, decía el jesuita Sánchez Labrador "por ser toda ella tierra llana; y a las tierras de esta calidad llaman en estos Payses de Buenos Aires y circunvecinos, Pampas, nombre tomado del idioma índico.[5]
      El vocablo en cuestión, fue adoptado por los españoles de dos idiomas, el aymara y el qheswa, que aunque mantienen diferencias sintácticas y fonéticas, comparten un alto porcentaje de términos comunes, no se sabe si por tener un origen común o tan sólo por un prolongado e intenso contacto, entre ellos la palabra “panpa” (campo llano, llanura) aplicada por los andinos a las pequeñas extensiones planas de sus escarpados relieves, en algunos lugares con el sentido de campo raso, “qala panpa” (llanura desnuda) y en las planicies elevadas, altiplanos o mesetas, con el valor de pampa alta, “puna panpa” (tierras altas, frías y áridas) [6]
       



        Cronistas y geógrafos europeos de aquellos tiempos adoptaron esos vocablos indianos como propios para ese nuevo e imponente paisaje, al que no abarcaban con las clásicas denominaciones de “campiña...tierra rasa y llana" [7], “campaña muy llana, ancha y larga” [8], "Pampas, campagnes steriles" [9], “Grandes plaines appellées Pampas” [10], “Great Plains called Pampas” [11], “Grandi pianure chiamate Pampas, parola indiana que nella lingua Quichua del Perú significa propiamente vallata” [12], entre otros ejemplos.
           La cartografía de fines del siglo XVIII y principios del XIX revela que la denominación “pampas” fue universal y consecuentemente aceptada en los mapas de la época; cuando todavía no se habían fijado íntegramente los límites interprovinciales se las designaba como “Pampas de Buenos Aires”, abarcando con ese rótulo de mar a cordillera, imponiéndose después la expresión “Pampas del Sur”.[13]
       
      La planicie indiana, así como no escondía en sus entrañas fabulosas riquezas metalíferas, tampoco albergaba animales susceptibles de domesticación y explotación económica, bestias de carga o productoras de fibras, similares a la llama y la alpaca de los valles andinos; además, ninguna especie vegetal había despertado en el nativo la necesidad del cultivo, como en otras regiones del país. Las pampas, en su estado natural, fueron generalmente poco hospitalarias para el hombre, permaneciendo vírgenes nada menos que alrededor de tres siglos, después del desembarco de los primeros navegantes españoles, excepto a unas pocas leguas de las pequeñas poblaciones que se fueron fundando en sus contornos. [14]
“Es toda aquella tierra muy llana, los campos tan anchurosos y dilatados, que no hay en todos ellos un árbol…” [15]
Si bien la acotación del primer cronista rioplatense, nacido en Asunción del Paraguay en 1560, parece por lo menos exagerada, no es menos cierto que impropiamente también, se la denominó “desierto” en piezas cartográficas y escritos literarios, aunque estuvo habitada y recorrida desde tiempos prehistóricos por un escaso número de cazadores-recolectores, nómades y pedestres, que en grupos dispersos se movilizaban y/o instalaban temporariamente a la orilla de ríos, arroyos o lagunas, obedeciendo a exclusivas motivaciones cinegéticas.

                  "Todo este trozo de país no es otra cosa que un desierto continuo 
                donde apenas se encuentra después de muchos días algún árbol, 
                siendo todo llanura y campo raso, cuyo término, como el mar, 
                no se ve por ninguna parte". [16]

“…es todo llanura interminable…llega a las cordilleras de Chile formando un célebre desierto que acá llaman pampas, castellanizando ya el vocablo que es propio de la lengua quichoa general en el imperio peruano, en que significa campo raso, y lo son tan dilatados que no quedan inferiores a los desiertos más famosos del orbe…..” [17]

En la época inicial del romanticismo literario encontramos esta celebrada expresión en su más importante poeta, Esteban Echeverría, quien se propuso "pintar algunos rasgos de la fisonomía poética del desierto" en la primera parte de su poema largo "La Cautiva", publicado en 1837.






















 [1] Se comprende bajo este nombre diversos géneros de animales, algunos supuestamente perjudiciales: ratas, ratones, cuises, hurones, comadrejas, zorrinos, zorros, gatos monteses; entre los reptiles, diversas culebras, lagartijas y algunas especies de víboras; anfibios como los sapos, ranas, escuerzos e infinidad de sabandija, insectos perniciosos y molestos, arañas, tábanos, mosquitos, etc.
  [2] Así denominaban vulgarmente, desde la época de la penetración hispánica, al más imponente de los felinos americanos: el jaguar (Panthera onça) (Yaguareté, en avañe’e o guaraní; uturunku, en qheswa o quechua; nahuel, en mapudungu o mapuche)
 [3] - Godofredo Daireaux – Recuerdos de un hacendado – Ed. Agro – Bs.As. 1945 – Edic. digital Biblioteca Virtual Cervantes
 [4] - Ramiro Martínez Sierra : El Mapa de las Pampas – Direcc.Nac.Reg.Oficial - Bs. As.- 1975
  [5] - José Sánchez Labrador, citado por Ramiro Martínez Sierra en “El Mapa de las Pampas” – Bs.As. 1975
  [6] - César A. Guardia Mayorga : Dicc. Kechwa-Castellano - Ed. Los Andes - Lima - Perú - 1971
        - Jorge Fernández Chiti : Dicc. Indígena Argentino – Ed.Condorhuasi – Bs.As.- 1997
  [7] - Juan de Garay : Carta al Rey del 20 de abril de 1582
  [8] - Gob. Valdés y de la Banda (1600)
  [9] - Mapa de G. de L’Isle de 1700 al que hace referencia Ramiro Martínez Sierra en su obra aludida
[10] - Mapa de D’Anville de 1748: idem
[11] - Mapa de Robert Sayer de 1772: idem
[12] - Mapa jesuítico de 1785: idem
[13] - Cartas de J.M, de los Reyes (1822) José Álvarez de Arenales (1833) y Álvaro Barros (1872)
[14] Horacio C.E. Giberti – Historia Económica de la Ganadería Argentina – Ed. Hyspamérica – Bs. As. - 1970
[15] - Ruy Díaz de Guzmán – La Argentina (1612) Obras y Documentos de P. de Angelis – Ed. Lajouane & Cía.- Bs.As. 1910
[16] - P.Cayetano Cattáneo (1730) aludido en “El Mapa de las Pampas” de R.Martínez Sierra
[17] - P. Pedro Lozano de la Compañía de Jesús – Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán – 1736



Carte du Paraguay du Chili du Detroit de Magellan &c
Guillaume de L’Isle – París - 1703

 
     Esa interminable estepa, que sólo tenía por límite el horizonte, fue invadida por yeguarizos descendientes de los que trajera Pedro de Mendoza en 1536 y vacadas salvajes, fruto de las introducidas por Juan de Garay desde 1580 y que en el marco de un clima apropiado, con suelos ricos en materia orgánica, proveedores de abundantes pasturas, la predeterminaron para una secular explotación ganadera, producto de la libre reproducción de los animales a campo abierto, hasta que, a fines del siglo XIX, el gran movimiento migratorio de población europea se asentó en los terrenos más altos para el cultivo de diferentes especies y transformó el poco menos que exclusivo paisaje semoviente, en un paisaje mixto de laboreo y rodeos más refinados.
      En este suelo fértil, pero en su mayor parte poco apropiado para el desarrollo espontáneo de especies arbóreas, el tipo de vegetación predominante era la estepa de gramíneas cespitosas, u mar de pastos persistentes, tiernos algunos, deleznables otros, todos los cuales agitaban incesantemente sus tallos erectos con inflorescencias de matices plateados, violáceos o pajizos.
               Estos especímenes herbáceos podían ser erectos o rastreros, medir varios metros o escasos centímetros, de caña robusta, delgada o aun endeble, algunas formas vegetativas poseían tallos subterráneos (rizomas) que daban nuevas plantas junto a la mata madre y, en los casos de crecimiento indefinido, la propagaban a distancia.
            Sólo en los albardones costeros del Paraná, en las hondonadas de las suaves lomas que modelan la planicie entrerriana o en las orillas barrancosas de ríos y arroyos que discurren hacia el Paraná-Plata, abundaban ejemplares arboriformes como los encarnados y semicorpulentos “ceibos” (Erythrina crista-gallide hasta diez metros de altura, cuyas flexibles ramas defienden con rígidos y punzantes aguijones los encendidos racimos de la declarada flor nacional.

CEIBO - Autor: H. Zell
https://commons.wikimedia.org
       Esta especie se presentaba en comunidades puras de montes abiertos (ceibales) o asociada con elevados arbustos, como el sarandí blanco y el colorado.
        Así como la espontánea vegetación herbácea dominaba las cumbres de las lomadas, en las hondonadas y bañados, siguiendo el curso de ríos y arroyos se encontraban formaciones vegetativas muy diversas, como los sauzales de “sauce colorado” o “sauce criollo”, la única especie indígena de su género, los palmares de la elegante caranday y de la no menos ostentosa pindó, cargada esta última con enormes racimos de drupas de color anaranjado y de sabor dulce que los guaraníes llamaron ibá-pitá (fruto rojo) como así también los tallos leñosos, huecos, ásperos y espinescentes del carrizo que vulgarmente distinguían como tacuaruzú, caña grande, “tacuara brava” o “caña brava” que alcanzaba de tres a diez metros de altura.
        
Sobre ellos, a diez, doce o más metros de altura, aunque eran menos frecuentes porque se extendieron desde la región subtropical, asomaban las anchas copas de algún ombú y la abundante fronda brillante del no menos corpulento algarrobo blanco, de ramas tortuosas con densos racimos de olorosas flores amarillentas y fruto carnoso en forma de vaina, árbol que en el norte del país supo proveer a los pobladores nativos y adventicios, de alimento, madera, leña, forraje y uso medicinal.
    
El árbol típico del denominado parque mesopotámico, tipo de vegetación mixta de bosques abiertos y praderas herbáceas que se desarrollan a su sombra, es el ñandubay, modesta especie (Prosopis affinis) de un género que como el algarrobo y el caldén integran la gran familia de las leguminosas, que agrupa árboles, arbustos o hierbas, casi todos mejoradores del suelo, porque tienen la peculiaridad de asociarse a bacterias que incorporan y fijan nitrógeno a la tierra, fuente de proteínas asimilables por otros vegetales, silvestres o cultivados. El ñandubay es un árbol de poca altura, como máximo hasta unos 8 metros, espinoso, de copa chata y largas ramas, extendidas y flexuosas, con pequeñas flores amarillas, sus frutos son vainas nutritivas para el hombre y muy valoradas como forraje. La madera es de color castaño-rosado, muy pesada y muy dura.[1]
    Estos ñandubaes, puros o asociados con algarrobos, espinillos, sombras de toro, chañares, talas, han sido explotados desde antaño para la elaboración de carbón vegetal y provisión de leña o talados para postes de alambrados, pilotes, vigas, puentes, etc., por su resistencia y durabilidad.
   
Como elementos característicos de las comunidades del bosque bajo, achaparrado, no faltaban las formas arbustivas y herbáceas propias del sotobosque, los matorrales de la espinosísima “quina”, el “ñapinday”, de duros aguijones recurvos, así como las matas densas y muy ásperas de una especie de pasto duro vulgarmente llamado “espartillo” o “pasto amargo”.
     
Los suelos de la pampa alta cordobesa de color castaño oscuro, producto de la materia orgánica que poseen, son fértiles suelos negros de pradera, que se continúan en la pampa ondulada de Santa Fe, territorios cubiertos por un pródigo manto de hierbas y gramíneas, mereciendo citarse distintas especies indígenas de Poas, Brizas y variedades del género Stipa, frecuentemente dominante en las estepas herbáceas, junto con la Bothriochloa laguroides, que se distingue por sus bonitas panojas plateadas, el palatable "pasto miel", el "pasto horqueta" cuya inflorescencia son dos racimos de espiguillas dispuestas en forma de "V" y otras que, por lo general, son hierbas tiernas, perennes o anuales, de altura variable, de 50 a 100 cm, con inflorescencia en panojas de numerosas espiguillas, vegetación que alterna con pastos duros no apetecidos por el ganado, como el "pasto bandera" de espigas unilaterales rojizas o de los cuales éste sólo ramonea las matas recientes, como ocurre con la "paja voladora". Se asocian con esas especies otras, no graminosas, como los tréboles, carquejas, vinagrillos, etc. [2]

     Al sureste, en los albardones aledaños a las pequeñas lagunas, frecuentemente saladas, en las depresiones anegadizas, pantanos y cañadas, crecía la flora indiana de pastos duros y altos pajonales, asociación de la que formaba parte la especie Phragmites australis, que los españoles denominaron "carrizo", conocida en lengua mapuche como rancül, planta perenne, robusta, con rizomas vigorosos y profundos de los que crecen cañas erguidas de 1 a 4 metros de altura, con hojas planas y largas, cuya inflorescencia es una panoja, grande y oblonga, de color pajizo, con cierto matiz violáceo. [3]

Phragmites australis - Carrizo - Rancül                             http://woodsroamer.blogspot.com.ar/                









        
Este género, muy parecido a la caña común (Arundo donax) o "caña de Castilla", crecía en las regiones de clima cálido o templado, desde Salta hasta Chubut, habiéndose utilizado frecuentemente sus tallos y hojas para techar chozas y ranchos. En las tierras situadas entre los ríos Cuarto y Quinto, se establecieron las comunidades aborígenes que comunmente se conocen como "ranqueles", deformación castellana del gentilicio mapuche rancülche (rancül: carrizo; che: gente) que, por lo tanto, significa gente del carrizal o gente de los cañaverales, parcialidad de amplia dispersión en toda la región, cuyo último y principal asentamiento estuvo ubicado al sur del último de los cursos mencionados.
   

      Hacia el sur, extendiéndose hacia las provincias de San Luis y La Pampa, en la transición hacia la pampa seca encontramos el paisaje de los medanales, grandes acumulaciones de arena depositadas por el viento, fijas en algunos casos por la vegetación, móviles otras, dan lugar a las temidas tormentas de polvo en épocas de prolongada sequía.
Las precipitaciones, irregularmente distribuídas, que suelen ser de carácter torrencial y breve duración, tienen un alto índice de concentración estival, retrayéndose en inviernos marcadamente secos que tipifican un régimen subhúmedo, donde la elevada eva- potranspiración, producto de un clima templado a levemente cálido y la permeabilidad de los suelos arenosos o arenoloésicos, explican la pobreza de la red hidrográfica o aun la carencia de cursos de agua en extensiones apreciables de esta parte del territorio pampeano, condiciones que, vinculadas con los depósitos del material sedimentario propio de ese suelo, determinaron la formación de una estepa de pastos duros donde predominan las gramíneas cespitosas del género Stipa, del espartillo o junquillo, del olivillo y del tupe o ajo macho a excepción de las zonas periféricas donde se encontraban grupos aislados de algarrobos, talas y chañares.[4]
“Las brisas frescas de la tarde comenzaban a sentirse, galopamos un rato y entramos en el monte.
Eran chañares, espinillos y algarrobos. Estos últimos abundaban más. Es el árbol más útil que tienen los indios. Su leña es excelente para el fuego, arde como carbón de piedra; su fruta engorda y robustece los caballos como ningún pienso, les da fuerzas y bríos admirables; sirve para elaborar la espumante y soporífera chicha; para hacer patai pisándola sola, y pisándola con maíz tostado una comida agradable y nutritiva.
Los indios siempre llevan bolsitas con vainas de algarroba, y en sus marchas la chupan, lo mismo que los collas del Perú mascan la coca. Es un alimento, y un entretenimiento que reemplaza el cigarro.”[5]
       El algarrobo blanco (Prosopis alba) waranqu (en quechua) huancü (en mapuche) taqu yuraq (en la quichua santiagueña) ibopé-morotí (en guaraní) árbol nativo de zonas áridas, semiá-ridas o subhúmedas, de ambientes calurosos y secos, adaptó sus raíces para buscar el agua del suelo hasta los 30 m de profundidad.
      Corpulento y alto, los especímenes mayores elevan hasta los 18 m su copa globosa, amplia, redondeada, de brillante color verde claro, la corteza es pardo-grisácea y tiene tortuosas ramas espinescentes con densos racimos de pequeñas flores amarillentas, muy olorosas y fruto en forma de vaina alargada, algo curva, amarillenta, carnosa y azucarada, que contiene las semillas de colo castaño.
           El algarrobo negro (Prosopis nigra) yana taqu (en la quichua) ibopé-hü (en guaraní) llamado así por su corteza pardo oscura es similar al anterior aunque de fuste generalmente más corto, no sobrepasa los 10 m de altura, las ramas son más rectas, sin espinas, las vainas se muestran más lobuladas, derechas y de color morado, siendo más resistente a la falta de agua.



ALGARROBAS
               
Instituto de Botánica Darwinion - http://www.darwin.edu.ar/  

             Los algarrobos formaban comunidades con los abundantes espinillos (Acacia caven) talas (Celtis tala) molles (Lithraea molleoides) chañares (Geoffroea decorticans) sombras de toro (Jodina rhombifolia) inciensos (Schinus longifolius) y hacia el sur, sobrepasando el arco puntano-pampeano-bonaerense de la pampa alta, se extendían los bosques xerófilos donde predominaba el caldén (Prosopis caldenia) que, como todos los de su género, por sus características fisiológicas de adaptarse a terrenos con cierto grado de salinidad y soportar mejor las deficiencias hídricas, sobrevivieron durante milenios favoreciendo los suelos, diminuyendo la salinidad, aportando nutrientes de materia orgánica (hojas, frutos, ramas) y por el estímulo que produce sobre la actividad microbiana, hasta que, como consecuencia de diversos factores antrópicos, desforestación, sobrepastoreo, actividades agropecuarias sobre ambientes silvestres, la caza furtiva, etc., muchas especies vegetales y animales iniciaron un rápido retroceso, por lo cual muchas ya no existen en este territorio.
      
A partir de la zona comprendida entre Bahía Blanca y Viedma, se abre, hacia el interior y norte de la provincia de La Pampa, el arco de la isohieta de los 500 milímetros anuales de lluvia, que pasando por el sureste de San Luis, se extiende hasta las sierras de Córdoba, habiéndose adoptado esta curva pluviométrica como la línea que divide el territorio en dos regiones principales. Al este la pampa húmeda y al oeste la pampa seca que dispone de precipitaciones de menor cuantía a medida que se acerca a la región andina.
    “La parte meridional de la provincia de San Luis es el dominio de domos y lomas de origen tectónico, así como también de colinas medanosas fijas o semifijas. Los médanos enmascaran muchas veces formas de fundamento estructural, salpicadas de isletas arbóreas (caldén, chañar y algarrobo) sobre una estepa arbustiva (jarillal) o herbácea (coirón y olivillo). En medio de este paisaje surgen – como un hecho aparentemente extraño – las lagunas de deflación. Su existencia es la consecuencia directa de la alternancia de períodos climáticos, unos secos que provocan el descenso de la napa freática y facilitan la erosión eólica en profundidad, y otros lluviosos que se traducen por el ascenso y el afloramiento de dicha napa.”[6]
      Esta región es la del dominio de las formaciones leñosas del monte o del espinal, donde la vegetación se defiende de la intensa evapotranspiración, de la alta heliofanía y de un balance hídrico desfavorable llevando sus raíces a grandes profundidades, lignificando su tallo, reduciendo el tamaño y número de hojas o reemplazándolas por espinas, para protegerse de la desecación.
       Un paisaje singular de la pampa seca es el de las salinas o salitrales, que se forman cuando las aguas que se escurren por terrenos cargados de sedimentos marinos, se concentran en cuencas con escaso o ningún desagüe, ubicadas en zonas de intensa evaporación, precipitando sobre el fondo los productos en solución; en los períodos de sequía, tras la evaporación de las aguas, el cloruro de sodio o sal común cristaliza en la superficie.
      En los suelos salobres se desarrolla una estepa arbustiva de alrededor de un metro de altura, comunidad formada principalmente por distintas variedades de “jume”, formando matorrales con el "esparto" y el "pasto salado".



[1] - Domingo Cozzo : La Argentina : Suma de Geografía – Ed. Peuser – Bs.As. - 1960
[2] Apuntes fitogeográficos tomados de Ángel L. Cabrera – La Argentina – Suma de Geografía – Peuser – Bs.Aires – 1958.  - Ángel L. Cabrera – Flora de la Provincia de Bs. Aires – INTA – (Eds. Varias)  y  Ángel L. Cabrera y Elsa M. Zanardini: Manual de la flora de los alrededores de Bs. Aires 
– Ed. ACME – Bs. As. - 1993
[3] - Angel L. Cabrera : Flora de la Prov. de Bs. Aires. - INTA - Bs.As. - 1970
[4]- Ricardo G. Capitanelli y Mariano Zamorano: Geografía Regional de la Provincia de San Luis – Boletín de Estudios Geográficos - Vol. XIX - Instituto de Geografía - Facultad de Filosofía y Letras - Univ. Nacional de Cuyo - Mendoza - 1974
[5] - Lucio V. Mansilla : Una excursión a los indios ranqueles. – Edición digital basada en la de Buenos Aires, Imprenta, Litografía y Fundición de Tipos, 1870. – Biblioteca Virtual Cervantes - http://www.cervantesvirtual.com
[6] - Ricardo G. Capitanelli y Mariano Zamorano: obra citada

CALDÉN
Autores: Juan Carlos Chebez y Bárbara Gasparri
www.losquesevan.com/ecorregiones-de-la-argentina-vi-el-espinal.-el-distrito-del-calden.714c 

       
     Más al oeste se extiende la cuña del bosque xerófilo pampeano, de norte a sur, desde el río Quinto al Colorado, para algunos, es el área más típica de la pampa seca, donde predominaban las asociaciones puras de caldén (Prosopis caldenia) adaptado a las condiciones de semiaridez que la misma ofrece, arraigado en suelos arenosos, con escasas e irregulares lluvias. Este árbol, característico de la región, abre su copa, amplio abanico de ramaje retorcido, a baja altura, apoyándose en un añoso tronco de madera semidura, resistente, de color castaño rosado.[1]
     Los caldenales, son asociaciones de ejemplares distanciados entre sí por varias decenas de metros, pues sus raíces se extienden superficialmente a gran distancia, a escasos centímetros de la superficie, en la que crece un tapiz herbáceo graminoso y duro; sus frutos son vainas comestibles, tanto para el hombre, como de gran valor forrajero para los animales, ricas en proteínas y en azúcares.
Es un árbol mediano, raramente supera los doce metros de altura, su fuste se alza hasta los tres o cuatro metros, desde donde se abre en una copa ancha y redondeada, hemisférica, con forma de sombrilla de fino follaje. La corteza es agrietada y de color negruzco, igual que sus flexuosas ramas pobladas de espinas y flores amarillentas y su fruto una vaina arqueada con forma de espira abierta.[2] 
En el límite nordeste de la provincia de La Pampa con la de San Luis y en suroeste de la provincia de Buenos Aires era posible encontrar los últimos relictos de aquellos antiguos bosques, hoy destruidos por una irracional explotación forestal de “tala rasa”, “más bien una extenuación destructiva”, que se hizo de los caldenales con la finalidad de obtener leña para uso ferroviario, postes, madera para carpintería rural y otros fines comerciales o para dejar el terreno descubierto con propósitos agropecuarios, cultivos o praderas forrajeras que en muchos casos agotaron en pocos años la rica capa superficial del suelo forestal.  
       Este árbol, de la familia del algarrobo, al que se asemeja y con el que se hibrida, no es el único de la región, ya que en ella se asocia naturalmente con esa y otras especies, arbóreas o arbustivas, generalmente espinosas, destacándose entre otras el chañar, el espinillo, el molle o incienso, el piquillín, la sombra de toro, las resinosas jarillas, del género Larrea que crecen por doquiera , etc.
 "No se crea por eso que los montes cubren miles de leguas cuadradas sin soluciones de continuidad. Generalmente alternan zonas montuosas con grandes zonas de arenales y medanos más o menos pastosos", pero el nombre de Mamùel Mapú (Mamùel: montes, árboles; Mapú: país, comarca, tierra) aplicado a este territorio por los mapuches - dice Zeballos - es propio, porque lo distingue de los demás como el País del Monte.
   El chañar (Geoffroea decorticans) en mapuche chrical, es un árbol o arbolito mediano o bajo, comúnmente de 1,50 hasta 4 metros de altura, pero no es raro que en algunos lugares llegue hasta los 10 metros. Ramoso desde su base, con tronco y ramas principales tortuosas, con infinidad de ramillas que terminan en agudas espinas, duras y filosas, de aproximadamente 2 cm de longitud, con hojas pequeñas, profusas y vistosas flores amarillas, el fruto es una drupa rojiza y dulce, comestible y forrajera. Produce madera blanda y liviana, apta para carpintería doméstica, estribos, cabos de herramientas, etc. Forma colonias extensas sobre los campos altos y secos, en forma de matorrales o bosquecillos que resulta difícil extirpar porque retoña con vigor.[3]
     El espinillo (Acacia caven) churqui, en la quichua de Santiago del Estero; caven en mapuche, es un árbol o arbolito de corteza castaño oscura, bajo y espinoso de copa amplia, de 1,5 hasta 5 metros de altura, sus flores son cabezuelas globosas, intensamente amarillo-anaranjadas, de ostensible fragancia y sus frutos, legumbres gruesas, largas, negras, con numerosas semillas verdosas, las espinas, redondas, rectas y blanquecinas, miden hasta 2 cm de largo.[4]
       A simple vista es muy semejante a la tusca (Acacia aroma) se los puede diferenciar por el tipo de fruto y la forma de las espinas, esta última posee una vaina con tramos estrangulados en los que se destacan nítidamente las partes globosas que encubren las semillas, además, las espinas son aplanadas.
               ACACIA AROMA (Aromo)                      
 http://en.academic.ru/dic.nsf/enwiki/5595730    
  
Con el nombre común de molle, género Schinus, se conoce un arbusto achaparrado que no suele sobrepasar un par de metros de altura y un árbol que puede llegar hasta los cinco metros, ambos presentan ramas espinescentes con canales resiníferos en la corteza, pequeñas flores blanquecinas y frutos drupáceos, lilacinos, esféricos, carnosos, con los que los indígenas preparaban cierto tipo de chicha.
    El piquillín (Condalia lineata) es un arbusto ramoso, enmarañado, de 80 cm a 2 metros de altura, tan abundante y apreciado por los nativos como el algarrobo, con ramas rígidas terminadas en punta espinosa, además, con grandes espinas laterales, florcillas amarillentas y su fruto es una drupa ovalada de color granate.
    Precisamente, el sabor agridulce de ese fruto les resultaba sumamente agradable, ya sea por su ingesta directa al pie de la planta o tras una breve fermentación de días, convertido en arrope, un licor de inmediato efecto embriagador.
   Entre los arbustos más frecuentes, como los espinosos del género Lycium, que son ramosamente enmarañados con flores blancas o azuladas y frutitos negros o rojos, se extiende la renombrada pichana o pichanilla (Cassia aphylla) pequeña planta con ramaje desordenado y brillantes hojas persistentes, ornamentada con atractivas flores amarillas pero de aroma desagradable, fue muy utilizada en los ámbitos norteños para armar rústicas escobas (pichana en quechua, de pichay, barrer) y las rígidas, cilíndricas, articuladas ramitas del solupe (Ephedra ochreata) arbusto generalmente de poco más de un metro de altura, que parece falto de follaje, porque sus hojas están reducidas a pequeñas escamas soldadas en cada nudo, así como la espinosísima chuquiraga (Chuquiraga erinacea) la de los capítulos dorados, del runa chukii, lancear, o los aguzados matorrales de la maleza dulce peruana, atamisky (Atamisquea emarginata) de cuyas hojas, flores y frutos se desprende un olor penetrante.



En el estrato herbáceo se destacan, entre otras, distintas especies de Setarias, siendo la mayor parte de ellas buenas forrajeras naturales, sus panojas amarillentas, castañas o rojizas en determinada época del año, alcanzan hasta un metro de altura, características de los suelos secos y arenosos son muy resistentes a la sequía, siendo normalmente comidas por el ganado.
   Pero la vegetación predominante es la estepa graminosa de pastos duros, de hojas rígidas, punzantes, perennes, que forman matas grandes, bajas, de 50 o 60 cm, compactas y aisladas, entre las cuales el suelo queda desnudo gran parte del año debido a los fríos invernales, a la acción desecativa de los vientos o a la deshidratación estival; de nula o escasa calidad como pasturas forrajeras, en algún caso tienen compuestos de sabor desagradable e incluso, en otro, con algún ingrediente de relativa toxicidad.
   Las diferentes especies que conforman estas comunidades vegetales, naturalmente adaptadas a las condiciones impuestas por el clima y tipo de suelo, de los géneros Stipa, Poa, Festuca, recibieron el nombre de “coirón”, aplicado a distintas variedades locales.
  


Mapa de la región pampeana, con la frontera aproximada entre la Pampa húmeda y la
Pampa seca - Roblespepe - Trabajo propio - Wikipedia


Zeballos, describía el contorno de los medanales, "una interminable sucesión de arenas acumuladas caprichosamente" por la fuerza del viento, en cuyas faldas sobrevive una magra flora herbácea, como el duro y seco “coirón”, pero también asoman las florecillas del macachi, ya amarillas, ya rosadas o violáceas, según la variedad, hierba sin tallo aéreo destacado (del género Oxalis) cuyos tubérculos, pequeñas papillas carnosas, de sabor dulce y fresco, resultaban un recurso providencial para la sed.
     En los médanos y suelos arenosos en general, vegeta una gramínea muy robusta, de cañas rígidas, macizas, de 1,50 m de altura y largas hojas casi cilíndricas, de escaso valor como forrajera, es el junquillo o espartillo (Spoloborus rigens) que se asocia con el olivillo (Hyalis argentea) especie arbustiva de tallos erectos de hasta un metro en los cuales se distribuyen pequeñas hojas de apariencia plateada y en cuyo ápice se abren flores violáceas, junto a ellos el tupe o ajo macho (Panicum urvilleanum) cuyos poderosos rizomas facilitan la propagación de la planta que ramifica en los nudos inferiores, aun cuando es parcialmente cubierta por la arena, lo que facilita la fijación de los médanos. [5] 
      
Desde el sur de San Luis y norte de la provincia de La Pampa, continúa hacia Mendoza un área extensa de gran sequedad, en la que ni siquiera puede hablarse de un período lluvioso y otro seco, dada la insuficiencia de las mismas, donde impresiona el carácter espinoso de la vegetación que asoma dispersa en medio de amplios claros cubriéndose con una capa de substancia cerosa para evitar la transpiración por las ramas. Es el paisaje de la travesía, semidesértico, zona de tránsito donde la instalación humana sólo es posible bajo condiciones muy rigurosas.
        Hasta las faldas andinas, las precipitaciones no superan los 400 milímetros anuales, en algunos lugares menos de 100 milímetros, con gran amplitud de temperaturas entre los registros del día y de la noche, además de las diferencias estacionales que hacen referencia a temperaturas menores a 10º bajo cero y máximas superiores a los 40º, con un suelo liviano, arenoso, muy permeable y erosionable por acción heólica, la espinosa vegetación se adapta a las formas más extremas de xerofilia dando al paisaje el característico aspecto de desierto.[6]
       El elemento más típico es el matorral arbustivo de monte bajo donde predominan tres especies de jarillas (Larrea divaricata, L. cuneifolia y L. nitida) arbustos ramosos, de tallos leñosos que alcanzan un par de metros de altura y flores amarillas, cuyas partes vegetativas están cubiertas por la resina que estas plantas segregan; el espinoso retoruño (Prosopis strombulifera) llamativa planta de escaso porte cuyo fruto, de intenso color amarillo, tiene forma de sacacorchos; la brea (Cercidium australe) de hojas diminutas, caducas y característico tronco corto muy irregular de corteza verde brillante, por eso llamado “palo verde” en otros lugares de América, ramaje tortuoso, espinescente, sobrecargado de vistosos racimos de flores amarillas y legumbres en forma de vaina achatada, su nombre vulgar deriva de la resina pegajosa que la planta exuda naturalmente o por incisiones en su tronco o ramas; también son representativos los densos matorrales de uno o dos metros de altura de chilca amarga (Baccharis salicifolia) y en las depresiones salobreñas los comunes cachiyuyo (Atriplex spp.) cuyo nombre vulgar deriva del kichwa (kachi, sal; yuyu, hierba silvestre) además de otras especies propias  de ambientes.
   Pero el más curioso es el algarrobo alpataco, pichai, en mapuche, arbusto enmarañado, retorcido y muy espinescente, del que se usa para leña su tallo subterráneo. También conocido como algarrobillo, se levanta abriendo considerablemente su ramaje hasta cubrir un espacio de hasta ocho y diez metros cuadrados, en forma de inaccesible y espinoso matorral.
    Es un arbusto achaparrado, de hojas verde claro, con vainas arqueadas y rojizas oscuras, donde guarda las semillas, que constituyen un buen forraje para los animales, pero subterráneamente adquiere un vigor tal que sus raíces tienen la consistencia leñosa de un árbol corpulento.
    Es un árbol invertido, si puede llamarse así – dijo Zeballos – su fino ramaje parece el haz de raíces de una planta corpulenta; mientras su dura y extendida raigambre se asemeja al desarrollo exterior de los árboles, precisamente, su nombre vulgar deriva de la quichua santiagueña, allpa tierra, suelo y taqu, árbol o algarrobo, con el sentido de “árbol de tierra”.[7] 
      
Uno de los talentos del gaucho – apuntaba Mansilla – era la prontitud con que halla leña donde ningún otro la ve y la asombrosa facilidad con que hace fuego, utilizando para ello el algarrobo alpataco, arbustito que abunda en algunos campos al sur de los ríos Cuarto y Quinto, cuyas "raíces gruesísimas, aunque estén verdes, tienen tanta resina que arden como sebo."[8] 


ALPATACO - Autor: Fernando López Anido
       https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Prosopis_alpataco_01.jpg  



[1] - Domingo Cozzo : La Argentina: Suma de geografía -Peuser - Bs.As. 1960
[2] - Angel L. Cabrera : Flora de la Provincia de Buenos Aires - INTA - 1968
[3] - Angel L. Cabrera : Flora de la Provincia de Buenos Aires - INTA - 1967
[4] - Churki - Variedad de árbol espinoso denominado también ‘espinillo'. Las denominaciones churki y tuska se aplican en realidad a tres variedades muy parecidas de la familia de las leguminosas: Acacia caven, Acacia atramentaria y Acacia aroma.Jorge R. Alderetes: El quichua de Santiago del Estero (Rep. Argentina) Diccionario Quichua-Castellano. - usuarios.arnet.com.ar/yanasu/vocabu.htm
[5] - Angel L. Cabrera : Flora de la Provincia de Buenos Aires - INTA - 1967
[6] - E.M.Chiozza - Z.G.van Domselaar - Suma de Geografía - Peuser - 1958
[7] - Jorge R. Alderetes: El quichua de Santiago del Estero (Rep. Argentina) Diccionario Quichua-Castellano – http://usuarios.arnet.com.ar/yanasu/vocabu.htm
[8] - Lucio V. Mansilla : Una excursión a los indios ranqueles -CEAL- 1980




EL RODEO (1861) - Prilidiano Pueyrredón
Museo Nacional de Bellas Artes - http://mnba.gob.ar/

     Desde el sur del río Carcarañá (Santa Fe) se extiende la pampa ondulada, así denominada por las lomadas, resultantes de un levantamiento tectónico posterior a la formación  pampeana, las que desde ese río se prolongan hasta el Riachuelo (Bs. As) separadas por ríos y arroyos que labraron sus cursos formando barrancas a pique entre las colinas, para verter las aguas en el Paraná. Su límite occidental es el amplio valle del río Salado bonaerense, que la rodea finalmente por el oeste, encerrando sobre su ribera izquierda las praderas más fértiles del país.
   El modelado superficial característico de esta subregión se muestra leve pero perceptiblemente ondulado, no tiene forma de crestadas prominencias sino de elevaciones achatadas, con suaves pendientes de largos declives, suficientes para evacuar la escorrentía superficial sin provocar fenómenos de erosión hídrica, mientras que la eventual escasez de lluvias no tiene tal dimensión como para originar la extenuación de la cubierta vegetal y la voladura del suelo, que siempre se mantuvo natural y permanentemente protegido de la erosión eólica.[1]
   El espacio natural de la llanura santafesina se correlaciona en muchos aspectos con el sur mesopotámico, formada también por depósitos cuaternarios loéssicos y limosos, similares aspectos climáticos deteminan cierta afinidad en la vegetación, aunque la proximidad de acuíferos salobres en la primera, ocasionan extensas superficies salinizadas y la horizontabilidad del relieve provoca un avenamiento dificultoso y el labrado de lagunas, bañados y esteros que la topografía entrerriana generalmente no soporta.[2]
    El tipo de vegetación dominante, que ocupaba la mayor parte de todas las pampas indianas, era la estepa graminosa: un verde mar de pastos perennes, tiernos unos, como el "pasto miel" (Paspalum dilatatum) muy valioso como forrajero, ordinarios otros, poco apetecidos por el ganado, todos los cuales se agitaban incesantemente con el viento mostrando, unas veces, los tonos plateados de las panojas de las "colas de zorro" (Bothriochloa laguroides) otras, con matices violáceos o pajizos, gracias a las brillantes inflorescencias de distintas especies de flechillas del género Stipa y variadas cebadillas del género Bromus.
  Numerosas hierbas pequeñas o rastreras aparecían debajo de las matas de gramíneas, cubriéndose entonces totalmente el suelo, particularmente durante la primavera, cuando los tallos viajeros de las “alverjillas" de corolas amarillas formaban un verdadero césped o tapiz de hasta 40 cm de altura, desde donde asoman los pétalos violáceos del "vinagrillo" junto a la áspera y urticante "ortiga" (Tragia geraniifolia) o las blancas florecillas de los Nothoscordum, "lágrimas de la Virgen". Aunque más escasas, era posible encontrar asociaciones con "carquejillas", arbustitos ramosos y densamente hojosos, como la Vernonia de numerosas flores purpúreas y hojas lanceoladas agudas.
   También vegetaban las dos únicas especies indígenas de los llamados tréboles, característicos de la estepa pampeana primitiva, el trébol criollo (Trifolium polymorphum) de flores rosadas que abundaba principalmente en los campos altos, pedregosos o arenosos y el trébol común (T. argentinense) de flores amarillentas, frecuente en las praderas bajas o húmedas, invadidos desde los primeros tiempos de la ocupación hispánica por otras hierbas rastreras, cuyos débiles tallos también sostienen las peculiares hojas trifoliadas, provenientes de las regiones templadas de los viejos continentes, cuyo cultivo se favoreció por tratarse de excelentes plantas forrajeras y mejoradoras de las condiciones del suelo mediante un proceso biológico propio de la familia de las leguminosas, como la alfalfa. 

Más allá de la orilla derecha del Salado comienza la pampa deprimida, en la faja central de la provincia, que se caracteriza por tener un relieve sumamente llano que dificulta el drenaje de los ríos y arroyos, de las numerosas lagunas, permanentes o transitorias y de las cañadas o bañados que conforman un hábitat de terrenos bajos, húmedos, cenagosos a veces, inundables casi siempre, en ellos se desarrollaban los poderosos rizomas de los “juncos”, siendo también frecuentes los pajonales de las robustas “espadañas” que formaban densas colonias palustres con varias especies del género Typha, conocidas vulgarmente con el nombre de “totoras”, matorral que en algunos casos llegaba hasta los tres metros de altura, ámbito en el que también se erguía la “paja brava”, el “esparto”, el “jume”, que formaban tupidas y escabrosas comunidades con distintas especies de la espinosa “carda” del género Eryngium, algunas de las cuales podían alcanzar más de dos metros de altura y estaban provistas de hojas basales de más de un metro de longitud.
Antiguo puente ferroviario sobre el río Salado - Guerrero (Prov. Bs. As.)
Archivo Gral. de la Nación - Colección Witcomb
   
En este territorio también había que recorrer a veces decenas de leguas para encontrar algunas comunidades arboriformes mixtas, que se tendían espaciadamente formando bosquecillos, más o menos densos, enmarañados y espinosos, donde prevalecía el  “tala”, junto a la “sombra de toro”, el “espinillo”, el “sauco” o el “chañar”, de intrincado y agresivo ramaje, entre otras especies.
   
El amplio arco que comprende casi todo el litoral atlántico, al sur de la depresión del Salado, encierra los campos más atractivos de la llanura; es la subregión de la pampa surera, donde se quiebra la repetida monotonía de la inmensa planicie cuando emerge una sucesión de sierras que se prolongan en cordones algo separados hacia el suroeste, cerrándose sobre el límite interprovincial para terminar en el río Colorado, que llega al mar después de atravesar la pampa medanosa y seca.

“La ausencia de árboles se explica por la densidad del pajonal, que sombreaba las semillas y las plantas jóvenes e impedía su desarrollo..... a pesar de todo, había árboles, pero no en plena llanura, sino en las márgenes de los ríos y arroyos.” [3]
    El ganado, a pata y diente, destruía el pasto fuerte y abonaba el suelo, pero esta transformación era lenta, producto de una secular evolución natural, que los hacendados, primero y los agricultores después, no podían esperar, por lo que se empleaban medios artificiales como el fuego o el arado para herir las raíces, circunstancias que aprovechaban los rebaños y las tropillas para ramonear los tiernos rebrotes, ya que una vez crecidas esas plantas no eran apetecidas por los animales.

En la actualidad, la prístina vegetación de las pampas, alterada o destruida por la utilización del suelo, sólo se manifiesta en algunos relictos que persistieron al borde de los caminos, de las vías férreas o en los espacios de campo natural no trabajado.
La vegetación, sin el trabajo fecundo de varias generaciones, manifestaba las estrechas posibilidades que ofrecía para la vida humana de aquellos tiempos, la actividad puramente extractiva en algunos montes y la consecuente desforestación que los transformó, en la práctica, en un recurso no renovable.

“Desde 1814 los chacareros y hacendados de aquella jurisdicción del sur veían mermar sus ganados y eran víctimas de otros delitos que la costumbre hacía atribuir a los indios merodeadores, pero el alcalde, y a la vez comandante de escuadrón del Regimiento 5° de milicias de caballería don Mariano Fernández, no aceptando la habitual interpretación dada por el vulgo a aquellos hechos, se propuso esclarecerlos a fines de 1816, investigando con tanto tino y acierto que llegó a individualizar a los autores, que resultaron ser individuos refugiados en los Montes del Tordillo, bajo la protección del teniente coronel graduado Francisco Ramírez, poseedor de hornos de carbón en aquellos parajes. Las averiguaciones del diligente alcalde evidenciaron que la mayoría del ganado consumido en las carboneras por los numerosos vagos, desertores y sujetos con cuenta pendiente ante la justicia criminal allí refugiados, era robado por el paraguayo Juan Portillo, el español Antonio Salado, Mariano Quiñones y otros cuatreros, con la complicidad de los mayordomos del comandante, Vicente Lagosta, Santos Almeida y Rudecindo N.(a) el Santiagueño; como también comprobó que las carretas conductoras del carbón disimulaban bajo este combustible, en sus viajes a la capital, los cueros y el cebo de los animales mal habidos, conduciendo a su regreso, para acrecentar la población entregada al crapulismo, mujeres prostitutas o dispuestas a serlo.” [4]
      

Archivo Gral. de la Nación - Colección Witcomb

           
La rentable explotación pastoril de entonces contaba con una constante económicamente favorable: la escasa demanda de mano de obra. La falta de aprovechamiento de la potencial riqueza del suelo agrícola, sea por carencia de mercados e incentivos a la producción, sea como consecuencia del régimen de tenencia de la tierra, como así también el exiguo desarrollo de las actividades artesanales e industriales y el escaso o nulo adelanto en materia de instrucción pública, determinaron la formación de una población marginal, rural o suburbana, nada dispuesta a soportar pacíficamente las paupérrimas condiciones de vida transmitidas generacionalmente.

“…..la Campaña Señor Excelentísimo abunda por todas partes de ociosos, mal entretenidos, pero en ninguna parte proliferan tanto como en la Guardia del Monte, pues parecería éste un lugar elegido como asilo de la impunidad para hacerse dueño de lo ajeno, no respetar la propiedad, ni las personas.” [5]

Al sur del Salado se encontraban algunas otras isletas arbóreas autóctonas generalmente denominadas “talares”, por el predominio de éstos sobre las otras especies del espinal ya mencionadas, dando lugar a infaustos parajes conocidos como Montes de Monsalvo (en Maipú) Montes Grandes (en Gral. Madariaga) y Montes del Tordillo (en el actual partido homónimo).

“Muchos de estos terrenos están hoy infestados de gentes bandidas, abrigadas en los montes, que llaman de las islas[6] del Tordillo y Monte Grande, desde cuyo asilo hacen sus incursiones a las vecindades, cometiendo grandes excesos, que deben quedar extinguidos, luego que las tres más avanzadas fronteras al sud se hallen establecidas, y con la fuerza de sus dotaciones, para atacarlos con suceso feliz. La rigurosa policía que se establezca en todos los puntos de la campaña, harán que desaparezcan de ella, hombres y aun familias tan inmorales y vagas, poniéndolas en sus deberes, o con las seguridades convenientes” [7]

Mientras tanto, en el prístino ruderal la llamada “paja colorada” se destacaba a metro y medio de altura por sus espiguillas, de color pardo claro o ferruginoso, durante gran parte del año y por sus larguísimas y finas hojas de hasta 300 mm de longitud, formando matas muy densas que se propagaban en extensos pajonales.

“Su tallo duro y largo se emplea en los quinchos o paredes de las habitaciones hechas con haces yuxtapuestos de tallos atados a tirantillos de madera”. [8]

Otra especie que vegetaba en los lugares húmedos, como la anterior, es la “paja de embarrar”, hierba perenne, robusta y cespitosa que solía elevarse hasta dos metros.
“….. hay buena paja de embarrar para techos de ranchos. Dura más que el junco y la espadaña. Estando bien hecho un techo dura 25 años”.[9]
        Las cañas de la cortadera fueron identificadas por Nees (1829) en la nomenclatura científica de las distintas formas vegetativas como Gynerium argenteum, porque es originaria de las pampas rioplatenses, posteriormente fue reclasificada como Cortaderia selloana (Schult - 1900). Afloraban en las depresiones de los campos donde la napa freática está próxima a la superficie del suelo, luciendo, a 3 metros de altura, cual vistosos y brillantes penachos, sus plumosas panojas blanco plateadas o violáceas, rodeadeas de largas y ásperas hojas que rematan en una larga punta, "con los bordes y la mitad superior del envés del nervio medio fuertemente retroescabrosos", explicó Cabrera, derivando, como se ha dicho, su nombre vulgar de ese carácter cortante de las mismas. [10]
      Cultivada en todo el mundo como planta ornamental, es comúnmente conocida y comercializada en los países anglosajones como “pampas grass”, “erba della pampas” en italiano, “herbe des pampas” en francés, “erva das pampas” en portugués, “pampaška trava” en esloveno o “panpa-lezka” en euskera, la lengua de los pueblos de origen vasco, entre otras denominaciones. 


CORTADERA
http://www.jardineriaon.com/search/cortaderia

  Llevada como una especie llamativa y exótica, mediante sus poderosos rizomas subterráneos se ha extendido notablemente en aquellas zonas crimáticamente adecuadas, por lo general templadas y con suelos hídricamente compensados, de distintos países del mundo.
    En Asturias, Cantabria, parte del País Vasco y en algunas zonas de Cataluña se propaga con carácter verdaderamente invasor, desplazando de sus áreas nativas a las especies autóctonas.
   Otra gramínea propia de las lagunas, riachos y cañadas, es la espadaña (Zizaniopsis bonariensis) de fuertes raíces horizontales que le permiten sostener un tallo erecto que suele alzarse también hasta los 3 metros y que también se usaba para techar los ranchos, formaba comunidades en los ambientes palustres con la rizomatosa paja mansa (Panicum grumosum) la saeta (Saggitaria montevidensis) de grandes hojas erectas, flotantes o sumergidas, con forma de punta de flecha, agudas en el ápice y en dos puntas que se abren hacia abajo, mostrando sus flores de pétalos blanco-amarillentos, la muy frecuente caraguatá (Eryngium pandanifolium) robusta, alta, de hojas muy largas, anchas, con capítulos verdosos, algo violáceos y la no menos típica paja brava (Scirpus giganteus) de hojas ásperas y rugosas en los bordes, que constituía la especie dominante en los matorrales de la ribera platense.
    



[1] - Daus, Rey Balmaceda y otros: Aspectos de la geografía agraria de la región pampeana – Anales de la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos – GÆA – Ed. Coni – Bs. As. - 1969
[2] - Ruben Manzi y Francisco Felquer: Unidades naturales de la Mesopot. – GÆA Anales Tomo XVI – Bs.As. –1974
[3] - Antonio E. Brailovsky y Dina Foguelman: Memoria Verde – Ed. Sudamericana – Bs. As. – 1997
[4] - José J. Biedma – Antecedentes históricos sobre la campaña contra los indios – EUDEBA – Bs. As. – 1997     
[5] - Carta de 1817 de Juan Manuel de Rosas al Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón.
[6] - Conjunto de árboles aislados en la dilatada planicie, se trata de un antiguo vocablo de origen marino que los conquistadores, generalmente hombres de mar, aplicaron por analogía en tierra firme a los montes de talas, algarrobos, chañares, espinillos y, entre ellos, algún ombú, que se extendían, de tanto en tanto, en la zona más inmediata a la costa del río de la Plata, pero que luego iban desapareciendo hacia el interior.
[7] - Cnel. Pedro Andrés García: Diario de la expedición de 1822 a los campos del sud. – Pedro de Angelis: obra citada
[8] - Estanislao S. Zeballos: Viaje al país de los araucanos – Hachette – Bs. Aires - 1960
[9] - Juan Manuel de Rosas: Diario de la comisión nombrada para establecer la nueva línea de frontera al sud de Bs. Aires (1826) – Pedro de Angelis: Colección de Obras y Documentos… - Impr. del Estado – Bs. As. – 1837 – Ed. Digital - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
[10] - Angel L. Cabrera : Flora de la Prov. de Bs. Aires. - INTA - Bs.As. - 1970




Numerosas hierbas rastreras aparecían debajo de las matas de gramíneas, cubriéndose entonces totalmente el suelo, particularmente durante la primavera, cuando los tallos viajeros de las “alverjillas” de corolas amarillas formaban un tupido tapiz de hasta cuarenta centímetros de altura, desde donde asomaban los violáceos pétalos del “vinagrillo” o las blancas florecillas de las “lágrimas de la Virgen” que competían con la purpúrea “vernonia”, los dorados capítulos de las “grindelias” o los amarillentos “senecios”.

En los ambientes serranos del sur de la provincia eran comunes, además, los matorrales del “curro” o palo negro (curü: negro en mapudungu) asociados con la “chilca”, plantas de tallos leñosos, ramificados desde la base, que también podían alcanzar hasta los dos metros de altura, especies a las que se agregaban elementos herbáceos como el “romerillo”.
     Esta pastura relativamente abundante entonces en las pampas, conocida como “mio-mio” (del qheswa, miyu: veneno). Las densas matas de esta maleza de unos ochenta centímetros de altura poseían una sustancia resinóidea, causa de su alta toxicidad para el ganado. Los vocablos repetidos, frecuentes en el habla nativa, enfatizan la potencialidad de su significado.
      
       La penetración europea en América también produjo un aluvión fitogeográfico, una de las especies más representativas de ese fenómeno es la Cynara cardunculus, procedente de España y norte de África, advénticia en nuestro país desde mediados del siglo XVIII y que se ha convertido poco menos que en hierba dominante de las pampas, donde se la conoce con el nombre vulgar de “cardo”, maleza erecta y robusta que se destaca por alcanzar hasta un metro y medio de altura, por sus numerosas flores azules o violáceas, por sus grandes hojas espinescentes y porque el vilano (el popular “panadero” de la niñez) que corona el aquenio o semilla, es fácilmente arrastrado por el viento contribuyendo a su eficaz propagación, invadiendo los campos, desplazando los pastos útiles y compitiendo con las plantas cultivadas, habiéndose naturalizado de tal forma que se confunde con la vegetación autóctona.
          El naturalista francés Alcide d´Orbiny, tras su viaje por América meridional en el año 1828, escribió al respecto, refiriéndose al territorio comprendido entre el río de la Plata y el Salado:

“El cardo de Castilla, que no es más que una alcachofa salvaje, análoga a nuestra alcachofa silvestre, resiste mucho tiempo porque su tallo es más grueso y leñoso; es el preferido como combustible, aunque arde igual que el cardo asnal y constituyen juntos la única madera que se usa en el campo. Los pobladores agregan la boñiga de vaca y los huesos. Cuando los cardos comienzan a crecer, sirven de alimento al ganado; al desarrollarse, ahogan toda otra especie, pero apenas caen, el terreno se cubre de vegetación. Los pobladores se sirven de la flor para coagular la leche, como se hace en gran parte de nuestros campos de Francia. Hay una tercera especie de cardo que los habitantes llaman carda, cuyo tallo es más delgado y se seca más tarde. Se lo quema cuando falta por completo otro combustible. Los cardos son, en general, de gran utilidad en un país completamente desprovisto de bosques, pero tienen el inconveniente, cuando llegan a su mayor altura, de servir de refugio a los ladrones de los grandes caminos y de proporcionarles una cómoda acechanza; por eso se viaja siempre con temor durante los primeros días del verano. Las rutas sólo presentan, entonces, una avenida de cardos tan elevados e impenetrables que no permiten a la mirada extenderse y no dejan ninguna salida abierta para huir del peligro.
…………………………………………………………………………………………….........................................
Apenas se construye una casa en las llanuras, los habitantes tratan de procurarse combustible y traen, de inmediato, tallos secos de esos cardos, las semillas, por consiguiente, se distribuyen por todos los alrededores.  Los animales las pisan y entierran.  Cuando llueve esas plantas se desarrollan y las semillas son transporta-das más lejos, sea por los vientos, sea por las nuevas casas que se construyen. De ahí su rápida difusión en el suelo de la República Argentina, difusión que hace temer para el porvenir que cubran por completo la provincia de Buenos Aires.”[1]

También Charles Darwin, el investigador inglés, se refirió a este punto en términos similares. Al pasar cerca de la Guardia del Monte, en setiembre de 1833, retuvo esta observación:
“…..Dudo que haya memoria de otro caso de invasión en tan gran escala de una planta extraña sobre las aborígenes. Según dejo dicho, no he visto en ninguna parte el cardo al sur del Salado, pero es probable que al crecer la población del país el cardo extienda sus límites.”[2]

http://ekekokiller.blogspot.com.ar/2012_11_01_archive.html
         Contaba Darwin que, atravesando los campos de Areco en setiembre de 1833, con destino a Santa Fe, cuando los cardos gigantes “no habían alcanzado en esta época del año más que las dos terceras partes de su altura”, al inquirir a los lugareños sobre la existencia de salteadores de caminos estos le contestaron parcamente: “Todavía no han acabado de crecer los cardos”.

          En ese mismo sentido se expresaba Lucio V. Mansilla en 1870, cuando decía: 
“Los que han hecho la pintura de la Pampa, suponiéndola en toda su inmensidad una vasta llanura, ¡en qué errores descriptivos han incurrido!. Poetas y hombres de ciencia, todos se han equivocado. El paisaje ideal de la Pampa, que yo llamaría para ser más exacto, pampas, en plural, y el paisaje real, son dos perspectivas completamente distintas.
Vivimos en la ignorancia hasta de la fisonomía de nuestra Patria. Poetas distinguidos, historiadores, han cantado al ombú y al cardo de la Pampa.
¿ Qué ombúes hay en la Pampa, qué cardales hay en la Pampa ?
¿ Son acaso oriundos de América, de estas zonas ?
¿ Quién que haya vivido algún tiempo en el campo, hablando mejor, quien que haya recorrido los campos con espíritu observador, no ha notado que el ombú indica siempre una casa habitada, o una población que fue; que el cardo no se halla sino en ciertos lugares, como que fue sembrado por los jesuitas, habiéndose propagado después?“ [3]


[1] Alcide D. d´Orbigny: Viaje por América meridional – Ed. EMECE – Bs. As. - 1998
[2] Charles Robert Darwin: Diario de viaje de un naturalista alrededor del mundo: Ed. Elefante blanco – Bs. As. - 1998
[3] - Luicio V. Mansilla : Una excursión a los indios ranqueles – C.E.A.L. – Bs.As. - 1980



Un alto en el campo  - Prilidiano Pueyrredón (1861) - Museo Nacional de Bellas Artes  -http://mnba.gob.ar/coleccion/obra/3187


       Sorprendía al viajero, escribió Armaignac,[1] la ausencia casi absoluta de árboles del país, sin embargo, saliendo de Buenos Aires se encuentran "árboles enormes llamados ombúes, cuyo origen es absolutamente desconocido", bastante cercanos unos a otros, pero, de cuando en cuando, separados por leguas de distancia, a medida que se alejan de la ciudad.
       Luego describe a esta especie (Phytolacca dioica) como un árbol de frondosa copa, con brillantes hojas de color verde oscuro, ancho tronco tortuoso de corteza grisácea que puede medir varios metros de diámetro en su base, a corta distancia de la cual se divide en innumerables ramas de distinto espesor, extendidas horizontalmente, hasta cubrir un gran espacio con su sombra y con gruesas raíces que se levantan sobre la superficie del terreno.
         
Archivo Gral. de la Nación - Colección Witcomb


      Parecen indestructibles, por su ostentosa corpulencia y más de una decena de metros de altura, Se suceden las generaciones mientras ellos permanecen enhiestos desafiando el transcurso del tiempo, diseminados sin responder a razones edáficas o climáticas, casi siempre aislados, rara vez asociados a otras especies.
"Si nadie vio morir un ombú, tampoco hay quien lo haya visto nacer; su semilla parece estéril y sólo se reproduce por los brotes de sus raíces."[2]
        Es un ser misterioso por su diseminación y aislamiento. Si la madera carece de utilidad por falta de solidez, tampoco sirve para leña, pues se carboniza lentamente despidiendo mucho humo. Para algunos sólo es una hierba gigante de las selvas tropicales, cuya única virtud es el reparo de su sombra.
        Según Magrassi, algunas comunidades guaraníticas plantaban al umbú sobre sus tumbas,[3he ahí, tal vez, el secreto de su difusión original, en las márgenes del Paraná y el Plata, siendo adoptado después por los habitantes de la campaña, de manera tal que su solitaria presencia indicaba, casi con certeza, la frecuentación humana, la existencia de una morada al amparo de su generosa sombra.
         Esteban Echeverría, en el epílogo de su poema "La Cautiva" (1837) nos dejó la siguiente estrofa:

                                                "Fórmale grata techumbre
                                                la copa extensa y tupida
                                                de un ombú donde se anida
                                                la altiva águila real;
                                                y la varia muchedumbre
                                                de aves que cria el desierto
                                                se pone en ella a cubierto
                                                del frío y sol estival. "
                                                ..........................................

        En el "Santos Vega"(1885) de Rafael Obligado, donde vagan las sombras de las tradiciones gauchescas inexorablemente vencidas por las nuevas pautas cosmopolitas, leemos los siguientes versos :
                                                          
                                "¿Dónde va?  Vese distante
                                 de un ombú la copa erguida,
                                 como espiando la partida
                                 de la luz agonizante.                   Bajo el ombú corpulento,
                                 Bajo la sombra gigante               de las tórtolas amado,
                                 de aquel árbol bienhechor,         porque su nido han labrado
                                 su techo, que es un primor         allí al amparo del viento;
                                 de reluciente totora,                   en el amplísimo asiento
                                 alza el rancho donde mora         que la raíz desparrama,
                                 la prenda del payador.                donde en las siestas la llama
                                                                                    de nuestro sol no se allega,
                                                                                    dormido está Santos Vega,
                                                                                    aquel de la larga fama. "
                                                                                  .................................................

      Nunca ha sido el ombú el rasgo característico de las pampas, ni éstas se circunscriben a un "gran manto de esmeralda ", aunque así lo caracterizaran en romántica hipérbole los poetas del siglo XIX; como Luis L. Domínguez que en 1843 escribiera el poema por el cual más se lo recuerda, "El ombú", del cual se transcribe el siguiente fragmento referido a esa “pampa grandiosa”:

                                 “No tiene grandes raudales
                                 que fecunden sus entrañas;
                                 pero lagos y espadañas              No hay allí bosques frondosos;
                                 inundan toda su faz,                   pero alguna vez asoma
                                 que dan paja para el rancho,      en la cumbre de una loma
                                 para el vestido dan pieles,          que se alcanza a divisar,
                                 agua dan a los corceles,              el ombú solemne, aislado,
                                 y guarida a la torcaz.                  de gallarda airosa planta,
                                                                                     que a las nubes se levanta
                                                                                     como un faro de aquel mar.
                                
                                 ¡ El ombú ! Ninguno sabe
                                 en qué tiempo, ni que mano
                                 en el centro de aquel llano
                                 su semilla derramó.                   Y si en pos de amarga ausencia
                                 Mas su troncon ñudoso,          vuelve el gaucho a su partido,
                                 su corteza tan roída,                       echa penas al olvido
                                 bien indican que su vida              cuando alcanza a divisar
                                 cien inviernos resistió.                 el ombú, solemne, aislado,
                                                                                      de gallarda airosa planta,
                                                                                     que a las nubes se levanta
                                                                                                como un faro de aquel mar.”
                                                                                         ..............................................


[1] - H. Armaignac : Viaje por las pampas argentinas - EUDEBA - Bs.As. 1974
[2] - Idem
[3] - Guillermo E.Magrassi : Los aborígenes de la Argentina - Ayllu SRL – Bs. As. - 1987



HORNERO  -  © Autor: Charles J. Sharp
https://commons.wikimedia.org
       
El comerciante e informante británico Mac Cann recorrió las pampas, a fines de 1847 y principios de 1848, con el objeto de conocer la situación de sus compatriotas durante el gobierno de Rosas, como consecuencia de la ofensiva de la escuadra anglo-francesa sobre el río de la Plata, para lo cual contó con la autorización y protección de éste, ya que ingleses, escoceses e irlandeses, que prácticamente monopolizaban el comercio de Buenos Aires y eran propietarios de grandes extensiones de campo, gozaban, en realidad, de mayores derechos y garantías que los propios hijos del país u otros extranjeros.[1]
     De ese trabajo se extraen las siguientes notas, por su pintoresca descripción de los campos cercanos a Buenos Aires, 267 años después de su fundación y porque nos permite tener una idea del paisaje primitivo de esta parte de las pampas, como así también de su lenta evolución, no obstante tratarse de las primitivas tierras repartidas originalmente por los conquistadores y donde se establecieron las primeras estancias. 
"Veíanse gran cantidad de pájaros silvestres; algunos eran rapaces de la especie de los halcones. Una laguna, a cuyas márgenes nos habíamos sentado, se hallaba literalmente cubierta de patos salvajes y los teruterus, atraídos por el humo, revoloteaban sobre nuestras cabezas como escrutando nuestros movimientos. Este pájaro, en la manera de caminar y en el vuelo se parece mucho al avefría verde de Inglaterra. 
La belleza de la escena hubiera sido completa de haberse acompañado con el rumor de las hojas en un bosque, pero aquí no hay árboles que presten a las aves el abrigo de sus frondas. 
Se nos dijo que debíamos hacer rumbo hacia una pequeña plantación y luego escrutar el horizonte hasta descubir un árbol y una casa; desde allí orientarnos hacia la derecha para alcanzar el camino principal. Éste consiste apenas en las huellas que dejan los viandantes al atravesar la llanura.
Pasado un rato se presentaron a mi vista, por primera vez, los venados y los avestruces silvestres, y dimos comienzo a una magnífica persecución.....    
Las cigüeñas, los caranchos e innumerables bandadas de pájaros que cruzaban el aire, remontaban el vuelo y se mantenían suspendidos como asombrados del espectáculo 
Pasamos el río Salado a la altura del Paso del Venado..... podía, entonces, vadearse con facilidad, pero en poco tiempo más iba a convertirse en una corriente rápida y profunda que los animales sólo podrían pasar a nado. En algunos lugares conocidos hay balsas para cruzar a los viajeros. Seguimos costeando el río, por un buen rato, divertidos en mirar los numerosos cisnes, gansos, patos y gallaretas que lo frecuentaban; también vimos muchos flamencos, pájaros de singular belleza, especialmente durante el vuelo..... 
El río abunda en buenos peces y había en él tantas nutrias, que nos dejaban acercar hasta muy escasa distancia..... " [2]
     En lo que al reino animal se refiere, la mayoría de las especies de las otras regiones geográficas también tuvieron amplia dispersión en esta. Es del caso aclarar en este punto, que la fauna pampeana, cuya simple enunciación excedería nuestras posibilidades, no tuvo una distribución cuantitativamente uniforme en cada uno de sus ámbitos, algunas comunidades eran más numerosas que otras, como el ñandú y el venado que se presentaban masivamente a la vista del viajero en la pampa húmeda, o el guanaco y la vizcacha en la pampa seca, por los demás, era menester atravesar los ambientes naturales más propicios, para encontrar cierta cantidad de ejemplares, cuya dispersión, por otra parte, disminuía gradualmente a medida que se alejaban de esos lugares, aunque sin desaparecer por completo.

      De ahí que las divisiones zoogeográficas no son puntuales, sino más bien relativas generalizaciones, basadas en la localización de las concentraciones faunísticas más representativas.
Decía Azara con respecto a las aves, “conozco que abundan más las especies desde los 24 a los 29 grados, que en el resto; lo que atribuyo principalmente a que escasean mucho los bosques en la parte austral.”[3]
         Dentro de ese concepto, las dinámicas peculiaridades de los ambientes naturales sólo determinan parcialmente la distribución de los elementos faunísticos autóctonos, la necesidad de supervivencia impulsa a la adaptación de algunas especies en ámbitos zoogeográficos diversos, donde incluso las actividades humanas producen drásticas modificaciones que alteran esas relaciones naturales; muchas aves de vida arborícola, en las pampas, donde estas formas vegetativas eran poco menos que inexistentes, se arraigaron en las comunidades hidrófilas de los humedales y en la flora ribereña a lo largo de ríos y arroyos, en las que abundaban más que en los espesos pajonales, hasta que la población europea paulatinamente fue introduciendo plantas leñosas foráneas o exóticas para formar, en las adyacencias de los caseríos, pequeñas comunidades arbóreas a las que llamaron “montes”, plantaciones que, a su vez, facilitaron el amparo y la difusión de diferentes formas silvestres.

          Al respecto, debe tenerse en cuenta también esta observación de Mansilla:
"Comimos, dormimos y cuando..... iba a decir gorjeaban las avecillas del monte.... ¡Pero qué, si en la Pampa no hay avecillas! - por casualidad se ven pájaros, tal cual carancho. Las aves, excepto las acuáticas, buscan la inmediación de los poblados." [4]


[1] - José L. Busaniche : Nota preliminar a la obra que se cita
[2] - William Mac Cann: Viaje a caballo por las provincias argentinas - Hyspamérica – Bs.As. - 1985
[3] - Félix de Azara: Apuntamientos para la Historia Natural de los Páxaros del Paragüay y Río de la Plata – Ed. Imprenta de la Vda. de Ibarra - Madrid - 1802
[4] - Lucio V. Mansilla: Una excursión a los indios ranqueles - Ed. Digital - Impr. Litogr. y Fundición de Tipos - Bs.As.- 1870 - Bibl. Virtual Cervantes - http://www.cervantesvirtual.com 





ÑANDÚ: Rhea Americana
© Autor: Jorge Martín Spinuzza 
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       Un ave de amplia difusión en todo el territorio argentino, desde los Andes al litoral, desde la precordillera salto-jujeña hasta la Patagonia, era el ñandú, vocablo de origen guaraní[1], que actualmente encuentra en los ambientes patagónicos y chaqueños su mejor refugio, luego de haber retrocedido ante la ocupación por el hombre de gran parte de su áreas naturales de dispersión, por las que usualmente se desplazaba en nutridas bandadas denominadas “cuadrillas” por el paisanaje, tropeles compuestos por machos polígamos y hembras poliándricas, simultánea o sucesivamente.  
“Desaparecerá del mundo luego que esto se pueble, pues aunque sea difícil pillarle con escopeta y a caballo, e imposible atraerle a las trampas; todo el mundo recoge los huevos que encuentra, y por consiguiente es muy difícil que se logren las crías donde haya población; a que se agrega que se matan muchos pollos las más de las veces sin la menor utilidad.” [2]
       Muchas veces se los llama erróneamente - dijo Orfila - avestruces americanos, cuando en realidad, apuntaba, entre ellos sólo hay una similitud exterior que puede impresionar al simple observador, pero poseen diferencias morfológicas, como por ejemplo, sin profundizar en este tema porque escapa a la naturaleza del trabajo que nos hemos impuesto, los ñandúes presentan tres dedos en las patas, en tanto los avestruces africanos, de plumaje más fino y de mayor alzada que aquel, sólo dos.
        Su aspecto es inconfundible por su cuello prolongado y largas patas, cabeza achatada y pequeña, en relación con el cuerpo, cubierto éste de plumas flojas, de color grisáceo con manchas oscuras.
    Apuntó Azara que "su andar común es espacioso, majestuoso y grave, con el cuello y la cabeza elevados, y formando una joroba en medio del cuerpo", pero que cuando corren echan las alas para atrás "para girar y hacer gambetas, en que son muy prácticos, abren el ala que les conviene, y el viento les ayuda a dar vuelta con mucha prontitud, dejando burlado al que le persigue" y que cuando se detienen es preciso acercarse con precaución, "porque aunque no dan picotazos, despiden coces".[3]

    
https://www.cafleurebon.com/wp-content/uploads/2012/05/gaucho-horseback.jpg

   En el país existen tres especies: el ñandú común (Rhea americana) que era el más difundido en nuestras pampas y el litoral; el ñandú overo del sur (Pterocnemia pennata pennata) en lengua mapuche  choique, mal conocido como avestruz petiso de la Patagonia y el ñandú overo del norte o cordillerano (Pterocnemia pennata garleppi) llamado suri (en quechua).
"Hace poco más de 100 años las grandes tropas de ñandúes eran todavía dueñas de las extensas llanuras, proporcionando al indio y al paisano alimento fresco, ya que estaba generalizado el consumo de su carne, sobre todo la de los alerones. En 1910 todavía se encontraban estas tropillas en las riberas del río Salado, de la provincia de Buenos Aires; pero la caza ilimitada por una parte y la incorporación acelerada de grandes extensiones de tierra a las tareas agrícolas las fue eliminando o expulsando hacia el sur."[4]
      En abril de 1872 Henry Armainac, médico militar destacado en la frontera norte de Buenos Aires,  dice en una parte de su interesante y ameno relato que, saliendo de Junín  a unos cincuenta kilómetros del punto de partida, se galopaba en plena pampa salvaje y completamente deshabitada y alude a las cacerías que, con el nombre de "boleadas" o "corridas de avestruces", se realizaban en grupos de boleadores, gauchos y soldados, durante varias jornadas, como desde siempre lo habían hecho los indios, con el objeto de rodear con  un inmenso círculo, de varios kilómetros de radio, un paraje previamente elegido por la abundancia de ñandúes, gamas, venados, zorros, los cuales, al estrecharse hacia el centro el cerco de gente de a caballo que los encierra, sólo atinaban a escapar enloquecidos por entre los cazadores, "por todos lados las boleadoras rasgan el aire con su giro, para ir a enroscarse con precisión matemática en las patas de los animales que caen al instante como fulminados por una bala asesina. Es una verdadera matanza en la que los perros aportan su eficaz ayuda."[5]


BOLEANDO
Colección Witcomb - Archivo Gral. de la Nación
https://www.educ.ar

       Otra referencia a la fauna de la zona, la encontramos en el relato de Gillespie, capitán de las fuerzas inglesas que invadieron Buenos Aires en 1806 y que en enero de 1807, junto con otros prisioneros confinados al interior de la provincia de Córdoba, pasaba por la actual ciudad de Salto, distante unas quince leguas de Junín, registrando en su libro la siguiente imagen:
"Junto al pueblito hay numerosas tropas de avestruces que, debido a la superficie ondulatoria del terreno, a veces parecen un ejército en orden de batalla. Son muy ariscos y aunque su movimiento más rápido es en dirección de zig-zag, con todo, exceden al caballo más ligero en velocidad. Un charabón grande se sostuvo contra cinco jinetes tres cuartos de hora y fue al fin tomado bajo la barriga de uno de los caballos, completamente exhausto."[6]       
      Fue justamente en la llanura donde vi por primera vez al más grande y menos pájaro de los pájaros del continente”, dijo Hudson.
       Las bandadas, manadas o cuadrillas integradas por varios machos asociados a varias hembras, nidificaban en el suelo, desovando todas las hembras del clan en el mismo nido, que es incubado por el macho, quien además atiende la crianza de los polluelos, chara es una voz de origen desconocido que se ha acriollado para designarlos como "charitos" o "charabones".
"Para el indio esta ave es preciosa por muchas razones. Además de suministrarle su alimento más favorito, con los tendones de las patas le facilita correas para boleadoras; el cuello sirve de bolsa de sal o de tabaco, la grasa del pecho y del lomo una vez refinada se guarda en sacos formados con la piel que se saca en primavera, cuando las hembras como todos los animales patagónicos, salvo el puma, están flacos; la carne es más nutritiva y es más sabrosa para los indios que la de cualquier otro animal de su país y los huevos constituyen un artículo de consumo principal durante los meses de setiembre, octubre y noviembre".
"Los inveterados destructores de esas aves -continúa Musters- son, además de sus enemigos humanos, el puma y los zorros; el primero de estos animales sorprende y mata al ave echada y la esconde cuidadosamente, poniéndose a comer luego los huevos con gran deleite. Creo que los zorros se contentan con sorber los huevos, pero me aseguran que donde abundan los gatos monteses, éstos matan al ave en el nido como su pariente el puma. Por otra parte los cóndores, las águilas y los halcones, perpetran indudablemente grandes estragos en las crías jóvenes. A pesar de todas estas dificultades con que tropieza el avestruz, existe un crecido número y si los indios y otros enemigos no limitaran hasta cierto punto su desarrollo, invadirían todo el país."[7]
         Al ñandú se lo cazaba para comercializar sus plumas y cuero, extrayéndose, también, de las nidadas los 30 o 40 grandes huevos que había en cada una de ellas, huevos que, aunque de sabor algo fuerte, constituyeron un preciado alimento para los primitivos pobladores de las llanuras, quienes solían asarlo sobre el rescoldo, con la extremidad superior abierta, revolviendo con un palito para que no se quemasen.



[1] - Ña: carrera, corrida; ndú: estrépito, así decían al ruido de cualquier cosa y también al rumor producido por un tropel de cosas, animales o personas. Antonio Ruíz de Montoya: Tesoro de la Lengua Guaraní (1639) – Publicado por Julio Platzmann – Leipzig – B.G.Teubner – 1876
[2] - Félix de Azara : obra citada.
[3] - Félix de Azara : obra citada.
[4] - Ricardo N. Orfila  : Suma de Geografía  - Ed. Peuser - Bs.As. – 1960. Indudablemente el autor hace referencia a la situación existente a fines del siglo XIX.
[5] - Henry Armainac : Viaje por las pampas argentinas - EUDEBA – Bs.As. - 1974
[6] - Alexander Gillespie : Buenos Aires y el interior - Hyspamérica - 1986
[7] - George Ch. Musters - Vida entre los patagones -Univ.Nac.La Plata - 1911




    
     El carancho (Caracara plancus) al que los guaraní llamaban caracará, porque escuchaban que cantaba ese nombre con frecuencia (chraru, en mapuche) muestra sobre la cabeza una negra corona ligeramente crestada, la piel de la cara anaranjada y desnuda, pico gris azulado, destacándose su blanca garganta entre un plumaje pardo oscuro en general combinado con partes blanquecinas y atigradas, pecho barrado, alas largas y anchas con mancha blanca visible en vuelo.


CARANCHO: Caracara plancus
© Autor: Jorge Martín Spinuzza 
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      Ave robusta de hábitos asiduamente terrícolas, anda semierecto y carretea para levantar vuelo, desde la altura todo lo sabe - decía Azara - todo lo atisba, comprende y aprovecha este hábil cazador de vuelo raudo que anida en lo más alto de los árboles, cuando los hay, o entre las malezas, en su defecto, pero que resultaba bastante más común verlo perseguir otras aves en vuelo o dejarse caer sobre los cuises, perdices y hasta pichones de ñandúes o las crías recientes de los venados, aunque “no ignora este páxaro todos los modos de subsistir.”
         Con su pariente el caracaray o chimango (Milvago chimango) chriuque, en mapuche, de color pardo castaño claro en general, ventral acanelado, abdomen blanquecino y vetas oscuras, se disputaban los restos cadavéricos que descubrían sobre los campos indianos.
        El chimango es un animal voraz, en tanto ave de presa como carroñera, disfruta de una dieta abundante y variada, incluso insectívora o herbívora, siendo más frecuente que el anterior sobre los caseríos de la campaña. [1]
"Hallándome cerca del animal muerto y antes de que hubieran terminado de sacarle el cuero, me sorprendió en extremo ver la gran cantidad de caranchos y otras aves de rapiña que volaban hacia nosotros, desde todos los puntos del horizonte. Venían desde tan largas distancias, que era inexplicable como el olor podía extenderse tan lejos. En efecto, en todo el ámbito que podía abarcar la mirada de un hombre, veíanse pájaros en vuelo, acercándose al festín."[2]

ÁGUILA MORA
© Fotos Pablo Eguía
http://aves-pe.blogspot.com.ar/
          Abundaba asimismo en estos ámbitos el águila mora, también conocida como águila real o escudada (Geranoaetus melanoleucus) corpulenta rapaz de hasta 70 cm de longitud y una envergadura alar de casi dos metros, de color plomizo azulado en la parte dorsal, en la cabeza y formando un grisáceo escudo en el pecho, partes inferiores blanquecinas, diestra planeadora en las alturas donde describía amplios círculos para saciar su voraz apetencia carnívora de aves, roedores y reptiles, también se avistaba notoriamente por todo el espacio pampásico la solitaria águila coronada o de la flecha (Harpyhaliaetus coronatus) más robusta que la anterior, gris pardusca con copete nucal y cola negra con faja blanca.
      Entre otras formas de aves de presa o rapaces diurnas se encontraban, además, algunos tipos de velocísimos halcones, como el pardo oscuro halcón caracolero (Rostrhamus sociabilis) de vuelo lento sobre los espacios palustres donde, solitario, en pareja o formando colonias dispersas, escudriñaba la existencia de moluscos o crustáceos; el milano blanco, algo grisáceo en la región dorsal, alas y cola (Elanus leucurus); los solitarios y comunes aguiluchos, de vuelo bajo o a media altura, pecho blanco, dorso gris y cola blanca con faja negra (Geranoaetus polyosoma); el gavilán de cola blanca, cabeza, parte dorsal y pecho color negruzco, garganta y parte ventral blancas (Geranoaetus albicaudatus) frecuentemente planeando a considerable altitud; el gavilán mixto, de coloración general pardo obscura y muslos acanelados rojizos (Parabuteo unicinctus)  de estilizada silueta en el despliegue de altura acechando sobre los campos de vegetación herbácea, a pequeños reptiles, roedores, anfibios, aves o insectos; el gavilán ceniciento y barrado en canela (Circus cinereus) difundido por todo el país; entre otras especies falconiformes, como los halconcitos grises (Spiziapteryx circumcinctus) especie exclusivamente argentina, de plumaje finamente barrado y estriado de castaño oscuro en la parte superior y grisáceo blanquecino en la inferior, todas aves de gran envergadura alar, en relación con el cuerpo, de vuelo ágil, sostenido mediante elegantes planeos, con garras potentes y un pico corvo, muy fuerte, siendo por lo general de régimen carnívoro, cazadores de pequeños animales silvestres, aunque algunas especies son decididamente insectívoras.


Halconcito gris (Spiziapteryx circumcinctus)
Autor: Franco Boccignone
https://www.youtube.com/watch?v=KK0Cl7SdfAs

      De las aves carroñeras, aunque eventualmente puedan cazar algún animal silvestre como pequeños reptiles o roedores de los campos y en ocasiones saciarse con huevos o frutos, debe hacerse referencia al jote de cabeza pelada y piel oscura (Coragyps atratus) conocido en todo el país, además, como gallinazo, urubú o iribú en guaraní, allqamari en kichwa, meru en mapuche, e impropiamente llamado cuervo o buitre por su lúgubre aspecto y plumaje predominantemente negro con reflejos metálicos, especialmente cuando se juntaban muchos en un mismo árbol o en una hilera de postes, esperando la matanza de alguna res.
        En sus frecuentes planeos de altura, cuando describe amplios círculos para reconocer una posible presa cadavérica, favorecido por un aguzado sentido de la vista, exhibe una importante envergadura alar cercana al metro y medio, longitud que, a su vez, es superada holgadamente por el solitario jote de cabeza roja (Cathartes aura) que también frecuenta los mismos sitios con despojos en descomposición, participando con bandadas de congéneres, atraídas por su inopinado descenso, en una ingesta generalmente colectiva, alborotada y pendenciera, actividad trofológica que contribuye a la perpetuación de las especies, al mantenimiento del equilibrio biológico y a la depuración natural del medio ambiente.[3]
      El régimen carnívoro de los falconiformes (águilas, halcones, chimangos, caranchos, etc.) los hace verdaderamente útiles para los campos, aún cuando eventualmente ataquen a algún animal de granja, ya porque los mantienen limpios de restos de animales muertos, ya porque tienen como alimentación normal a los roedores o insectos (como la langosta) que viven o se introducen en ese ámbito.
“No hay caso en el mundo animal que tenga tantos enemigos como las culebras y las víboras de estas comarcas, pues que son perseguidas sin descanso por todas las especies de águilas, milanos, halcones, cigüeñas, garzas reales, iguanas y el hombre; además, por los incendios, tan frecuentes en estas regiones, y por los individuos de la misma familia, que se devoran unos a otros; de suerte que su mortalidad diaria es más grande de cuanto pueda calcularse."[4]
       Desde la región subtropical llegaban al ámbito pampásico distintos tipos de reptiles, poseedores de una extraordinaria ubicuidad, pues abundaban tanto en los ambientes semidesérticos como en los húmedos matorrales, disminuyendo notoriamente hacia la región patagónica, tanto que en la zona cordillerana austral no hay representantes de esta clase zoológica, de hábitos terrestres, trepadores o acuáticos que, al margen de una irracional y generalizada sensación de desagrado, cumplían una importantísima función en el mantenimiento del equilibrio biológico. Habiéndose identificado en nuestro país un centenar de especies de serpientes, sólo tres géneros son peligrosos para el hombre por su participación en accidentes ofídicos provocados por una instintiva reacción defensiva exteriorizada en la mordedura e inoculación de diferentes tipos de ponzoñas, suficientemente potentes y activas como para producir graves efectos neuro y hemotóxicos con consecuencias deletéreas en algunos casos.
        Entre la inmensa variedad de serpientes no venenosas, llamadas aglifas por carecen de dientes inoculadores, se encuentran la mayor parte de las numerosas especies de culebras y las boas, aunque en este ámbito actualmente se destaca la ausencia casi absoluta de boídeos como consecuencia del intensivo de desarrollo de la ocupación humana, en épocas prehispánicas convivía en ciertos ambientes la llamada boa de las vizcacheras o "lampalagua" (Boa constrictor occidentalis) cuyo cuerpo castaño oscuro con figuras geométricas más claras en el dorso llegaba a medir hasta tres metros de largo, como así también la boa acuática mboí-curiyú, amarillenta, manchada con grandes pintas negruzcas (Eunectes notaeus), no obstante su utilidad, por alimentarse fundamentalmente de roedores, ambas especies han sido cazadas por millares para surtir a la industria del cuero.



LA SERPIENTE CORAL ROJA Y NEGRA   (Micrurus corallinus)

Autor:  Hernán Alvarado
http://www.avesenmovimiento.com.ar/


       Las víboras venenosas conocidas como mboí-chumbé o “corales”, género Micrurus, relativamente pequeñas, pues no alcanzan generalmente al metro de longitud, son sumamente llamativas por sus pautas cromáticas, en el caso más común (M. Frontalis) la piel está decorada con más de una docena de series compuestas por tres brillantes anillos negros e iguales, en cada una de las secuencias, separadas entre sí por fulgurantes bandas coralinas, otra especie (M. Altirostris) muestra en cada serie al anillo negro central más ancho, sobre un fondo similar, estando separados entre sí por otros sectores circulares, mucho más finos, de color amarillento.
          El género Crotalus aporta una sola especie, la “serpiente de cascabel” (C. Duriussus) que además es la menos frecuente de las víboras virulentas, la mboí-chiny de Azara o mboí-aguaí (con este último término designaron los guaraní al dispositivo sonoro de la cola y después al cascabel de metal, según Montoya) los ejemplares más robustos alcanzaban hasta 150 cm de longitud, siendo su principal característica exterior el apéndice córneo (crótalo) que exhibe en la extremidad caudal, compuesto por segmentos de escamas engarzadas que al ser batidas, cuando el animal está excitado, producen un inconfundible sonido que se aproxima al de las castañuelas. Su color de fondo es castaño claro, con una serie de rombosmás oscuros siendo la zona ventral de color amarillento pálido sin manchas.
         En el litoral argentino llamaron mboí-cuatiá, serpiente pintada o mboí-yarará, a ciertos ejemplares (Bothrops alternatus) de complexión similar a los anteriores cuyo atavío de color castaño, exhibía tonalidades variadas, desde muy claras a muy parduscas, con manchas arriñonadas castaño oscuras o casi negras en el dorso, delineadas con finos perfiles blanquecinos. Al exponer sobre la cabeza un dibujo que pretende parecerse a una cruz, recibieron el nombre poshispánico de “víbora de la cruz”. Algo más corta que la enterior, también abundaba la quiririo, según Azara, o yarará-í, conocida como yarará chica (Bothrops neuwiedi) de color grisáceo, con dibujos triangulares castaños oscuros, casi negros, hacia los costados del cuerpo.


Yarará (Bothrops alternatus)

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      La fecunda familia de los colúbridos complicaron la identificación de las especies porque además de una copiosa cantidad de culebras totalmente inofensivas, había otras representantes con colmillos posteriores, medianamente venenosas o capaces de producir heridas de consideración, falsas corales o falsas yarará, todas las cuales como artimaña defensiva imitaban las tonalidades coralinas, los dibujos y las manchas de las verdaderas o distintos aspectos de su entorno para pasar inadvertidas, tal el caso de las variedades del género Philodryas, de distintas tonalidades de verde y cuyo veneno produce una marcada actividad hemorrágica, otras adoptaban posturas de ataque similares a las de las especies peligrosas, como la mboí-pevá, chata, deforme (Waglerophis merremi) conocida como falsa víbora de la cruz, que aplanaba su cuerpo cilindroide, al tiempo que, destacando su cabeza triangular, abría desmesuradamente la boca y agitando la cola arrojaba dentelladas imitando los movimientos de las genuinas.
         Pese a haber sido una de las mayores habitantes de los bañados, donde ocultaba entre el pajonal su vigoroso cuerpo cilíndrico de hasta tres metros de longitud, favorecida por una coloración dorsal amarillo ocrácea con bandas o anillos transversales oscuros, la mboí-ñacaniná (Hydrodynastes gigas) era una culebra particularmente irritable y de ágiles reacciones impulsivas cuando era alborotada, dilatando ostensiblemente el cuello y elevando prestamente la tercera parte anterior del largo cuerpo desde sus repliegues horizontales. La mordedura se curaba frecuentemente con los escasos remedios conocidos en el país, decía Azara, sin otros efectos que los resultantes de una herida ordinaria.


Lagarto overo   (Tupinambis teguixin)
Autor:  Hernán Alvarado
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        La escasa talla y rapidez en los desplazamientos de los pequeños saurios insectívoros conocidos genéricamente como largartos, teyú, o lagartijas, taragüí, no han sido obstáculos suficientes como para impedir su intensa cacería con el objeto de satisfacer el mercado de cueros o la demanda de mascotas domésticas, principalmente de los de la especie mayor (Tupinambis teguixin) el lagarto overo o teyú-guazú.



Calandría real (Mimus triurus)
Autor: Hernán Alvarado
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      Entre las pequeñas aves del orden de los passeriformes, migrantes o residentes, nidificantes o moradores temporales, se destacaban profusamente la parda y cenicienta remolinera común (Cinclodes fuscus); el abundante junquero (Phleocryptes melanops); el pijuí de cola parda (Synallaxis albescens); el itinerante churrinche de semicopete y ventral rojos, el resto negruzco (Pyrocephalus rubinus); la estival y pintoresca tijereta (Tyrannus savana); la terrícola y arbustiva calandria mora (Mimus patagonicus) del canto variado e imitativo; las cachirlas manchadas de negro y ocráceo (Anthus correndera y A. furcatus); el cabecita negra de cuerpo amarillo pálido oliváceo (Carduelis magellanica); la serrana loica común de pecho colorado y alas blancas visibles en vuelo (Sturnella loyca) el siete colores (Thraupis bonariensis) de contrastantes matices azulados, anaranjados y negros; el difundido misto de dorso ocráceo y ventralmente amarillo (Sicalis luteola); entre otras.


Loica
Autor: José Canas
   https://www.youtube.com/watch?v=2_WZCubgqRc

         Como ya se ha dicho, la avifauna pampásica reunía algunos elementos tanto del área subtropical como de la subandina, así el chiwanku, el esquivo zorzal negro, haabía-rú en guaraní, huilqui en mapuche, propio de los territorios de influencia quechua (Turdus chiguanco) llamado “mirlo” por su parecido con otra especie europea. El zorzal de abdomen colorado (Turdus rufiventris) poseedor de potentes y melodiosos trinos; el zorzal blanco o chalchalero [5], haabia-tí, en guaraní, del canto sereno y variado (Turdus amaurochalinus) cuyo dorso pardo oliváceo contrasta con el blanquecino de la parte ventral. Todos estos pájaros canoros, llamados tordos o zorzales, son obstinados usurpadores de nidos y su variada alimentación consiste en frutos, semillas, insectos, gusanos y prácticamente todo lo que puedan capturar, se especializan en regular la presión del aire y la tensión del complejo sistema muscular de la siringe, el órgano vocal, donde la tráquea interviene a modo de caja de resonancia para amplificar la sonoridad de las prolongadas secuencias de notas emitidas.




[1] - Félix de Azara : obra citada.
[2] - William Mac Cann: Viaje a caballo por las provincias argentinas - Hyspamérica – Bs. As. - 1985
[3] - José Santos Gollán (h) : La Argentina - Suma de Geografía – Ed. Peuser – Bs. As. - 1958
[4] - Félix de Azara : Viajes por la América Meridional –  Ed. Elefante Blanco – Bs. Aires - 1998
[5] - El nombre común de chalchalero le fue impuesto en el noroeste argentino por frecuentar una especie arbórea tropical llamada chalchal, común también en las selvas marginales del Delta y riberas platenses, de tronco color ferruginoso, pequeñas flores blanquecinas y comestibles drupas ovoides rojizas (Allophylus edulis)  –  Angel L. Cabrera y Elsa M. Zardini:  Manual de la flora de los alrededores de Buenos Aires – EdACNE – Bs. As. - 1993





        Chingolo  (Zonotrichia capensis)
         © Autor: Jorge Martín Spinuzza 
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       Una de las aves más vistas, oídas y comunes en todos los ambientes campestres o urbanos de las pampas ha sido siempre el quichuístico chiqullu, el chincol mapuche, castellanizado como chingolo (Zonotrichia capensis) que los guaraní denominaban chesihasí, porque así canta todo el año con gracia y claridad. Al romper el día, decía Azara, es de los primeros que saludan la aurora, aunque al anochecer vocaliza mejor y con mayor variedad su tradicional secuencia, alegre y seductora, compuesta por tres notas cortas y una cuarta que es un gorjeo. 

Chingolo (Zonotrichia capensis)
Subido por Agro Argentina

De cabeza y copete grisáceos claros con rayas negras, collar dorsal de tonalidad canela, cuello, pecho y parte ventral de color blanco, dorso pardo con estrias negruzcas, por su porte, arraigo y asiduidad, “a ningún páxaro de los que conozco acomoda tan bien el nombre de “gorrión” como al Chingolo”, concepto que repitió Darwin en 1832 llamándolo "gorrión de este país", pocos años antes de la introducción de la especie alóctona del mismo nombre, el gorrión europeo (Passer domesticus) importado entre 1865-68 para que eliminara a nuestro “bicho canasto” (Oeceticus platensis) que por no existir en Europa no formaba parte de sus hábito trofológico, esencialmente granívoro. Como se trata de un pájaro audaz y pendenciero, poco a poco fue desalojando de los lugares poblados a las especies propias, las que hubieron de buscar el refugio de los campos, por lo que en pocos años invadió todo el país, cruzando, incluso, la cordillera.

       
© Autor: Jorge Martín Spinuzza 
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Siempre se ha destacado en el paisaje pampásico la habitual presencia del "hornero" (Furnarius rufus) y su nido con forma de horno de barro, cuya entrada está orientada hacia los vientos cálidos del norte. De ellos dijo Azara que tienen por costumbre "acercarse  mucho a las casas campestres, y aún a los pueblos, como si amasen al hombre; y hacer pública ostentación de sus grandes nidos, construyéndolos en los lugares más visibles, con preferencia junto a las casas, y a veces sobre ellas mismas o en las estacas de los corrales. Ambos se acomodan en los matorrales, sin que por eso dejen de hallarse en los campos. No entran en bosques grandes, ni suben a las cumbres, van siempre con su amada muy próxima e idéntica, jamás en familia ni bandada. No prolongan mucho sus vuelos, porque tienen las alas no muy fuertes y algo cortas."
"La entrada, que está en el costado, es doble alta que ancha. Lo interior tiene dos divisiones separadas por un tabique, que empieza en la borda derecha de la entrada y va curvamente a terminar en el muro interior, dejando junto a este una puerta para entrar en el aposento, donde tiene los huevos, sobre colchón de gramilla." [1]
       Los horneros pasan gran parte del tiempo sobre el suelo, recorriendo los campos con pasitos rápidos que interrumpen, de tanto en tanto, para hacer una carrera muy breve, deteniéndose después, repentinamente, para reanudar su camino, siempre con una elegante sobriedad.

BENTEVEO
© Ramón Moller Jensen
www.ramonmollerjensen.com/details.php?image_id=829 
    En los talares, en las arboledas cercanas a los caseríos, en los matorrales próximos a algún curso de agua, pero también de los campos abiertos de las praderas herbáceas, de las estepas arbustivas o de los pajonales graminosos frecuentaba, en bastante cantidad, el curioso “benteveo” o “bichofeo”, apuesto pájaro de cabeza algo grande con franjas blancas y negras, pardo amarronado en el lomo e intensamente amarillo en el pecho y en el vientre, con pico y patas de color negro, pitaguá en guaraní (Pitangus sulphuratus) vivaz y vocinglero, posee un reclamo potente y llamativo del cual devienen sus apodos. Su nido, una cámara espaciosa, globulosa, con amplia boca de entrada, si bien aparentemente es de aspecto desordenado debe ser muy confortable por su dedicada construcción con pastos secos, ramitas, todo tipo de fibras vegetales, plumas etc.


https://www.youtube.com/watch?v=neEgnHpv2FI

    
       El chajá (Chauna torquata) ave zancuda de plumaje gris plomizo, con matices blanquecinos y pardos obscuros, arraigado en la planicie herbácea, frecuentaba los parajes anegadizos y pantanosos, donde hacía grandes nidos entre los juncos y matorrales, encontrando en el ámbito pampásico el límite austral de su dispersión desde la región subtropical. Sumamente esquivo en los campos, como dócil y doméstico en las cercanías de los ranchos, fue característica su presencia vigilante en las pampas, alertando con su fuerte grito, agudo y  agrio, sobre la presencia de personas o animales extraños al lugar.
Cuenta la leyenda que un guerrero guaraní, puesto a vigilar en la orilla de un río, fue muerto por sus enemigos, convirtiéndose en un ave que de inmediato remontó vuelo, planeando a gran altura, mientras alertaba al resto de la tribu con un sonoro grito ¡yahá!  ¡yahá! palabra que en esa lengua significa ¡vamos! ¡vamos!.
                  "Me encontraba, como digo,
                   en aquella soledá,                                Como lumbriz me pegué
                   entre tanta escuridá,                             al suelo para escuchar;
                   hechando al viento mis quejas             pronto sentí retumbar
                   cuando el grito del chajá                      las pisadas de los fletes
                   me hizo parar las orejas.                      y que eran muchos jinetes
                                                                                                                       conocí sin vasilar. " [2]


© Autor: Jorge Martín Spinuzza 
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      El tero (Vanellus chilensis) también  es un activo centinela de los campos, de las cañadas o de las lagunas y aún de los lugares urbanizados, lógicamente es más habitual en las poblaciones establecidas en los centros rurales. 
      Del terutero o teteu, escribió Azara, "le dan el primer nombre en Buenos Ayres y Montevideo, y el segundo en el Paragüay. Ambos le convienen, porque los canta con freqüencia agria y fuertemente incomodando bastante". Ese onomatopéyico nombre lo utilizaron, además, los guaraní para referirse a toda cosa torcida, voz ronca o desentonada. [3]
“También canta de noche si oye rumor, y por eso dicen que es enemigo de los contrabandistas. Igualmente lo es de los viageros y cazadores, porque suele ir á encontrarlos y los acompaña, incomodándolos con sus voces continuas y alborotando la caza.”[4]
         Azara señaló que abunda en todos los campos, aunque no se interna en las aguas y bosques, ni se posa en otro lugar que no sea en el suelo. Sólo rara vez se junta en muy pequeñas bandadas, por lo común se lo ve nada más que con su pareja, ambos de plumaje pardo, con reflejos morados o azulados, partes del pecho y de las alas de color negro y el resto bajo del cuerpo blanco, caminando a pasitos cortos y frecuentes, con su negro copete erguido, aunque a veces, baja y sube el cuello rítmica y nerviosamente. Deposita los huevos directamente sobre el suelo, defendiendo a éstos y sus polluelos con un estridente y amenazante canto, mientras que revolotea haciendo círculos y embestidas sobre el intruso, tratando de intimidarlo con el espolón cónico que sobresale hacia el ángulo del ala.   
                        

        Tero (Vanellus chilensis)                      
            Por M. de la Peña
                     
 
       Debe mencionarse entre los habitantes permanentes de las riberas de los ríos, lagunas y terrenos inundables, la circunspecta elegancia de los rosados flamencos (Phoenicopterus chilensis) pariwana en quechua, pichral en mapuche; de pasos largos, pausados y vistoso vuelo tendido, que descollaban entre las pobladas bandadas de garzas y las numerosas colonias de biguaes, bandurrias y patos.
“Es un páxaro singular... no lo he visto sino en las grandes lagunas cercanas á la costa del Rio de la Plata, y en las de lo interior de las Pampas de Buenos Ayres, donde encontré algunas bandadas de muchos centenares...es sociable, no nada ni zambulle. Los 27 primeros remos son negros, y los restantes muy roxos, como todas las cobijas. Tambien son muy roxas las tapadas, ménos el órden mayor que es negro, como el segundo órden del trozo del medio. El resto integro del vestido es blanco bañado en roxo, notándose mas este color desde el cogote y en la cola; pero en el escapulario se advierten chorros roxos á lo largo. Pico alto en la raiz blanco rosado, encorva con violencia hacia abaxo, siendo este trozo negro y muy grueso, aunque termina en una punta muy poco corva".[6]
                                                                    FLAMENCO
© Fotos Pablo Eguía
http://aves-pe.blogspot.com.ar/

 A los flamencos dedica Hudson su párrafo más elogioso:
"Pero los más asombrosos, los más maravillosos de todos eran unas aves esbeltas, altísimas, de color blanco-rosado. Vadeaban solemnemente el río en fila conservando una distancia de un metro. Se hallaban a veinte metros de la orilla. Quedé sorprendido y fascinado por aquel bello espectáculo y el placer que me embargaba se intensificó cuando el pájaro que iba adelante se detuvo, y alzando la cabeza, tensando el esbelto cuello, abrió las alas y las sacudió. Descubrí qué éstas extendidas eran de un glorioso color carmesí. Aquel pájaro me pareció la criatura más angelical que había visto en la tierra 
.................................................................................................................................................................................
Luego los he visto cientos de veces, en tierra o volando, a cualquier hora del día y con las más diversas atmósferas como marco. He podido contemplarlos en el mayor esplendor de su hermosura, al ponerse el sol, o al amanecer, cuando, inmóviles en el agua, su imagen se refleja claramente como en un espejo. Los he divisado desde una alta orilla, volando en bandadas, rozando casi el azul del agua, formando una larga línea carmesí o una perfecta media luna, conservando iguales distancias entre sí, con las alas a punto de tocarse".[7]


[1] - Félix de Azara : obra citada.
[2] - José Hernández : Martín Fierro - Ed. Losada - Bs. As.-
[3] - Antonio Ruiz de Montoya: Tesoro de la lengua guaraní - Madrid - 1639
[4] - Félix de Azara: obra citada
[5] - José Hernández : Martín Fierro - Ed.Losada - Bs.As. - 1939
[6] - Féliz de Azara : obra citada
[7] - Guillermo Enrique Hudson: Allá lejos y hace tiempo
 - http://www.elaleph.com
http://www.biblioteca.org.ar/LIBROS/3010.pdf




                                                                     FLAMENCO
© Fotos Pablo Eguía
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GARZAS ARDEA ALBA Y EGRETTA  THULA
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Autor: 
Emily Willoughby
       En los ambientes lacustres también se lucía la “garza blanca” grande (Ardea alba) “todo su plumaje es mas blanco que la nieve, y su pelleja oscura... una hilera de plumas de mástil rectísimo y tieso, de barbas descompuestas y sedosas, que están echadas sobre el cuerpo, excediendo 7 ½ pulgadas á la cola: y como su raiz apoya únicamente en la piel, el viento juega con ellas, y aun las mete en el barro y las ensucia”, porque durante el período de apareamiento esta especie presentaba vistosos, largos, delicados plumones en la parte dorsal. Notoriamente más pequeña, pero igualmente nívea en su uniforme de plumas endebles, sueltas y delgadas, la garcita blanca (Egretta thula) de patas amarillas se desplegaba en nutridas camarillas.
       Más de una docena de aves acuáticas compartían bulliciosamente aquellos espacios anegadizos o costeros, luciendo variedad de grisáceos, plomizos, negros y brillantes plumajes, en algunas especies con notorios matices rojizos o azulados en distintas partes del cuerpo. Uno de los órdenes más comunes, entre las polícromas aves acuáticas, lo constituían las inconfundibles siluetas anseriformes de los patos de las lagunas, ríos, arroyos y bañados, ampliamente conocidos por su torpe contoneo anádico y el buen gusto de sus carnes.


Garza mora
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Alastair Raefrom London, United Kingdom
       Pero en las inmediaciones de los juncales, lagunas o arroyos, entre la vegetación palustre o arbustiva, prosperaba y reinaba la casta de las gráciles y esbeltas garzas moras; frecuentemente se mantenían “largo rato posadas e inmóviles sobre los árboles o palos, con el cuello encogido, la espalda jorobada, y el cuerpo como comprimido por las alas”, con las que, aunque desconfiadas y esquivas, volaban lánguida y displicentemente sin tenderlas por completo. En el agua se comportaban con ligereza y actividad entrando “hasta la rodilla sin nadar, para pillar sapos, ranas, caracoles, pescados, culebras, víboras, anguilas y san-guijuelas”, luciendo algunas especies sus seductoras plumas escapulares, “aigrettes”, cuya activa demanda por los modistos y sombrereros eu- ropeos de mediados del siglo XIX provocó la despiadada cacería de millares de aves, como la solitaria garza mora de la caperuza azul, casi negra (Ardea cocoi) pecho y parte ventral de color blanco, en tanto que “aplomadas blanquizcas, ó de un ceniciento azulado” nacen en la espalda “plumas débiles de barba suelta y sedosa, que casi llegan al fin de la cola, y aun la exceden en los que tengo por machos. Semejantes plumas nacen del tercio inferior de la garganta, largas 9 pulgadas, que todas podrían servir para adornos de luxo y mujeriles”, decía Azara en la edición de 1805.
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"En la época del celo, echan sobre su lomo un manto de largas y finas plumas, que les dan un aspecto gracioso y elegante y se reúnen en grandes bandadas para hacer sus puestas, eligiendo para ello los esteros más inaccesibles.
La garza mora pocas veces se reúne en bandadas grandes y por lo general vaga en parejas en las orillas de los bañados, buscando las pequeñas víboras y sapos con que se alimenta.
Las blancas, forman un nido pequeño, que luego más tarde adornan con el manto adventicio con que se engalanaron para sus amores, y, cuando los cazadores llegan a tiempo, recogen en estos nidos las plumas codiciadas; si no matan sin piedad las que la poseen y trabajan decididamente por la extinción de la raza, pues hacen la matanza precisamente en el momento menos oportuno.
Cuando un cazador descubre un estero que las garzas han elegido para su asamblea anual, busca sus compañeros, rodean el grupo de aves, ocultándose, y luego atropellan al montón armados de largas varas con las cuales -aprovechando la dificultad que tienen los animales para emprender su vuelo- hacen la presa que pueden, dejando a sus rifles y escopetas la tarea de concluir con la bandada, que ya en algunos días no se aleja de aquellos parajes.
La pluma de la garza grande vale de ochocientos a mil quinientos nacionales el kilo y la de la chica de dos a tres mil, según la clase.
Estos precios son tentadores, así, a primera vista, pero hay que tener en cuenta que cada pieza tiene diez y ocho plumas de superior calidad como máximum y otras tantas de segunda y tercera clase y que se necesitan algunos centenares de piezas para formar un kilogramo de pluma.
La época de la caza de la nutria, así como la de la garza, es precisamente, el invierno, cuando viste su traje de gala, echando el pelo o plumón más espeso y flexible, pero coincidiendo desgraciadamente con el período del procreo: esta razón ha traído casi el agotamiento de la raza, no solamente en las islas y esteros de la costa porteña, sino también de la entrerriana y santafecina...” [1]

       El cisne argentino de cuello negro (Cygnus melancoryphus) como el falso ganso o cisne blanco (Coscoroba coscoroba) abundaban en las lagunas pampásicas hasta que fueron brutalmente cazados, en parte para utilizar su cuero y plumas, por lo que, como dice Orfila, encontrar de vez en cuando uno que otro casal es una extraña rareza.
"Era Mr. Murray un verdadero sportsman, su diversión favorita consistía en cazar cisnes y gansos silvestres que daban buena provisión de plumas y carne para la casa" [2]
CISNES  (Cygnus melancoryphus)
 © Autor: Jorge Martín Spinuzza 
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       Del cisne de cabeza negra, color que se extiende hasta la mitad del cuello, en la que también se destacan dos o tres carúnculas rojizas (excrecencias carnosas situadas sobre el pico) siendo de plumaje blanco en todo lo demás, decía Azara: “No existe en el Paraguay, pero abunda en las cercanías del Río de la Plata, y en las lagunas grandes de las Pampas de Buenos Ayres; en cuyos parajes me dicen que es estacionario. Vive en sociedades numerosas, y hace poco tiempo que se llevan sus pieles á España."
     Su distinguido y solemne desplazamiento en el medio acuático, contrastaba con un torpe andar terrestre, ritmo que sólo alteraba con un estrepitoso carreteo cuando se encontraba forzado a levantar vuelo o a escapar presuroso sobre la superficie del agua, chapaleando con fuertes patadas y enérgicos aleteos, hasta alejarse nadando rápidamente aguas adentro para esconderse entre los densos pajonales, donde prosperaba  y se alimentaba de moluscos, crustáceos, plantas e insectos propios de las áreas deprimidas.
     Los roedores tenían representantes muy característicos en los ámbitos acuáticos e inundables de lagunas, bañados, arroyos o ríos, donde se alimentaban de tallos tiernos y hacia los cuales se habían  dispersado desde el distrito misionero, como el carpincho o la nutria criolla, especies secularmente perseguidas por otros animales, depredadores naturales, o por los cazadores furtivos, hasta lograr prácticamente su exterminio.


COIPO (Myocastor coypus)
Autor: Juan Tassara
https://www.youtube.com/watch?v=OOOBgAH8wcg

      El nombre de nutria está mal aplicado, por pertenecer a un carnívoro europeo, nuestro quiyá (en guaraní) o coipo (en mapuche) (Myocastor coypus) es un roedor de regular tamaño, cabeza grande con orejas pequeñas y larga cola, cuya piel es muy estimada porque está recubierta por un pelaje largo y duro bajo el cual crece una felpa tupida, sedosa, suave y de tonos uniformes en la gama del castaño oscuro.



CARPINCHOS
Autor: ExpedChannel
https://www.youtube.com/watch?v=85G_Zl0KAy4

 El carpincho (Hydrochoerus hydrochaeris) llamado capibara en español, por derivación de capiguara en tupí-guaraní, que se puede traducir como habitante de los pajonales, era un inofensivo y profuso animal, de cabeza y extremidades cortas y fuertes, en relación con su corpulenta apariencia, al que una activa e irracional caza, por su piel muy buscada, ocasionó que se trate de una de las tantas especies silvestres que van desapareciendo. El mayor de los roedores, no obstante su peso cercano al centenar de kilos y un metro de longitud, era un ágil nadador y se defendía con denuedo de sus depredadores.[3]


[1] - José Sixto Alvarez (Fray Mocho): Tierra de Matreros (1897) – Tall. Gráf. Joaquín Sesé – La Plata – 1910
Ed. Digital – Bibl. Virtual Miguel de Cervantes – http://www.cervantesvirtual.com
[2] - William Mac Cann : Viaje a caballo por las provincias argentinas (1847-1848) - Hyspamérica- Bs.As.- 1985
[3] - José Haedo Rossi - José S. Gollan (h) - Ricardo N. Orfila : Suma de Geografía - Ed. Peuser - Bs.As. - 1960





                                   CARPINCHOS   -   http://farm2.static.flickr.com/1278/847643300_feafc6ecab_o.jpg

          En nuestras pampas prístinas de campos incultos, se ocultaban en los pastizales altos y tupidos, de donde se levantaban solamente ante la inminente posibilidad de ser hostigadas, ciertas aves americanas de mediano tamaño que los españoles llamaron "perdices", porque que tenían algunos rasgos semejantes con aquellas, ya que también hacían sus pobladas nidadas, producto de las relaciones poligámicas y/o poliándricas, prácticamente en la tierra, con muy pocas hierbas; pareciéndose además porque no eran aves de paso, por ser "temerosas y tristes; en volar poco trecho con pesadez, esfuerzo y ruido: en ser veloces en la carrera y no posarse jamás en árbol ni rama, en ser buena comida, en el pecho carnoso y cuerpo abultado”. 
         En el noroeste argentino se las denominaba genéricamente yutu, vocablo quechua que, según Orfila, significa rabón, sin cola, porque este apéndice, muy corto o atrofiado, queda oculto bajo las plumas, en lengua aymara pisaca, según la crónica del cura misionero Cobo y en el Paraguay eran conocidas por su nombre aborigen, ynambú, siendo ynambú-guazú la perdiz grande o colorada (Rhynchotus rufescens) por el color acanelado rojizo dominante en su plumaje, en tanto que el ynambuí o perdiz chica (Nothura maculosa) era la más abundante en la llanura bonaerense, distinguiéndose por la emisión de un trino largo y melancólico. [1]


Inambú común (Nothura maculosa)

Autor:  Hernán Alvarado
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         Otros de los animales más típicos de la llanura eran los vulgarmente llamados "peludos", conocidos por ese nombre en virtud de los largos pelos que asoman entre las placas óseas que forman su articulada caparazón, razón ésta por la que también se los denominaba “armadillos”, de extremidades cortas y robustas, con fuertes uñas, largas y curvas, específicamente adaptadas para cavar las madrigueras que constituían su bastión y su albergue. 
         Azara los designa como tatuejos tomando este nombre del genérico tatú empleado por los guaraní.
    El peludo propiamente dicho (Chaetophractus villosus) llamado naunau en mapuche, kirkinchu en quechua, se multiplicaba en los suelos flojos de las pampas alimentándose principalmente de osamentas, no obstante su carne, suficientemente preparada, era muy estimada, aunque, según Estanislao Zeballos, la más sabrosa era la escurridiza mulita (Dasypus septemcinctus) que moraba en las praderas pobladas de dulces gramíneas y de la que Azara decía que era un manjar delicado.
        Otra carne, aunque negra y de fuerte sabor, pero que tuvo mucha demanda y cuya piel también fue utilizada para varios fines, eran las proporcionadas por la liebre o liebre europea (Lepus europaeus). Su prolífica descendencia, plaga de la agricultura, ocupó todos los lugares del país, a pesar de su carácter de especie no autóctona.
         La vizcacha del área pampeana (Lagostomus maximus) animal de unos 70 cm de longitud y 7 kg de peso, de hábitos nocturnos, vivía en amplias y difundidas madrigueras, con muchas bocas o galerías de salida, habitadas por numerosas familias. El pelaje grisáceo, con algunas franjas negras en cabeza y cola, es suave, no lanoso, pero muy resistente, fueron muy perseguidas por los daños que causaban en los cultivos en razón de su régimen fitofágico, por la demanda del mercado de pieles y, en menor escala, para la industrialización de su carne, blanca, apetecible y de alto valor nutritivo. [2]
"Durante todo el día había estado observando que de cuando en cuando la tierra parecía removida y cavada por madriguera y que en un radio de una veintena de metros no crecía la más ínfima hierba. Esto me tenía un poco intrigado y me preguntaba qué animales serían los que alli vivían en comunidad; consideraba que para un solo animal la madriguera era demasiado grande, además se veían numerosos orificios. Cuando llegó la noche, advertí varios bultos negros del tamaño de un conejo grande que corrían hacia las madrigueras y se detenían generalmente a la entrada de los subterráneos. Eran vizcachas, especie de roedores un poco parecidos al conejo pero diferente de éstos por la forma de la cabeza y la presencia de un bigote formado de largas cerdas rígidas como las del gato"  [3]

     El conjunto de madrigueras, o vizcacheral, donde habría de permanecer la colonia durante varias generaciones, entrañaba un peligro inminente para la gente de a caballo, aunque los buenos jinetes sabían sortearlos con destreza, pues de muchachos - dijo Sarmiento - "recorren los campos cayendo y levantando, rodando a designio en las vizcacheras", mientras que los menos avezados o los provenientes del extranjero caían en ellas con facilidad.

Imagen tomada de Fauna de Paraguay
http://www.faunaparaguay.com/lagostomusmaximus.html
Imagen tomada de Fauna de Paraguay
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"Un animal que abunda mucho en la pampa, especialmente en un radio de veinte leguas alrededor de la ciudad, es la vizcacha; tiene la cola larga y peluda y en algo se parece a la ardilla, siendo en tamaño dos veces más grande que el conejo. 
Sus cuevas innumerables, obligan al jinete a mantenerse siempre vigilante, porque de lo contrario el caballo podría meter una de las patas en aquellos agujeros. Las vizcachas tienen hábitos gregarios y cavan la tierra en la misma forma que los conejos. Raramente se les ve durante el día, pero al ponerse el sol, salen a comer. Las he podido ver con frecuencia porque son muy mansas y no tienen conciencia del peligro; sentadas sobre las patas traseras, me observaban siempre sin inquietud y acaso con mayor curiosidad que la que yo sentía por ellas. Diríase que se alimentan de hierbas únicamente, porque no tienen a su alcance otra cosa y nunca se alejan mucho de sus cuevas. No he oído decir que sean comestibles, pero se sustentan de cosas limpias y su carne, una vez cocida, es tierna y muy blanca. Tienen las vizcachas una costumbre muy singular: cuando encuentran cualquier objeto duro en el terreno donde comen, se lo llevan invariablemente a la puerta de sus cuevas, ya se trate de una piedra, de un tallo de cardo o de un hueso. Me sería difícil explicar porqué lo hacen, dado que los referidos residuos quedan a la entrada de las cuevas y no podrían servirles de defensa, en manera alguna. Sin embargo, no dudo de que tal instinto les ha sido dado con alguna finalidad útil ."[4]

     Conocido por José Hernández el mencionado hábito del roedor, fue aprovechado para caracterizar al taimado viejo Vizcacha, "tutor" del segundo hijo de Martín Fierro:

Luego comenzó el alcalde
  a registrar cuanto había,
  sacando mil chucherías
  y guascas y trapos viejos,     Salieron lazos, cabrestos,
  temeridá de trebejos             coyundas y manidores
  que para nada servían.          una punta de arriadores, 
                                               cinchones, maneas, torzales,    
                                               una porción de bozales          Había riendas de domar,
                                               y un montón de tiradores      frenos y estribos quebraos;
                                                                                              bolas, espuelas, recaos,
                                                                                              unas pavas, unas ollas,                                                                                                             y un gran manojo de argollas
                                                                                            de cinchones que había cortao                                                           
                          Salieron varios cencerros,
                          alesnas, lonjas, cuchillos,
                          unos cuantos cojinillos,
                          un alto de jergas viejas,             Había tarros de sardinas,
                          muchas botas desparejas           unos cueros de venao,
                          y una infinidad de anillos.        unos ponchos aujeriaos,                                                                                                            y en tan tremendo entrevero
                                                                            apareció hasta un tintero
                                                                                        que se perdió en el juzgao. [5]

          Así relató el capitán ingeniero inglés Francis Head su experiencia al respecto cuando, entre 1825 y 1826, atravesó las llanuras para explorar las posibles riquezas mineras de San Luis y Mendoza:
         "El peligro mayor de viajar por las Pampas son las constantes rodadas del caballo en las vizcacheras. Calculé que mi caballo, término medio, rodaba conmigo al galope una vez cada tres millas; y aunque por la blandura del suelo nunca me herí gravemente, sin embargo, antes de partir no se puede prescindir de sentir cuán desesperada situación sería quebrarse un miembro o dislocarse una coyuntura a tantos cientos de millas de cualquier clase de asistencia."
        "El modo en que los caballos se recobran cuando cede el suelo sobre estas galerías subterráneas, es extraordinario. Al galopar en seguimiento de avestruces, mi caballo constantemente ha entrado con una pata o con una mano; también ha tocado con el hocico en el suelo y siempre se recobra; sin embargo los gauchos suelen tener accidentes muy serios. A menudo he considerado como los caballos salvajes podían galopar como lo hacen en lo oscuro, pero realmente creo que evitan los pozos por el olfato, pues, cabalgando por el campo, cuando se ha hecho tan oscuro que positivamente no podía ver las orejas del caballo, lo he sentido siempre, a galope, apartarse uno o dos pies a derecha o izquierda, como si hubiese pisado una serpiente, lo que hacía, según creo, para salvar algunos de estos agujeros. No obstante los caballos ruedan con mucha frecuencia y, en verdad, en los pocos meses que recorrí las Pampas, tuve más golpes que en el resto de mi vida anterior, aunque siempre tuve costumbre de andar a caballo." [6]
         
         Por su parte, Mc Cann expresó:
"Hay unos búhos pequeños, de bonito aspecto, que son compañeros inseparables de las vizcachas; durante el día, y especialmente por la tarde, se les ve posados junto a las cuevas; si alguien se les acerca vuelan a corta distancia en dirección de una madriguera vecina. Tienen estos pájaros la facultad de volver la cabeza completamente, de manera que, si miran hacía atrás, el pico y la cola quedan en una misma línea; el cuello gira como sobre un eje y al parecer miran con la misma facilidad en cualquier dirección."[7]
LECHUZA (Athene cunicularia)
  Foto :  D. Baccus   
http://www.orbita.starmedia.com
      Parecería innecesario aclarar que se trataba de la "lechucita de las vizcacheras" (Athene cunicularia) mochuelo, para los hispanos, pekeñ en mapudungun, pakpaku en qheswa, urucureá en avá-ñeé que se distinguía, además de la penetrante mirada de sus ojos amarillos, por su parte dorsal, alas y cola pardo ocráceas con lunares blancos, en tanto que la cara, cuello, pecho y abdomen son blanquecinos con barras pardas y ocres, especie tan perseguida por la gente supersticiosa como benefactora de los campos, porque a pesar de su pequeño tamaño era muy voraz y una avezada cazadora, de aguda visión y oído muy sensible, que contribuía a limpiarlos de ratas e insectos.
          El término latino cunicularius significa que excava o hace túneles y ésta es la única lechuza del mundo con hábitos cavícolas, tanto machos como hembras son constructores de madrigueras a fuerza de pico, patas y aleteos, seleccionando para ello sectores relativamente altos del terreno. Sin embargo, si las circunstancias lo permiten, ocupan guaridas excavadas por vizcachas, maras o armadillos, con quienes muchas veces comparten sus cubiles de hasta cuatro metros de largo que poseen, al final, una cámara de incubación.[8]

       Ave común en las pampas, en los espacios abiertos, campos de pastizales o agrícolas de gran parte de América, por su amplia difusión y sus hábitos diurnos es la más conocida de su especie.
        La alimentación de las lechuzas, buhos, ñacurutúes y caburés consiste generalmente en roedores pequeños, insectos o pájaros, según las especies, siendo increíble la voracidad que demuestran con las ratas y ratones que consumen.  Si bien nunca han sido objeto de explotación comercial y las disposiciones en vigor prohiben en absoluto la caza de dichas especies, durante muchos años fueron irracionalmente perseguidas por considerárselos portadores de malos augurios.



[1] - Ricardo N. Orfila : Suma de Geografía - Ed. Peuser - Bs.As. 1960
[2] - José A. Haedo Rossi : Suma de Geografía - Peuser - Bs.As.- 1958
[3] - H.Armaignac : Viajes por las pampas argentinas -  EUDEBA  - Bs. As. - 1974
[4] - William Mac Cann : Viaje a caballo por las provincias argentinas - Hyspamérica – Bs.As. - 1985
[5] - José Hernández : Martín Fierro – Ed. Losada – Bs.As
[6] - Francis Bond Head : Las pampas y los andes - Hyspamérica  - Bs.As. - 1986 [7] - William Mac           Cann: obra citada
[7] - William Mac Cann : obra citada
[8] - Revista Vida Silvestre de Junio-Septiembre 2002 (Extracto)
        http://www.ecopuerto.com/inf_html/visor_notas_inf.asp?idnota=24171007.htm



VENADO DE LAS PAMPAS   © FUNDACION VIDA SILVESTRE
  http://www.vidasilvestre.org.ar/ 
     
Hasta no hace muchos años, en los médanos costeros se hallaban las últimas concentraciones del ciervo conocido como “venado de las pampas” (Ozotoceros bezoarticusguazú-tí, en guaraní, chruli, en mapuche; cuyo hábitat natural se extendía desde el área subtropical hasta el río Negro y desde el pie de las primeras estribaciones andinas hasta las llanuras del litoral.[1]
“Los Güaranís le llaman Güazú-tí (Ciervo blanco) porque lo es en las partes inferiores...Todo lo inferior del cuerpo, de la cola y cabeza, el contorno del ojo, lo interior de la oreja, y lo postrero de las asentaderas son muy blancos; y el resto del vestido bayo roxizo en las puntas de los pelos, que interiormente son pardo aplomados.” [2]
       Es un hermoso animal de importante alzada y regular cornamenta, sensible al ruido huía en tropel ante la menor señal de alarma, pero, aunque realmente veloces, eran de poca resistencia y con un buen caballo era posible ponerse a tiro de boleadoras.
        El ciervo de las pampas y el ñandú, fueron antaño figuras emblemáticas de la llanura pampeana y un recurso vital para los nativos que la habitaban o recorrían.
         Al ciervo macho se le llamaba vulgarmente venado y a la hembra gama, la que carece de astas, es de menor tamaño y de pelaje más claro, siendo la carne de esta última y la de los venaditos muy estimada por los indígenas, no así la de aquel, porque el macho posee una serie de glándulas secretoras que cumplen diferentes funciones y despiden un fuerte olor.
“He comido la carne de los cachorros, que es muy buena; pero dicen que la de los grandes huele mal; y lo cierto es que quando se corre á un macho adulto, exhala un olor pésimo, que me incomodó á quatrocientos pasos en tiempo de la brama: el resto del año no apesta tanto, y á las hembras no he notado tal pestilencia.” [3]
        La expansión de estos cérvidos llegaba desde las costas litoraleñas hasta las primeras estribaciones del extremo sur, es decir hasta la punta, de las Sierras de San Luis, en la provincia homónima, razón por la cual los primeros pobladores del lugar fueron denominados "puntanos", gentilicio que se extendió a todos los habitantes de la aludida provincia; también espontáneamente, la zona fue conocida como "la punta de los venados", denominación que incluso llegó a tener relevancia en la documentación oficial.
      El venado de las pampas era un herbívoro muy abundante en las praderas, especie endémica de la región pampeana, era el único de los cérvidos directamente asociado a los ambientes del pastizal, donde antiguamente merodeaban pobladas manadas que disponían de medio millón de kilómetros cuadrados, hoy quedan algunos cientos de ejemplares sobreviviendo en la bahía de Samborombón, en tierras marginales despreciadas hasta por la ganadería, que no obstante invade las mejores pasturas, otros tantos en los esteros del Iberá, en Corrientes y se estima que algo más de un millar en el centro de la provincia de San Luis, en suelos arenosos con pastizales y lomas con isletas de talas y chañares, acosados todos por los cazadores furtivos o las pestes bovinas (se dice que las epidemias de aftosa han hecho mayor estrago que las cacerías) por lo que este declarado monumento natural libra su última batalla contra la extinción y - como dijo Daniel E. Arias - es posible que la esté perdiendo. [4]
       
Venado de las pampas
 (Ozotoceros bezoarticus)
Subido por Fundación Azara
  
  
   El guanaco (Lama guanicoe) voz castellanizada que proviene del quechua wanaku, es otro animal que alcanzó amplia difusión en todo el territorio, pues además de vivir a lo largo de la cordillera, conoció todos los ambientes de las pampas y aún de la patagonia; trepador en las serranías, ágil en los medanales, veloz en la llanura, elegante siempre.
     Su pelambre lanosa de color canelo-amarillenta era utilizada por los indígenas para confeccionar ponchos, la piel del guanaco adulto (luan, en mapuche) se empleaba para armar las tolderías, la de los ejemplares jóvenes (chulem, españolizado como "chulengo") para los abrigados quillangos o mantas de cueros cosidos, también se aprovechaba la piel del cuello para lazos, riendas, etc.
       Las manadas se apacentaban preferentemente en el campo raso, libre de los árboles o arbustos donde acechaba el puma, bajo la atenta centinela del macho jefe de cada familia, compuesta por más de una docena de individuos, quien aguzando la vista y afinando el oído, en tanto su olfato es  poco desarrollado, vigilaba los movimientos del campo, hasta que con un agudo relincho difundía la alarma, emprendiendo la huida con su grupo, aviso que al repetirse, de cuadrilla en cuadrilla, ponía en fuga a toda la guanacada del lugar, aún a los miembros mas distantes, pero todos tras un mismo rumbo.
     El guanaco nonato, que sacaban del vientre materno, era un manjar para los aborígenes de la araucaria, la patagonia o de las pampas, quienes también capturaban a los animales pequeños con pocas semanas de vida, cuya carne es tierna y sabrosa, no así la de los animales adultos que resulta fuerte y seca, cacerías que se practicaban y conocían con el nombre de "chulenguear" y que tanto contribuyeron a diezmar las milenarias y numerosas tropillas.
     Así como fue modificado el tapiz vegetal, fueron arrasados los talares, caldenales y chañarales para leña, carbón, postes, etc. o para incorporar esas tierras al área cultivada, así también se aceleró el exterminio masivo de la fauna, destrucción iniciada por el hombre con anterioridad "ya por exigencias de su propia trofología, ya con propósitos de lucro o, lo que es más penoso, por el simple hecho de destruir. No olvidemos que la humana es la única especie que ama sin celo, come sin hambre y mata por matar." [5]
       La necesidad de recuperación, conservación y protección de los recursos naturales no obedece a un mero impulso sentimental, tampoco se agota en el fin práctico de mantener o aumentar los productos extractivos, toda modificación al equilibrio dinámico existente en la naturaleza, donde cada individuo está concatenado con el resto del ecosistema, tiene alcances que es imposible prever, el exterminio de alguna especie que forma parte de una cadena alimentaria u otro proceso biológico pude derivar, por ejemplo, en la proliferación de plagas cuyas consecuencias pueden ser mayores que los reales o supuestos perjuicios que se le imputaban a la especie perseguida.
      Por lo expuesto, así como deben incentivarse todas aquellas prácticas que tiendan a revertir la erosión, degradación y agotamiento de las tierras, también deben sostenerse aquellas que impidan la irracional persecución de los animales silvestres de nuestras pampas, factores naturales que el medio ambiente presenta espontáneamente como reguladores de la vida en la superficie de la Tierra.




[1] - Ricardo Orfila - José Haedo Rossi - Suma de Geografía - Peuser - 1960
[2] - Félix de Azara: obra citada
[3] - Félix de Azara: obra citada
[4] - Daniel E. Arias - Diario Clarín - Bs.As.- 3/11/1993
[5] - Ricardo N. Orfila : obra citada
     




ZORRO GRIS
 ©  Autor: Hernán Tolosa
http://www.ecoregistros.org/site/imagen.php?id=39833

   En cuanto a las fieras que acechaban entre los pastizales y pajonales del distrito pampeano, puede decirse que, en general, eran poco abundantes, pero no se limitaban al muy común gato montés (Leopardus geoffroyi) cuya piel, de tinte bayo-acanelada clara, está cubierta por infinitas manchas negras pequeñas, animal de tamaño similar al gato doméstico, generalmente de hábitos nocturnos sólo se alimenta de presas menores, aves, cuises y otros roedores. 
      También los grandes félidos solían manifestarse en todos los ambientes de las pampas, en las serranías era más habitual el conocido e incaico puma norteño, denominado “león americano” por los españoles y criollos. De amplia difusión en todo el territorio argentino, es el chrapial mapuche de la cordillera, bosques australes y meseta patagónica o pangui en los ámbitos cuyanos, sierras y llanuras pampeanas, el yaguá-pitá de los guaraní, variaciones geográficas que responden a distintas formas de transición gradual, razón por la cual se las consideran subespecies zoogeográficas distintas del común género Puma concolor, aun cuando es difícil discernir, sobre sus diferencias morfológicas de tamaño, color del pelaje o proporciones somáticas.


PUMA
http://www.todo-argentina.net/ecologia/animales_en_peligro/puma.htm
         Este gran cazador compulsivo, andariego y solitario, cuya piel sin manchas varía entre el rojizo y el grisáceo, según las regiones, vivía en cualquier ambiente, bosque, montaña o llanura; en las pampas eran más o menos numerosos allí donde también lo eran el venado, el guanaco y el ñandú; veloz en la carrera corta y ágil para el salto no atacaba al ganado mayor, pero arremetía contra los animales menores en cuanta ocasión se presentaba, siendo cruel sin necesidad ni apremio, en lo que difería del yaguareté, aunque nunca se abalanzaba, sin embargo, sobre el hombre.


YAGUARETÉ
Foto Carlos Ramos
           http://www.welcomeargentina.com/formosa/fotografias.html
         El tigre americano, el aludido yaguareté de los guaraní, tuvo una amplia dispersión por el territorio argentino, pero el avance de la ocupación humana con la consecuente transformación de los ambientes naturales y la persecución de los cazadores, por su apreciada piel de fondo amarillo salpicada con grandes ocelos negruzcos, obligó al majestuoso felino a refugiarse en la selva misionera. En las pampas prefería los grandes pajonales de los extensos cañadones.
        El yaguareté (Panthera onça) es el felino americano más imponente y el carnívoro con mayor aptitud predatoria, característico de las áreas subtropicales también supo dispersarse en el territorio pampásico en épocas no tan lejanas, “quando el hambre no le apura, no hace daño, y evita encontar al hombre y á qualquiera otro animal; porque no es cruel sin necesidad, y tiene algo de poltrón”.
     Se caracterizaba, según Azara, por  matar de un modo extraño, saltando sobre el cuerpo de la presa y “poniendo una mano en el cogote o cuerno, agarra con la otra la punta del hocico y la levanta, desnucando la víctima en un momento”, habiendo observado con cuanta facilidad arrastra una res muerta hasta el bosque más cercano y aun cruzarla hasta la otra banda de un curso de agua ancho y profundo.
      La cabeza aparenta ser asaz grande para una estructura que, aunque corpulenta y musculosa, resulta mas bien baja por sus robustas y cortas patas; según la descripción de Azara las “pieles manifiestan que los hay de fondo mas y ménos roxo, y que en otros tira á blanquizco”, el color de su piel es en general “amarillazo algo roxizo”, matizado de multitud de gotas y manchas negras anulares, siendo esos anillos mayores o menores y, según los casos, más juntos o separados, “lo interior de estos anillos ó rosas es del color del citado fondo algo mas subido“, en tanto que en otros “se notan gotas negras dentro de la mayor parte de aquellos anillos”. [1]
  De los otros carnívoros puede citarse al esbelto zorro gris, aguará chaí en guaraní (Lycalopex gymnocercus) de cola larga y peluda, perseguido por su pelaje suave y tupido, como así también por ser un depredador de los rebaños y corrales de aves, aunque también era un regulador biológico de las plagas de roedores o aves dañosas para los cultivos, compartiendo los mismos ambientes que el sanguinario y ágil hurón (Galictis cuja) y el hediondo zorrino (Conepatus chinga suffocans) de pintoresco pelaje castaño oscuro a negro brillante, largo, denso y fuerte, con dos anchas bandas dorsales blancas que tienden a unirse en la cabeza, cola espesa y glándulas látero anales productoras del maloliente contenido que pueden arrojar a distancia como recurso defensivo, las especies regionales recibieron los nombres de yaguané o yaguaré, en guaraní, añatuya, en quechua, chingue, en mapuche.
       En el contorno de la bahía de Samborombón y del cabo San Antonio, pagos del Tuyú (barro, en guaraní) una larga faja de unos cuatro kilómetros de ancho, paralela a la línea de la costa, anegada en antiguos tiempos geológicos por las transgresiones marinas, está ocupada por las acumulaciones de depósitos relictuales de conchillas, principalmente valvas de moluscos, producidas en la fase regresiva de las aguas, así como por materiales finos arrastrados desde los suelos más altos y depositados por la dificultad del terreno para evacuar la escorrentía superficial, formándose un ambiente anfibio de suelos húmedos, blandos, de fondo cenagoso y fuertemente salinizados, característico de los llamados “cangrejales”, porque en ellos excavan miríadas de madrigueras las densas poblaciones de cangrejos del barro (Chasmagnathus granulata) los cangrejos de las rocas (Cyrtograpsus angulatus) o el conocido como “violinista” (Uca uruguayensis), debido a que los machos poseen pinzas de distintos tamaños que parecen tocarse a designio, suelos dominados por los pajonales palustres y los imbricados “espartillares” de 1,5 m de altura (Spartina alterniflora y otras especies del género) por las compactas matas de los rígidos y punzantes hunquillares (Juncus acutus) o los pastos salados del género Distichlis.

         Es esta una  comprimida síntesis de las innumerables especies arbóreas, herbáceas y faunísticas que, en mayor o menor medida, habitan o habitaron nuestras pampas, porque sinceramente excedería las posibilidades de quien escribe, pero lo más importante es destacar que muchas especies son actualmente vulnerables o en vías de extinción por trascendentales y seculares procesos de transformación de los marcos naturales que degradaron los respectivos ecosistemas, como es el caso de los pastizales nativos, que fueron indispensables para el sustento, refugio y nidificación de los granívoros, los cuales han sido substituidos por la explotación agropecuaria, la urbanización de extensas áreas o la realización de obras de grave impacto, pero también se han agravado las condiciones del medio por la introducción de especies exóticas, las depredaciones de los cazadores furtivos, la destrucción del suelo o la contaminación de las aguas y del aire, con el consecuente detrimento de la biodiversidad, es decir la convivencia armónica de distintas especies de vegetales, mamíferos, aves, reptiles e insectos.



[1] - Félix de Azara: Apuntamientos para la historia natural de los quadrúpedos del Paragüay y Rio de la Plata – Impr. de la Viuda de Ibarra - Madrid - 1802 








EL HOMBRE DE LAS PAMPAS


En ese ambiente del ruderal se ocultaba, guarecía y aguaitaba un subtipo gauchesco, el gaucho malo, el desertor fugitivo, el bandolero forajido, el gaucho matrero, con fama de matón y pendenciero, paisano errante de los campos, de los médanos, de los montes, de los pajonales, de las cuchillas entrerrianas o uruguayas, aquel que con justa causa o sin ella, se veía precisado a huir de los funcionarios judiciales y de las fuerzas policiales y/o militares, figura que algunos repudiaron, ciertos enaltecieron, otros moderaron y muchos… hasta santificaron. 
       Durante más de tres siglos los pobladores europeos y sus descendientes criollos estuvieron enfrentados con los aborígenes, primero procurando su sometimiento, después, por la seguridad de los pueblos y, por último, para consolidar la posesión de tierras y ganados. En su momento (entre 1680 y 1777) milicias urbanas y campesinas se batieron, con controvertida eficacia, junto a los regimientos reales en el asedio y toma de la plaza fuerte de la portuguesa Colonia del Sacramento, como lo hicieron después, en 1806 y 1807, durante las invasiones inglesas en la defensa de Buenos Aires y Montevideo.
       A partir de la gesta emancipadora de 1810, los pobladores del país se vieron implicados en otras complejas situaciones bélicas, pues, simultáneamente, combatieron contra los ejércitos españoles para ganar la independencia; contra los brasileños por la integridad territorial de la banda oriental del Uruguay; al mismo tiempo, en cruentas luchas civiles, por disensiones políticas y/o ambiciones personales, a favor o en contra de autoritarios gobernantes civiles, militares o caudillos; además, el conflicto armado entre el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina (1852-1862) así como, inmediatamente después, la impopular y feroz guerra expansionista, originada por el fanatismo político y la concurrencia de intereses económicos internacionales, contra las tropas del dictador paraguayo; sucesos estos que involucraban a todos los habitantes según los bandos gubernamentales, las proclamas militares o las exhortaciones del púlpito, pero el componente básico, imprescindible siempre, además de las castas afroamericanas y/o de indígenas reducidos, fue el paisanaje rural, del litoral y del interior, predominante en casi todos los contingentes, no faltando en tales ocasiones las desbandadas en masa o las deserciones personales de individuos sueltos que se perdían matrereando en la inmensidad de las pampas, en la frondosidad de los montes o en los entresijos de las sierras.




   
  Para cubrir las necesidades emergentes de las apremiantes situaciones que debieron afrontar y siempre desprovistos de un presupuesto suficiente, los gobiernos se reiteraron, desde la antigüedad, en aplicar duras medidas coercitivas, que llegaron a las provincias del río de la Plata a través de la tradición jurídica española.

   El sistema aplicado durante los siglos XVII y XVIII en España recibió el nombre de quintas porque el método de reclutamiento, para completar los efectivos en tiempos de paz o reforzar sus cuadros en caso de guerra, consistía en elegir un hombre, físicamente apto para el servicio militar, de cada cinco pobladores de las ciudades, villas o lugares, solteros y entre ciertos parámetros de edad, mediante sorteo practicado en presencia de las autoridades de cada comarca. Solían estar exentos los que fueren únicos sustento de la familia o los que se desempeñaran en determinadas actividades manufactureras. Como las campañas eran de larga duración (entre cinco y ocho años) los reclutas se convertían, de hecho, en soldados profesionales. [1]


[1] - Luciano O. Barandiarán – La figura de la vagancia en el Código Rural de Buenos Aires (1856-1870)  -  fchst.unlpam.edu.ar/ojs/index.php/quintosol/article/viewFile/113/98


José Pelagio Hinojosa Cobacho, famoso como "José María el Tempranillo" (1805-1833)
Se echó al monte en la Sierra Morena
Retrato de John Frederick Lewis (1833)
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       En ocasiones extraordinarias, para cubrir rápidamente las bajas de los regimientos necesarios, pues el régimen de reclutamiento voluntario era muy lento y no contaba con la adhesión manifiesta de la población, se recurría a la leva forzosa, que además tenía una finalidad social, de acuerdo a la mentalidad de la época, para recoger vagos, desertores echados al monte, maleantes y gente “malentretenida”, sistema que se prolongó aún durante parte del siglo XIX.

       La Ordenanza española de leva de 1775 tipificó como vagos a todos los que vivían ociosamente, sin dedicarse a la labranza, “sin oficio ni beneficio”, careciendo de rentas para su subsistencia o a aquellos que se encontraren a partir de la medianoche durmiendo en las calles o se prendieran en casas de juego y tabernas.

      La Guerra de la Independencia contra Francia (1808-1814) supuso la participación masiva de los españoles en la lucha contra el invasor napoleónico, en los cuadros del ejército real, bien como voluntarios o como reclutados en diversas levas, como así también los que militaron en las partidas guerrilleras. Esto fue así hasta el punto de que puede decirse que casi la totalidad de los hombres útiles, desde muy jóvenes, tomaron las armas en el transcurso de los seis años que duró la lucha. [1]

    En las pampas, la particular característica estacional de las faenas rurales, fundamentalmente pastoriles, la inestabilidad de las políticas relacionadas con la exportación de productos agropecuarios, el régimen de tenencia de las tierras que toleraba la existencia de enormes latifundios improductivos y la carencia casi absoluta de plantas industriales, había generado a los largo de dos siglos una población flotante semi desocupada, utilizada ocasionalmente para los riesgosos trabajos de vaquería con el ganado cerril, apartes, yerras, matanzas, cuereadas, o como peones, domadores, troperos, etc., moradores que subsistían con esos pocos pesos para adquirir los escasos elementos necesarios para su rudimentaria existencia y a expensas del ganado bravío, alzado o cimarrón que pastaba libremente y que mataban a discreción.
“La multitud de Bagamundos, forajidos, gentes ociosas, y araganas de que tanto abundan en la Campaña son el origen de las muchas muertes, robos y desordenes… que ignoran enteramente la Doctrina Cristiana y los principios de la Religion… con la mucha ignorancia que acompaña, con no saber leer, ni escrivir, por no haver en las Parroquias Escuelas publicas… la causa de todo es la multitud de araganes, ociosos y vagos que hay en la Campaña empleados en jugar, robar y hacer muchos excesos por el abrigo que hallan en cualquier parte, donde no se les niega un pedazo de Carne y no les falta un Caballo en que vagar…” [2]



[1] Luis Suárez Fernández – Historia General de España y América: La España de las reformas – Ediciones Rialp S.A. – Madrid 1990 – http://books.google.com
[2] - Acta del 14-11-1788 – Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires – Arch. Gral. de la Nación – Bs. Aires – 1930



LA PULPERÍA
Colección Witcomb - Archivo Gral. de la Nación
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Pero a fines del siglo XVIII algunos cambios en el régimen económico colonial producen una importante valorización de los cueros vacunos, de las carnes saladas, sebos y grasas, por el aumento de las exportaciones legales y clandestinas; la ampliación de mercados determinó la expansión de la ganadería y el comercio, el replanteo de las fronteras indígenas con propósitos de apropiación de la tierra, el crecimiento considerable de la población urbana y rural de los alrededores de Buenos Aires y de las principales ciudades de entonces, por el creciente desplazamiento de los habitantes del interior hacia las zonas ganaderas del litoral a favor de las expectativas de progreso en sus condiciones de vida.
Ante tales circunstancias, los estancieros mostraron un mayor celo en la formación de sus rodeos y abundaron las protestas contra los vagabundos y “changadores” que mataban y cuereaban ganados ajenos para vender en las pulperías de campaña. Pero es de señalar también, que era una arraigada costumbre, entre los hacendados de la época, no marcar los animales para negociar como suyos los cueros comprados a aquellos.[1]
       Es en ese ámbito y en ese tiempo donde se reiterarían los términos “vagamundo”, “quatrero”, “malévolo” y aparecerían otros vocablos como “gauderio”, “gaucho”, “matrero”, siempre con sentido despectivo, hasta insultante, como se verá al tratar este tema en otro artículo.
En el Reglamento de Comercio que dictó el virrey Arredondo en 1790 se hace referencia a las reuniones en las pulperías:

“1.- No permitirá en su casa personas vagas ni malentretenidas que conociere sin oficio ni lícito destino dará noticia al Alcalde de Barrio…
 3.- No consentirá junta de gentes, guitarras, juegos de naipes ni otro alguno aun de los permitidos por Reales Pragmáticas ni mucho menos que hayan corrillos a su puerta pena de diez pesos al pulpero, al esclavo de cincuenta azotes y a cualquiera otra persona de veinte días de cárcel…”[2]

Foto  de Benito Panunzzi entre 1860 y 1863
Archivo Gral. de la Nación - Colección Witcomb


A comienzos del siglo XIX se profundizó esa vigilancia y la coercitiva sujeción al trabajo, que paralelamente aseguraba a los terratenientes mano de obra abaratada, exigiéndose la posesión de la “papeleta de conchabo” para evitar ser acusado de “vago” y generalizándose el servicio de armas como condena para ese delito.
No obstante, no solamente los indolentes serían reclutados, los paisanos “de arriba”, de las provincias del centro-norte, dice Garavaglia, fueron los “voluntarios” que formaron el Batallón de Arribeños, integrado por algo más de quinientos hombres, divididos en nueve compañías, durante las invasiones inglesas, “peones o jornaleros los más de ellos”, que bajaban tradicionalmente para las cosechas y otras tareas rurales. 

Esa tendencia creció desde mayo de 1810, el día 29 se publica una rigurosa leva de “todos los vagos y hombres sin ocupación conocida desde la edad de 18 hasta la de 40 años” para integrar el ejército patriota, a todo esto, la mayoría de los alcaldes de los barrios de Buenos Aires informarían, en su momento, al Cabildo que en sus jurisdicciones no había vagos, a pesar de los “infinitos muchachos q. Dibagan por la Ciudad sin destino…”, según dijera Carlos María de Alvear por aquellos años, por lo que, al margen de los reclutas espontáneos, sería la campaña el semillero de las levas de “voluntarios”.[3]
En 1815 el bando de la policía rural, conocido como “Bando de Oliden”, estableció que las personas sin “propiedad legítima” debían tener un empleo y llevar la papeleta firmada por su empleador y el juez de paz. Sin el pasaporte y la papeleta de conchabo con visado oficial se los podía tildar de “vagos” y enviarlos al ejército por cinco años.[4]

“1.- Todo individuo de la campaña que no tenga propiedad legítima de que subsistir… será reputado de la clase de sirviente… 2.- Todo sirviente de la clase que fuere, deberá tener una papeleta de su patrón, visada por el Juez del Partido…3.- Las papeletas de estos peones deben renovarse cada tres meses… 4.- Todo individuo de la clase de peón que no conserve este documento será reputado por vago. 5.- Todo individuo, aunque tenga papeleta, que transite por la campaña sin licencia del Juez Territorial, o refrendada por él siendo de otra parte será reputado por vago. 6.- Los vagos… se destinarán al servicio de armas por cinco años…” [5]

            Durante los años subsiguientes se suceden las disposiciones tendientes a reprimir y reclutar en el ejército regular o en las milicias de la frontera interior contra el indio, a “los ociosos sin ocupación en la labranza u otro ejercicio útil”, así como a los que se hallaran durante los días laborales en casas de juego, tabernas o carreras y a los que utilizaran un arma blanca para herir a otro, admitiéndose como prueba sólo los informes verbales de los jueces de paz o de los alcaldes de barrio, tanto en el decreto de junio de 1822 refrendado por el gobernador Martín Rodríguez y el ministro Bernardino Rivadavia, como durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, se remontaron las filas del ejército “con voluntarios y con los vagos que huyen del trabajo de la agricultura y el pastoreo con perjuicio de la sociedad”, disposiciones similares rigieron en otras provincias, por ejemplo, en Entre Ríos (Ley de Vagos y Malentretenidos de octubre de 1860 de Urquiza y López Jordán).[6]




[1] - Horacio C.E. Giberti – Historia Económica de la Ganadería Argentina – Ed. Hyspamérica – Buenos Aires 1985
[2] Jorge Alberto Bossio – Historia de las Pulperías – Ed. Plus Ultra – Bs. As. 1972
[3] Juan C. Garavaglia: Ejército y Milicia: Los campesinos bonaerenses y el peso de las exigencias militares (1810-1860) http://books.google.com.ar
[4] Luciano O. Barandiarán – Obra citada
[5] Bando de Manuel Luis de Oliden, Gobernador Intendente de Buenos Aires, 30/08/1815 – Transcripto por J .C. Garavaglia en obra citada.
[6] Juan Manuel de Rosas – Mensaje a la Legislatura – Registro Oficial de la Provincia de Buenos Aires 1838




"Conquista del desierto" (1878-1885)
Colección Witcomb - Archivo Gral. de la Nación
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         También se ha señalado que la decadencia de las cosechas era una consecuencia de las decisiones gubernamentales de “ocupar alguna parte de la gente destinada a la labranza en expediciones militares y destacamentos; y como en la necesidad urgente el modo más seguro era hallarlos al tiempo que estaban ocupados en el trabajo, la experiencia de los primeros sucesos les hizo entender que la ocupación los ponía en peligro: de aquí resultaba que cuando sentían algún rumor de citación se excusaban del trabajo, ocultándose para no ser hallados…”, por esta razón algunos propietarios defendieron a sus jornaleros migrantes o trabajadores de temporada con falsas papeletas de conchabo permanente, pues la base del reclutamiento forzoso recayó no solamente sobre los hombres perjudiciales por su comportamiento, sobre los conocidos por no tener ocupación alguna, sino también sobre otros “muchos sin relaciones que los liguen, ni familia cuyas atenciones los llamen”, es decir, migrantes solteros, principalmente de Córdoba, Tucumán, Santiago del Estero, el Litoral o Cuyo, que se trasladaban para realizar trabajos estacionales y que mayoritariamente integraron esos contingentes. [1]

En el período transcurrido entre septiembre de 1852 y marzo de 1862, en que el Estado de Buenos Aires se mantuvo separado de la Confederación Argentina, la frontera interior había retrocedido casi a sus límites de 1828 debido a las incursiones indígenas.
Hacia 1858, cuando se intensifica la tensión entre Buenos Aires y la Confederación, las leyes, decretos y circulares represivas vuelven a reiterarse, refiriéndose siempre a los vagos y mal entretenidos,  llegándose a prohibir entre otros, el “juego de bolitas” en la calle, además de reuniones festivas y bailes sin permiso, bautismos, encender fuegos artificiales, corridas de avestruces y juego de pato, como así consumir habitualmente en días de trabajo bebidas alcohólicas, proferir palabras obscenas o participar en juegos de cartas, taba, o bochas en las pulperías, siendo únicamente los Jueces de Paz de la campaña los funcionarios competentes para intervenir en estas causas mediante juicio verbal y sólo dejando constancia en acta. El condenado podía apelar ante el Juzgado del Crimen (situado generalmente a muchos kilómetros de distancia) recurso que no tenía efectos suspensivos, por lo que el “destinado” a una unidad militar debía remitirse de inmediato, mientras ese magistrado fallara en definitiva.

La retracción de la ocupación territorial ocurrió al mismo tiempo que la economía pecuaria bonaerense crecía, por lo que en los años subsiguientes el gobierno adopta las medidas conducentes para avanzar la frontera nuevamente sobre el territorio ocupado por los grupos aborígenes.[2]
En ese contexto, por iniciativa del gobernador Mariano Saavedra, se encomendó a Valentín Alsina la redacción de un proyecto sobre el cual se produjo la discusión y sanción del Código Rural de la Provincia de Buenos Aires, que marca en Argentina, el inicio de la etapa de codificación u ordenamiento metódico de las leyes, sistematización legal que posteriormente fueron siguiendo otras provincias. [3]

La Sección sobre “vagancia” de la Ley Nº 469 el 6 de noviembre de 1865 (Código Rural) constaba de cuatro artículos:
“Art. 289: Será declarado vago, todo aquel que, careciendo de domicilio fijo y medios conocidos de subsistencia, perjudique a la moral, por su mala conducta y vicios habituales.
Art. 290: El juez de paz procederá a sumariar los vagos cuando esto resulte por notoriedad o por denuncia, aprehendiéndolos cuando resulte el mérito suficiente.
Art. 291: Después de esto se asociará el juez de paz a dos de los municipales, o en su defecto, a dos alcaldes; y formando así el juri, será oído verbalmente el acusado por sí o por el defensor que quiera nombrar, produciendo en el acto las pruebas que crea pertinentes, y resolviendo, sin más trámite el caso, de todo lo cual se sentará el acta respectiva.
Art. 292: Los que resultaren vagos, serán destinados si fuesen útiles, al servicio de las armas, por el término de tres años. Si no lo fuesen, se les remitirá al Depar-tamento General de Policía para que los destinen a trabajos públicos por el término de un año”.




[1] - Carta de un Labrador, publicada en El Argós de Buenos Aires el 11/12/1824 transcripta por Juan Carlos Garavaglia en obra citada.
[2] - Juan Carlos Garavaglia – Obra citada
[3] - El Código Civil de la Nación entró en vigencia el 1º de Enero de 1871 (Ley Nº 340 del 25 de setiembre de 1869) y el primer Código Penal para la Nación rigió desde el 1º de febrero de 1887 (Ley Nº 1920 del 7 de diciembre de 1886).



Desde mucho tiempo atrás, esa creciente masa de gente subocupada, o sin trabajo alguno, había comenzado a constituirse en la mayor inquietud de los criadores, grandes o chicos, pues decían que con el pretexto de comprar reses para consumo o para hacer cueros, grasa o sebo, robaban y mataban sus ganados, por lo que aquellos, para evitar la persecución de las repetidas partidas de la justicia, trataban de ponerse, individual o colectivamente, fuera de su alcance, aislándose cada vez más en la inmensidad de los campos.

  “Mucho importaría para lo espiritual y temporal el que tantos que avitan en el Partido de los Arrecifes, Arroyos, Pontezuelas, Pergamino y Las Hermanas, vibiendo en tierras ajenas o arrendadas y en unos Ranchos que valen poco mas que nada y sin tener quasi ningunos ganados, se agregassen y vibiessen juntos para de este modo zelar sus costumbres e instruirlos… Es constante que en los Partidos de la Magdalena, Matanza, Luxan, Areco, y los demas en que havitan los hazendados ay mucho numero de familias agregadas a tierras ajenas con quasi ningunos vienes atenidos a un pedazo de carne que mendigan o por decir mejor que abenturan y sus pocos caballos para pasearse por la Campaña de Rancho en Rancho pasando la maior parte de su Vida metidos en los Vicios que les acarrea la ociosidad y con poca o ninguna obediencia a las Justicias.....   [1]

Escena campestre - Foto Benito Panunzzi
Archivo Gral. de la Nación - Colección Witcomb






Una fuente insospechable para conocer documentadamente el contexto económico y social de aquellos tiempos, tanto en lo que se refiere a los trabajos en chacras y estancias, como en los algodonales, en los quebrachales, en las explotaciones mineras, en los cañaverales azucareros del norte del país, así como en los talleres y emprendimientos fabriles, es el informe elaborado por el Dr. Bialet Massé en 1904 (poco después de la llamada “Conquista del desierto” de 1880) que fácilmente nos permite deducir la situación anterior e inferir las consecuencias políticas, sociales y económicas sobrevenidas pocas décadas después.  
          
        En lo que respecta al ámbito rural, destaca que “hay en el país, reunidos en una sola mano, hasta 15.000 kilómetros cuadrados, bien que se trate de una compañía, y hay particulares, muchos, por centenares, que tienen más de 500; verdaderos feudos, pero feudos muertos, inertes, improductivos… leguas de tierras que no valían hace veinte años 500 pesos, valen hoy 20.000, hasta 50.000, en las provincias de Córdoba, Santa Fe y otras; sin que sus dueños hayan puesto un ápice para semejante progreso…la acumulación de brazos hace que los patrones abusen, pagando mal y exigiendo un trabajo excesivo… y aunque se dice que se hacen de sol a sol, es falso, porque se aprovecha la luna, al alba, o después de puesto el sol, para alargar la jornada… hay un verdadero desequilibrio social en materia de educación en todo el país… se grita que hay sobra de profesionales pero en verdad lo que hay es falta de escuelas primarias… las autoridades de campaña son realmente una calamidad; y se hace de esto arma política. Calamidad hija del desierto y de la guerra civil, aprovechada por mala educación política y la codicia, ha pasado por las mismas vicisitudes que el país… todavía el comisario, el almacenero y el juez de paz forman la trinidad explotadora… Así como en algunos puntos se ha nombrado uno que otro funcionario más o menos correcto, en otros son pésimos y muy dados a cometer tropelías.



[1] Carta a Su Magestad. de Domingo González fechada el 16/01/1756, transcripta por E. Coni en El Gaucho – Ed. Solar- Hachette – Bs. As. 1969   





Dr. Juan Bialet Massé y familia

Además de abogar por la jornada laboral de ocho horas, también se ocupa Bialet Massé, entre otras cuestiones, del descanso semanal o dominical; a manera de resumen transcribo el siguiente párrafo:

“Y desde tan remota antigüedad hasta nuestros días, millares de leyes civiles y eclesiásticas vienen repitiendo el precepto. Y cosa notable, los países que se distinguen por su violación son precisamente los países católicos, y entre los católicos sobresalen, por esta falta de instinto y de humanidad, los del habla española; produciéndose un contraste de los más resaltantes entre los pueblos de religión reformada, y éstos, que debieran ser el ejemplo en cumplirlo, puesto que para ellos es dogma religioso… es una manifestación paladina de la codicia, expresa la voluntad de enriquecerse a costa del prójimo; y cuando uno ve sentado en la iglesia al patrón, acompañado de su mujer y de sus hijos, oyendo el sermón en que se predica el descanso dominical, con el ademán más devoto y ungido de beatitud, no puede menos el observador atento que decir: es el colmo de la mentira y la hipocresía; y dan ganas de tomar el látigo y echarlos del templo como Jesús lo hizo veinte siglos ha.”

Con respecto al elemento criollo y mestizo que poblaba los campos y las serranías dice lo siguiente:

“Cierto que adolece de defectos y tiene vicios arraigados; pero no es su obra, ni es responsable de ellos. No se tiene en cuenta que durante ochenta años se le ha pedido sangre para la guerra de la Independencia, sangre para guerras extranjeras, sangre para guerras civiles, y a fe que ha sido pródigo en darla; y no sólo dio su sangre sino que le quitaron cuanto tenía. La tropillita de vacas, la majadita de cabras o de ovejas le era arrebatada por la montonera, y él mismo era llevado para empuñar la lanza, cuando no era degollado a la menor resistencia... hoy llevado por el gobierno regular, mañana por el montonero…
Y cuando quedaba en el campo o sirviendo en la ciudad, bajo un régimen semejante a la servidumbre, con una disciplina casi militar, recibiendo escasamente lo indispensable para no morirse de hambre, ¿qué es lo que había de ahorrar? ¡Cómo no fuera la alegría del vivir! Y ahora mismo, el vale maldito de la proveeduría le saca hasta la última gota de su sangre.

Archivo Gral. de la Nación - Colección Witcomb







No podía, ni aun hoy mismo puede ser, en gran parte del país, sino fatalista como un musulmán, espiando la ocasión de gozar de la vida; entregado al amor, a la guitarra y al alcohol; aceptando la vida como es y echándose en brazos de una religión que satisface los ideales de su imaginación soñadora y le promete las delicias eternas, que aquí, si concibe el bienestar, está seguro que no lo ha de alcanzar nunca…
La inseguridad y la miseria de la vida no pueden producir sino el deseo de placer en el momento; el mañana no existe para quien no espera mejorar. La obra de un siglo no se cambia en un día; mucho más cuando uno de los medios más seguro de mantenerlo en ese estado de semiservidumbre consiste en fomentar esos mismos vicios, vendiéndosele bebidas venenosas a discreción, defraudándolo, indefenso, en la cantidad, en la calidad y en el precio, con codicia sin entrañas…
Este latrocinio atroz no es todavía lo peor que sucede al pobre colono o peón analfabeto. Los domingos por la tarde y noche y en toda la semana, cuando se puede, se le invita a tomar la copa y se le da cuanto se puede de esos venenos catalogados con tan variados nombres, todos ellos productos de combinaciones del laboratorio de trastienda, que dejan al almacenero ganancias de 200 a 400 por 100, y que producen las embriagueces más agresivas; se le facilita el naipe y hasta dados y guitarra.
Es allí donde nacen los Moreiras y los cuatreros; es allí donde se producen las peleas y los crímenes; y por una hipócrita maldad, cuando los hombres están a punto, se les empuja a fuera, para que el escándalo no se produzca dentro de los lindes donde el comerciante ejerce su honrado comercio; él nada tiene que hacer con el delito; él ha vendido honradamente su mercadería, y no puede impedir que el obrero tenga el vicio de la borrachera y sea agresivo y pendenciero… el almacenero aprovecha el estado de embriaguez para cargar en la libreta mercaderías que ni ha visto el obrero, lo acusa de vicioso y corrompido… y aun la sociedad distinguida lo recibe en su seno, si los vientos de la fortuna le hacen rico, si tiene la cara más o menos blanca y se ciñe a las formas sociales… el peón siempre debe: si se va sin pagar, el juez de paz le echa el guante, y no le permite salir sin que arraigue o pague la deuda, y como esta se renueva constantemente, el peón se hace viejo y se acaba esclavo de la libreta… el vicio es el correlativo necesario de la miseria. [1]



[1] Juan Bialet Massé (1846-1907) español nacido en Cataluña y radicado en Córdoba (Arg.) médico, abogado, agrónomo, docente universitario, empresario constructor (Primer Dique San Roque) político socialista. En 1904, por pedido del Presidente Julio A. Roca, y del Ministro del Interior Joaquín V. González, eleva su informe sobre “El Estado de las Clases Obreras Argentinas”. Se lo considera precursor del Derecho Laboral en la Argentina.




PRESOS Y POLICÍAS
Colección Witcomb - Archivo Gral. de la Nación
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Duramente  se ha criticado desde sus orígenes a la llamada literatura gauchesca, así, tanto se escribió sobre su presunta finalidad, manifiesta o encubierta, de adoctrinar y conducir al paisanaje durante las luchas por la independencia, utilizando una jerga inculta de exaltado patriotismo, como la de agitar las pasiones políticas partidarias, manejando en ambos casos pintorescos modismos o disonantes barbarismos, como meros artificios de escritores eruditos de las ciudades, que, para congraciarse, consagraban la ignorancia como una virtud, como un culto las manifestaciones de coraje pendenciero y como un rito formal el uso discrecional del facón o del trabuco. Hasta tal punto se pretendió denigrar este género que no faltó quien le endilgara el mote de mester de gauchería.
En el otro extremo, su forma vulgar y lenguaje rústico, arcaico muchas veces, donde los indigenismos revelan el origen étnico de los personajes, sería, para otros, la genuina expresión del pensamiento y paradigma de la acción de aquellos hombres del ámbito campestre que vegetaban miserablemente, víctimas de orgullo y la ambición de una casta aristocrática, clase descendiente de los patricios que, con sus leyes, legitimaron la apropiación de todas las tierras disponibles y que no obstante, esas toscas  elocuciones, concordantes con la rudeza física y cultural del medio, predeterminada por el aislamiento que suponen las distancias, trasuntarían los más nobles instintos, las más altas convicciones y la manifestaciones más típicas de nuestra idiosincrasia.


LA MATRA CRIOLLA

Explican Sáenz y otros autores que se ocuparon seriamente de distintos aspectos de la vida rural de aquellos tiempos, que cubriendo casi todo el costillar del caballo, para aislar las prendas del jinete del sudor del animal, se colocaban las caronas de cuero vacuno, en estado natural ambas o de cuero curtido la de arriba y entre ellas se intercalaba, convenientemente doblada, una gran “matra”, jerga o manta de lana gruesa y áspera, de procedencia mapuche, santiagueña o de otro tipo de telar casero, para amortiguar la dureza de los bastos y para utilizarla, de ser necesario, como abrigada cobija o eficaz blandura para dormir.

Las caronas extendidas sobre los húmedos pastizales, eran la base de un tosco lecho de matras, cojinillos y/o ponchos, según fueran las posibilidades de cada individuo.

      De dicho empleo proviene el nombre de matrero, gaucho alzado que vivía a la intemperie por hallarse en pugna con la ley y el verbo matrerear, andar huido o a monte. Matrero dícese también del vacuno o yeguarizo difícil de dejarse agarrar en el campo. Debe ser un vocablo de origen quichua.”[1]



En realidad, aunque las costumbres camperas de nuestro país permitieron esa asociación conceptual de matra y matrero, el origen de ambos términos es muy distinto, como se verá. Debe tenerse en cuenta que ese, u otros escritores, no tenían los recursos informáticos que actualmente permiten acceder a repositorios documentales o bibliotecas virtuales de casi todo el mundo.





LA MATRA ANDALUSÍ

Pero ocurre que la palabra “matra” no es un indigenismo, neologismo, barbarismo o vocablo castellano que figure en los registros de la Real Academia Española, donde sí se consigna la voz almadraque, del árabe hispánico almatráh, con el significado de cojín, almohada o colchón. 
En realidad es una locución del habla andalusí, derivada del árabe al-matrah (la letra o grafema  < h > si bien no tiene sonido o fonema alguno en nuestro idioma, por influjo del árabe se pronuncia con una aspiración gutural) donde al, es el artículo determinado y el sustantivo matrah significa precisamente eso, jergón, colchón, cojín, es decir pieza más o menos mullida para sentarse o acostarse en el suelo.


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Debemos recordar que los musulmanes, establecidos en la Península Ibérica  en el siglo VIII (fundamentalmente en al-Andalus, vasta región de la época islámica medieval, mucho más extensa que la actual Comunidad Autónoma de Andalucía) los que fueron denominados moriscos desde que son obligados a convertirse al cristianismo, en el año 1502, hasta que en el año 1614 se concreta la última expulsión, dejaron, no obstante, su idioma, sus tradiciones, los elementos de su vestuario y enseres, con sus respectivos nombres, que quedaron integrados al lenguaje del reino español.
Así consta en “tres documentos del siglo XVI cuyos protagonistas son moriscos originarios del reino de los Banu Ahmar de Granada. Los bienes aquí estudiados son de diversa naturaleza y la mayoría de ellos reflejan los usos y costumbres de los cristianos nuevos, sobre todo en lo que al atavío femenino y al ajuar doméstico se refiere.”[2]
En los inventarios extraídos de esos documentos figuran diversas variantes de: “al-matraque”, “al-matrac”, “matrah”, “matrac”, “matra” y “matras”, según se castellanizara en aquellos tiempos.

“La fabulosa cantidad de ropa de casa, entre la que destacan los paños, las “alhombras”, los “matrahes” y las “almohadas de suelo”, y la ausencia total de muebles que formaba la dote de una morisca rica, Isabel Albololí, en Albacete de Órgiva en 1568, contrasta con los bancos de cama, mesas y sillas de Inés de León, en Granada en 1588. De todo lo hasta aquí expuesto se deduce un evidente carácter tradicional.
Las costumbres nómadas parecen haber impregnado los modelos de la arquitectura musulmana de manera tal que en Granada, en pleno siglo XVI, éstas se mantenían a pesar del carácter sedentario de la sociedad granadina.
Solo así puede explicarse la ausencia de sillas y otros muebles, ya que sociedades más antiguas (egipcia, griega o romana) contaban con muebles numerosos.” [3]

“La Península Ibérica y Sicilia, asentamiento de los árabes durante varios siglos, constituyeron los principales focos desde los que la cultura islámica y el arabismo lingüístico irradiaron y se difundieron al resto de los países románicos y a Europa en general.” 
En Cataluña y al otro lado de los Pirineos, el provenzal moderno (antigua lengua de oc) presenta un cierto número de voces de esa procedencia, como matalàs, colchón. En valenciano se utiliza el término matalaf, en italiano materasso, en inglés mattress, en alemán matratze. En estos pagos, como se ha dicho, formaba parte del apero de la cabalgadura, siendo, a la vez, importante “pilcha” del lecho criollo. [4]

“Trabajaron todo el día; comieron, con los demás peones, un buen asado; recibieron, cada uno, tres pesos y volvieron al rancho.
Antes de acostarse, el viejo sacó de su recado una matra de lana de las que fabrican los santiagueños, y dándosela al muchacho, le dijo:
- Bueno, Florentino; trabajaste mucho hoy y debes tener ganas de dormir: anda y tiende tu recado donde te parezca mejor, en la pieza o afuera, y para que sea más blanda la cama, agrégale esa matra.
Y dándole las buenas noches, se fue él también a dormir.
Florentino hizo como se lo había mandado su tío y puso la matra que éste le había regalado entre las demás prendas de su recado…..”[5]

También el gaucho huidizo o rebelde, que buscaba escondrijo entre los pajonales, reparo en los montes, refugio en alguna tapera o asilo en la toldería, procurando escapar de las partidas militares o policiales que lo hostigaban por algún delito pendiente o simplemente lo acosaban por enconos personales o cuestiones políticas, se valía de estas cobijas para pasar la noche y escapar a la acechanza de sus perseguidores.

“Matreriando lo pasaba
y a las casas no venía;
solía arrimarme de día,
más lo mesmo que el carancho,
siempre estaba sobre el rancho
espiando a la polecía.
………………………………….
Ansí es que al venir la noche
iba a buscar mi guarida,
pues ande el tigre se anida
también el hombre lo pasa,
y no quería que en las casas
   me rodiara la partida.” [6]




[1] Justo P. Sáenz (h) – Equitación gaucha en la Pampa y Mesopotamia – Emecé Editores – Bs. As. 1997  
[2] María Arcas Campoy – Tres documentos legales sobre bienes de los moriscos: Centro Estudios Al-Andalus y  Diálogo de Civilizaciones – Boletín N° 18 – Granada - Diciembre 2009 – http://www.andalusite.ma/espagnol/boletin18_es_2.html
[3] Luis Ramón-Laca Menéndez de Luarca – El Hogar Morisco - Universidad de Alcalá de Henares – 2005 - http://oppidum.es/numeros/oppidum_01/pdfs/op01.04_ramon.pdf
[4] José R.Fernández – Gramática Histórica Provenzal–Univ. de Oviedo–Summa S.A.1985 – http://books.google.com.ar
[5] Godofredo Daireaux – Las veladas del tropero – Red ediciones S.L. – 2011 –  http://books.google.com.ar
[6] José Hernández – Martín Fierro – Ed. Losada – Bs. As. – 1972 






EL MATRERO ANDALUSÍ


Por su parte, el término “matrero” no es un indigenismo, ni un neologismo pergeñado por el gauchismo, es un vocablo, acaso arcaico, pero de rancio abolengo hispanoárabe, que en esta América del Sur acuñó, eso sí, un sentido montaraz, indómito, insociable, que en el fondo no desdice su raíz original.[1]
Este vocablo tenía vida propia en la vieja España del siglo XV. Según la Academia Argentina de Letras, consta en el Diccionario español-latino de Elio Antonio de Nebrija (1495) la expresión “siervo matrero”, a la que le asigna, en latín, el significado de veterator servus, es decir, siervo envejecido en el servicio y, consecuentemente, zorro, astuto.
     Posteriores publicaciones del famoso humanista, incluso de carácter jurídico, reiteran los conceptos: Veterator, “el siervo matrero no bozal” [2], es decir, como explica en otra obra, que se hace referencia al sirviente experimentado en su arte, taimado y malicioso.[3]
Con ese sentido lo empleó Cervantes: “el sargento era matrero y sagaz y grande arriero de compañías…” [4] y otros autores de la época:

“Dos maneras de prudencia pone el glorioso San Basilio: una es mala y otra buena; de la primera se precian los hijos deste siglo, que llaman prudente al hombre astuto, malicioso, agudo, matrero, artificioso y redomado, el cual, con daño ajeno, mira por el provecho propio.” [5]

En conclusión, el esclavo matrero era el siervo cauteloso, pícaro y calculador formado por el ejercicio continuado de su oficio, mientras que servus novicius, era esclavo rudo y bozal, recientemente trasladado de su lugar de origen, que aun no conocía las mañas para engañar.[6]

El verdadero autor de la novela picaresca “Guzmán de Alfarache” (1599) el sevillano Mateo Alemán, en una carta dirigida a Cervantes, donde se queja de los reveses de la fortuna y la maledicencia de sus connacionales, expresa en una de sus partes: “…en sus dobleces y malos tratos alcanzan ventura los cuescos matreros, refrán antiguo que hacía referencia a los hombres falsos, en alto grado taimados, simuladores, calculadores y maliciosos. [7]
.
“Cuesco matrero: Hombre muy doblado y redomado” [8]


Un Himali o vendedor de agua
Óleo de Carl Haag (1885)
http://www.wikigallery.org/


        En base al reconocido prestigio y autoridad de los escritores eruditos de aquellos tiempos, la Real Academia Española publica entre 1726 y 1739 el primer repertorio lexicográfico de la lengua castellana y en el Tomo IV, editado en el año 1734, se presenta bajo este lema solamente el significado de “astuto, sagaz, diestro y experimentado en alguna cosa”.




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      Diccionario de Autoridades - Tomo IV  (1734) 
http://www.rae.es/       
     
       Esa interpretación permanecerá inalterable durante casi doscientos años, en el transcurso de los cuales, los literatos coetáneos de habla hispana utilizaron el vocablo aludido con ese sentido y alcance, pero que en el área sudamericana, fundamentalmente en el litoral rioplatense, se enriqueció con una nueva acepción que complementa su significado original, porque aunque huidizo o rebelde, el individuo que se echaba al monte o al pajonal, también tenía que ser, necesariamente, cauteloso, taimado, audaz y entendido, para poder sobrevivir de esa manera.

“Su esperanza es el coraje, 
su guardia es la precaución, 
su pingo es la salvasión, 
y pasa uno en su desvelo 
sin más amparo que el cielo 
ni otro amigo que el facón.
………………………………. 
Aquí no valen dotores; 
sólo vale la esperencia; 
aquí verían su inocencia 
esos que todo lo saben, 
porque esto tiene otra llave 
y el gaucho tiene su cencia 
……………………………... 
Andaremos de matreros 
si es preciso pa´ salvar; 
nunca nos ha de faltar 
ni un güen pingo para juir, 
ni un pajal ande dormir, 
ni un matambre que ensartar.” [9]



[1] - Academia Argentina de Letras – Acuerdos acerca del idioma – Bs. As. – 1947
[2] - Elio Antonio de Nebrija – Latina Vocabula ex Iure Civili in Voces Hispaniensis Interpretata – Salamanca 1506 – Un Dicc. en los albores del S.XVI – J. Perona - Cahiers de linguistique hispanique médiévale – 1988 http://www.persee.fr
[3] - E.A. de Nebrija-Dictionarium Latinohispanicum, et vice versa - Ædib Ioannis Steelsii 1560 – http://books.google.com.ar
[4] - Miguel de Cervantes Saavedra – El coloquio de los perros ( circa 1606-1609) – Biblioteca Virtual Cervantes
[5] - Matheo Luxan de Sayavedra (Seudónimo del abogado valenciano Juan Martí) Autor de la obra apócrifa Segunda Parte de La vida del Pícaro Guzmán de Alfarache – Roger Velpius – Bruselas – 1604 – Biblioteca Virtual Cervantes y Universidad de Granada
[6] - Gregorio Mayans y Siscar – José Villarroya – Valencia – 1791 – http://books.google.com
[7] - Refranes y modos de hablar castellanos - Compuesto por el Lic. Jerónimo Martín Caro y Cejudo -  Imprenta Real de Madrid  - 1792
[8] - Carta 20 de abril del año 1607 - El buscapié: Opúsculo inédito que en defensa de la primera parte del Quijote escribió Cervantes Saavedra publicado por Don Adolfo de Castro.
[9] - José Hernández – Obra citada.



HAY UNA TERMINOLOGÍA FURTIVA EN LA ACADEMIA

Lo cierto es que el término “matra” es un vocablo que nunca entró al redil académico de la RAE, erigido desde 1713, deambulando sin destino por los vastos campos del repertorio de expresiones hispanoamericanas sin ser oficialmente reconocido.
El concepto de matrero montaraz, tampoco tuvo entrada propia sino hasta mucho después, cuando el gaucho era ya un hecho histórico pues, como anticipara Hernández en 1872, “ese tipo original de nuestras pampas, tan poco conocido, por lo mismo que es difícil estudiarlo, tan erróneamente juzgado muchas veces y que, al paso que avanzan las conquistas de la civilización, va perdiéndose casi por completo”. [1]
Es que recién en la edición de 1927 el DRAE [2] incorpora como tercera acepción: “Individuo que anda por los montes huyendo de la justicia”, adición que se suprime en las publicaciones posteriores hasta la de 1950, en que reintegra esa interpretación; pero como en 1970 añade como tercera acepción: “engañoso, pérfido”, el significado que analizamos pasa al cuarto lugar, ahora en tiempo pretérito, como fugitivo que buscaba el campo para escapar de la justicia”, entre otras enmiendas de ese artículo. [3]
          
        El término “matrero” también se aplicó, en sentido figurado, a los animales salvajes, al ganado doméstico alzado, es decir, el que escapaba del dominio de sus dueños e, incluso, al ganado cimarrón, fruto de la libre reproducción de los rebaños y las tropillas en la inmensidad de las pampas (acepción que recién se incorpora en la 23ª Edición del año 2014) pero su utilización con relación a las personas es la más común en los textos de todas las épocas.
       Esto es lógico, pues las connotaciones de “astuto, malicioso, agudo, matrero, artificioso y redomado, el cual, con daño ajeno, mira por el provecho propio”, como decía Sayavedra, solo pueden destinarse al ser humano, fundamentalmente si se tiene en cuenta que la palabra matrero derivaría del árabe muhâtara (con <h> aspirada) que formando parte de expresión “bai' muhâtara [4] significa venta a riesgo (mohatra, sin aspiración, en hispano andalusí) especie de doble venta fingida, en la que una parte, apremiada por la necesidad de dinero en efectivo, recurría a un mercader, corredor o escribano, de aquellos que abundaban en tiempos y lugares de ferias o de flotas y simulaba comprar, para pagar dentro de un cierto plazo, paños, alhajas o cualquier tipo de mercancías que, por otro acto aparente, vendía a la misma persona u otro tratante, al contado, pero por un precio notoriamente inferior, que generalmente era la suma que necesitaba tener en mano, operación que en realidad encubría un préstamo usurario, prohibido por la legislación coránica y por todos los preceptos legales desde la India milenaria y la antigüedad hebrea, griega o romana, hasta el derecho canónico y el derecho hispánico medieval, pero que, merced a esta argucia, podía practicarse con la otra gente, con los paganos, incrédulos, infieles o herejes, sin incurrir en pecado alguno.

“Los que se ven en necesidad para cumplir alguna deuda hacen estas mohatras y por cegar un hoyo hacen otro mayor....... Mohatrero, el que hace mohatras.” [5]

    El término mohatra es asimilable en el derecho actual al pacto de retroventa, prácticamente en desuso, sustituido por otras figuras más eficientes como la hipoteca o la prenda, pero en la antigüedad fue un arma poderosa de los prestamistas inescrupulosos que, en base a condiciones leoninas, adquirían por ese medio tierras, fincas, haciendas y todo tipo de mercancías a un costo mínimo.

“Todo cuanto hoy tengo, tengo: 
que el hombre que está sin dama
cualquier dinero le sobra, 
cualquier cuidado le falta. 
Ningún acreedor me busca, 
ningún alguacil me halla, 
y la mayor mohatra que hago 
es no hacer la menor mohatra.” [6]

La mohatra es sinónimo de fraude o engaño, simulación, estafa, trampa, por eso el vocablo mohatrero caracterizó a la persona astuta, sagaz, diestra, experimentada, engañosa y pérfida. 
                              “Hombre zorro, astuto, mohatrero”[7]

“…porque los buenos ciudadanos, que tienen amor a su República, en tiempo de guerra han de ser soldados y en tiempo de paz, labradores y no negociantes, mohatreros ni logreros. De buenos pastores y labradores (y no de mohatreros) han salido famosos capitanes.”[8]

En otra obra, hablando de los recursos empleados por las personas para engañar, se dijo también:

“…letras, eloquencia, eficacia en dezir, uso y pratica de cosas, esperiencia en negocios, ingenio, mañas, artificios, son taimados matreros, astutos como raposas, que de tales armas aprovechados, empezcan y dañan a gente simple y sin otras malicias…..”[9]

        El hispanista francés Lissorgues hace mención del filólogo catalán Joan Corominas [10] cuando explica que “el árabe mohatra ha dado en castellano mahatra (trampa) y de esta voz deriva matrero”, con el mismo sentido que mohatrero.

          Curiosamente, es en el diccionario usual de la lengua española editado en 1984, donde por única vez se hace referencia al origen andalusí del término tantas veces mencionado. 


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           20ª ed. (RAE 1984)
- http://www.rae.es/     

            Ni antes, ni después, se especificó esa etimología, que intuyo fue tomada de la obra de Corominas y posteriormente desechada, tal vez porque la palabra "mahatra" no existe, o bien, es meramente una corruptela, prácticamente desconocida y sin uso documentado, en tanto que mohatra tiene entrada propia y el étimo pertinente.
          En la última edición del DRAE se sigue sosteniendo que la palabra matrero es de origen incierto.

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     23ª ed. (RAE 2014) - http://www.rae.es/      

            Según Eleuterio Tiscornia, autor de la introducción, notas y vocabulario de la edición del Martin Fierro que se viene citando, la expresión “matrero” ya circulaba en nuestro país hacia 1790, remitiéndose para ello a la terminología de Grenón, donde se incluye este vocablo extraído de los archivos judiciales de Córdoba, siendo lo más lógico pensar que apareció en esos expedientes después de un cierto uso durante un tiempo más que prudencial. [11]
El Licenciado José Nicolás Matienzo, oidor de la Real Audiencia de Charcas, tribunal que tenía su sede en la ciudad de La Plata (actual Sucre, Bolivia) se quejaba en 1561 de los atrasos en el pago de sus haberes y por lo tanto “haber tenido que sacar dos mohatras” [12]
En 1749 los comerciantes de Buenos Aires se quejan al  gobernador José de Andonaegui del tiránico monopolio de los poderosos mercaderes acaparadores que “cargando uno con todo el Fierro, otro con la Cera, otro con el Papel, y assi con los demas, y guardandolos para darles el valor que pone la necesidad, sin dexar muchas veces de recomprarlos luego, para bolberlos a vender, y hacer perenne la ganancia a espaldas de un mohatra o de una usura…[13]
Este término, como sinónimo de engaño o fraude, aparece también en un informe del Cabildo al Gobernador de Buenos Aires, en el mes de julio de 1796, sugiriéndole medidas para evitar el acaparamiento y el despacho clandestino en carretas o embarcaciones, de trigo en grano o harina, fuera de los límites de la ciudad, por parte de cosecheros o intermediarios especuladores que propician una escasez aparente para provocar “la exorbitancia de sus precios”, monopolistas y logreros, dice el documento, “exercitados en el monopolio y la mohatra… [14]

            Dijo Hernández: “El gaucho no conoce siquiera los elementos de su propio idioma, y sería una impropiedad cuando menos, y una falta de verdad muy censurable, que quien no ha abierto jamás un libro, siga las reglas del arte…”, [15] por ello, es posible pensar que, quizás, esa antigua voz no haya sido recogida por los paisanos de la campaña a través de la tradición oral de varias generaciones, sino expresada tardíamente por gente instruida de las ciudades, que para esa época, segunda mitad del siglo XVIII, habían elevado notoriamente su nivel cultural.




[1] Carta de José Hernández a José Zoilo Miguens de diciembre de 1872 en obra citada.
[2] En 1925 el DRAE había agregado una segunda acepción de matrero, “suspicaz, receloso”.
[3] Real Academia Española – Diccionarios Académicos –  http://buscon.rae.es
[4] Javier García González – El contacto de dos lenguas: Los arabismos en el español medieval y en la obra Alfonsí. – Cahiers de linguistique hispanique médiévale, 1993 –  www.persee.fr
[5] Sebastián de Covarrubias Orozco – Tesoro de la Lengua Castellana  –Luis Sánchez Impresor– Madrid 1611 – http://books.google.com
[6] Pedro Calderón de la Barca – Entremés de la premática  (circa 1640) – http://books.google.com
[7] Compendium Latino-Hispanum – Pedro de Salas – Juan Luis de la Cerda – Tipografía Regia – Madrid – 1817 – http://books.google.com
[8] Gaspar Gutiérrez de los Ríos – Noticia general para la estimación de las artes – P.Madrigal – Madrid – 1600 – http://books.google.com
[9] Luis Muñoz – Vida y virtudes del Venerable Padre Maestro Fray Luis de Granada – Impr. Pérez de Soto – Madrid 1756 – http://books.google.com
[10] Joan Corominas – Diccionario  crítico etimológico castellano e hispánico -  Gredos - 1954 
[11] Diccionario documentado de nuestra terminología (1929-1930) de Pedro Grenón S.J.
[12] Adolfo Bonilla y San Martín: Los mitos de la América precolombina – Ed. Cervantes – Barcelona – 1923 
https://ia600502.us.archive.org/10/items/losmitosdelaam00boni/losmitosdelaam00boni.pdf
[13] Ricardo Levene: La moneda colonial del Plata - Anales de la Fac. de Derechos y Cs. Sociales – T.I – Bs.  Aires – 1916
https://ia600402.us.archive.org/27/items/analesun15univuoft/analesun15univuoft.pdf
[14] Documentos para la Historia Argentina – Fac. de Filosofía y Letras – Bs. As. – 1914  (Archivo General de la Nación – Legajo Gobierno Colonial, Cabildo de Buenos Aires, 1796-1809)  
http://www.forgottenbooks.com/readbook/Documentos_para_la_Historia_Argentina_1400031300?highlight=plata#283
[15] José Hernández – Prólogo a la Vuelta de Martín Fierro (1879) citado por Ezequiel Martínez Estrada – Muerte y transfiguración de Martín Fierro – Editorial Viterbo – Rosario 2005



Guillermo Hoyo (a) Hormiga Negra
Foto: Revista Caras y Caretas 1912
http://www.elortiba.org


MATREROS CONOCIDOS


En relación con lo hasta aquí expresado, viene a la memoria, entre muchos otros, el nombre de Juan Cuello, de quien se dice que envuelto en asuntos de amoríos con gente de la “mazorca” rosista, terminó encabezando una banda de salteadores y luego se pasaría a los indios, con los que anduvo maloqueando. Fue fusilado por orden del gobernador Juan Manuel de Rosas en el cuartel de Santos Lugares, partido de San Martín, en diciembre de 1851.

Pastor Luna, matrero famoso en las pampas del Tuyú, “medio tape” o de rasgos guaraníes, se “desgració” por un homicidio en duelo, condenado, fue incorporado al servicio militar en los fortines, tras hacerse desertor, terminó muerto por orden de un Juez de Paz en 1872.
Juan Moreira (1829-1874)
              https://es.wikipedia.org

Juan Moreira, dicen que de joven desempeñó distintas tareas rurales, pero también fue hombre de pulperías, juegos y copas, haciéndose famoso como matón de Adolfo Alsina. Algunos refieren que se cargó varias muertes a cuenta de los principios autonomistas. Alejado del ambiente de la política de aquellos tiempos, continuó sus andanzas debiendo otras muertes en un paraje de la Matanza y en Navarro, por lo que se pasó durante un tiempo a los toldos de Coliqueo, actual partido de Gral. Viamonte, de donde escapó con los patacones del cacique, trampeándole con los naipes. Vuelto a este último pago como cuchillero de los mitristas locales, mató a un tal Leguizamón, al parecer personaje de peso en el partido opositor y en un episodio posterior, con otros secuaces ultimaron al estanciero José Ramallo y uno de sus peones. Parece ser que, al fin de cuentas, los poderosos le soltaron la mano y fue muerto por una partida policial en un prostíbulo de Lobos durante 1874.

Antonio Mamerto Gil Núñez, se hizo gaucho matrero después de pelear en la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay (1865-1870) para no intervenir en las luchas políticas internas de aquel tiempo, ya desertor y al frente de una banda de cuatreros vagaba por los montes y los esteros entrerrianos, se dice que despojando a los más pudientes y ayudando a los más necesitados, al mismo tiempo que, con su penetrante mirada y con las mismas manos que robaba, curaba a los enfermos. Apresado por una partida policial, fue colgado cabeza abajo de un algarrobo y degollado con su propio facón en el año 1874.

Servando Cardoso (a) Calandria, por sus dotes de cantor, se unió a las montoneras de la última rebelión federal de Ricardo López Jordán en 1870, durante la cual fue asesinado Urquiza en el palacio de San José, en la provincia de Entre Ríos, movimiento, al que también se sumo José Hernández, con pretensiones de involucrar a otras provincias contra la presidencia de Sarmiento. La rebelión fue sofocada por una de las divisiones del ejército nacional comandada por Julio A. Roca. Parte de los revolucionarios sobrevivientes se refugiaron en el Uruguay (entre ellos Hernández). Cardoso, hecho prisionero y destinado a un puesto militar, se hizo desertor y matrero, dándole muerte la policía en 1879.

Julio y Pedro Barrientos se hicieron temer y admirar en el centro-sur de la provincia de Buenos Aires hacia 1880, con otros secuaces fueron salteadores de caminos por Tandil, Lobería y Tres Arroyos. Una de las partidas organizadas por el gobierno de la provincia dio muerte a Pedro y apresó a su hermano en 1882.

Alberto Zárate (a) Gato Moro, fue un gaucho correntino envuelto en cuestiones relacionadas con el autoritarismo de ciertos jueces de paz y los avatares políticos de la época. Integró una banda de cuatreros y contrabandistas a ambos lados del río Uruguay. Una comisión policial le dio muerte en 1889.

Pascual Felipe Pacheco (a) el Tigre del Quequén, se decía que era hijo espurio del general rosista Ángel Pacheco, que se enredó en riñas y duelos que lo obligaron a huir a la frontera sur. En el pago de Lobería trabajó en la estancia El Moro de Miguel Martínez de Hoz, siendo su protegido y hombre de acción mientras aquel ejercía como Juez de Paz de la zona. Después anduvo matrereando por los pagos de Necochea, Tres Arroyos y Coronel Dorrego. Cumplida una condena en la Penitenciaría Nacional trabajo en campos de Toay, actual provincia de La Pampa, donde murió tranquilamente en 1898.

Olegario Álvarez, el gaucho “Lega”, prófugo de una condena por muerte en duelo y cabecilla de una banda de malvivientes, fue abatido por la policía correntina en 1906. Otro compañero de andanzas, Aparicio Altamirano fue muerto años después.

         Guillermo Hoyo (a) Hormiga Negra, nació en el paraje Alto Verde, en cercanías del Arroyo del Medio, pago de San Nicolás de los Arroyos, donde también murió, pacíficamente y de avanzada edad, en 1918. Como en todos los casos, su vida real se mezcla con la leyenda. Artillero en las batallas de Cepeda y Pavón, se dice que fue peón rural en campos de Pergamino, Rojas y Junín, también que supo ser un mozo pendenciero; acusado de varios crímenes, fue prófugo matrero durante diez años y preso por uno que ciertamente no cometió.


          Elementos claves de estas memorias son, por lo general, el espíritu aventurero de los personajes, la situación fronteriza de los sucesos, la trasmisión oral que favoreció la superposición de hechos reales con situaciones imaginarias, por ende, la falta de precisión histórica en algunos casos, la complicidad de personajes de la política local, las condiciones especiales del medio en que se desarrollaron, la escasa valoración de la vida, las dramáticas formas de ajusticiamiento, circunstancias todas que alimentaron distintas manifestaciones de culto popular en el supuesto lugar de los hechos.



EL MATRERO ILUSTRE


         Después de Caseros, de la caída de Rosas y desde 1853, cuando a los diecinueve años se incorpora curiosamente a las fuerzas del coronel Pedro Rosas y Belgrano, que salieron desde los campos del sur del Salado para defender al gobierno porteño y separatista de Alsina y de Mitre, contra la sublevación del coronel Hilario Lagos; hasta el año 1872, en que vuelve a Buenos Aires después del exilio brasileño en Santa Ana do Livramento, José Rafael Hernández (10 de noviembre de 1834 - 21 de octubre de 1886) participará de todas las revoluciones del litoral rioplatense, pero sus campañas militantes a través de las armas, las tribunas, la función pública o el periodismo, por la causa federal reformista, para mejorar la condición social en el ámbito rural o contra el centralismo y la secesión de los porteños, dueños de la riqueza pecuaria, el puerto ultramarino y los derechos aduaneros, se caracterizarán por las frecuentes derrotas y las no pocas contradicciones.


También en el año 1872, el coronel Álvaro Barros (18 de marzo de 1827 - 13 de enero de 1892) además de militar, escritor y político, hace pública su obra más trascendente, Fronteras y Territorios Federales de las Pampas del Sur, que se había comenzado a divulgar a través de ocho artículos aparecidos en el diario matutino, editado en formato tipo sábana, El Río de la Plata, fundado y dirigido, precisamente, por José Hernández en 1869.

        Es ese libro un apasionado relato de su propia experiencia, contiene un análisis puntual y una crítica rigurosa de la problemática fronteriza, de la cuestión indígena, de la corrupción en los despachos ministeriales, de las deficiencias en la organización y ejecución de las operaciones, de la perversidad de los proveedores del ejército, de los abusos de los pulperos y comerciantes en sus relaciones con los aborígenes y con los soldados, de las demoras y fraudes en el pago de haberes a las tropas, de los arbitrarios y violentos reclutamientos forzosos de paisanos y del ineficaz alistamiento de inmigrantes, de la carencia de suministros y armamento, de la complicidad de algunos comandantes fronterizos, etc.

“Entre tanto volvamos la vista hacia el soldado: el pago demora cuando menos seis meses, y cuando más tres años. Esto agregado al mal tratamiento que experimenta en los cuerpos, en diversos sentidos, induce a los buenos a la deserción… se ha recurrido a la condena de todos los criminales que tienen entrada en los presidios para la remonta de los cuerpos, y todavía, como estos disminuyen por la deserción a la par de los enganchados, se recurre por fin a la arbitrariedad y la violencia y las autoridades de campaña condenan por el delito de vagancia y remiten para remontar el ejército a todo pobre diablo que no ha sabido colocarse en su gracia… Los cuerpos de línea jamás tienen una compañía completa. El ejército jamás alcanza para cubrir las guarniciones de la frontera.” [1]

Su actuación en los hechos y las denuncias efectuadas ante la superioridad le acarrearon la remoción del cargo, en dos oportunidades; la reducción de la mitad del sueldo, en otra y una severa amonestación por excederse en la defensa de un oficial, al formular consideraciones, sobre la corrupción en el área de la frontera interior, que rozaban la integridad de los altos mandos y círculos cercanos al poder político, hasta que pide la baja en 1872 tras acusar, infructuosamente, a un general de la Nación por prevaricato. [2]

“Me trasladé al campamento, situado en el arroyo Claro-Mecó [3], llevando diez y seis oficiales jóvenes que había tomado en Buenos Aires, y otros tantos soldados voluntarios, para formar el 11 de línea.
Llegué allí el 1º de agosto de 1865, y al día siguiente me recibí del mando de la frontera.
La guarnición constaba de 400 hombres de la Guardia Nacional, y se hallaban en el más lastimoso estado de miseria. Sin armas suficientes, sin monturas, escasos de caballos y sin nada en fin, no sólo de aquello indispensable para las operaciones que requería la defensa, sino aun de aquello indispensable para que los hombres pudieran soportar el rigor de las estaciones.
Comuniqué al gobierno mi situación; pedí armas, vestuarios y caballos, pero como no era posible queme fuesen remitidos antes de dos o tres meses, después de repartir mi ropa de uso entre los soldados más desnudos, mandé traer del Tandil 200 blusas y 200 pantalones de brin, que existían en depósito, y aquellos desgraciados, al recibir aquellas piezas, en todo el rigor del invierno, se consideraron confortablemente ataviados para resistir a las lluvias y nevadas.” [4]

En los editoriales o artículos de fondo del Río de la Plata, que sintetizan los líneamientos ideológicos del diario, manifestaba Hernández que el gobierno “convierte al gaucho en matrero, en delincuente, en asesino”.

“¿Qué se consigue con el sistema actual de los contingentes?. Empieza por introducirse una perturbación profunda en el hogar del habitante de la campaña. Arrebatado a sus labores, a su familia, quitáis un miembro útil a la sociedad que lo reclama, para convertirlo en un elemento de desquicio e inmoralidad
Ofrezca el gobierno ventajas positivas y no le faltarán brazos que contraer a la defensa y a la colonización de las fronteras. Si nuestros gauchos, si los que vagan hoy sin ocupación y sin trabajo obtienen además del salario correspondiente un pedazo de tierra para improvisar en él su habitación y los instrumentos necesarios, se le liga más y más a la defensa de la línea fronteriza, porque ya no serán sólo los intereses extraños los que ampararía sino sus propios intereses………
El servicio de fronteras, parece haberse ideado como un terrible castigo para el hijo de la campaña. Los intereses de la campaña ¿son intereses distintos de los de la ciudad? No, por cierto.
La campaña y la ciudad, es una misma población, con iguales derechos constitucio-nales, con idénticos intereses, con aspiraciones confundidas.
Y si esto es así ¿Cómo se pretende establecer una separación odiosa, inconstitucional? ¿Cómo se pretende que la campaña únicamente, 
atienda el servicio de las fronteras? ¿Por qué no se hace extensivo 
ese servicio a los hijos de la ciudad?
La respuesta es fácil. Porque ese servicio es inicuo y atentatorio. Porque no puede exigirse en la ciudad, donde habría, consumada la violación de un derecho, una protesta energética y una acusación legal." [5]

Así como Hernández y Barros compartieron un cierto grado de amistad, el ámbito periodístico, tertulias y reuniones políticas afines al autonomismo, es más que probable que intercambiaran confidencias y comentarios sobre sus respectivos campos de actuación.

“Es casi seguro que Hernández conocía la vida en los toldos por las noticias de su amigo el comandante, escritor y político Álvaro Barros…”[6]

“Las concomitancias de Barros con Hernández, saltan a cada vuelta de hoja……. Lo que en Barros es prosa de periodista, se transforma en inspirado y preciso verso bajo la pluma de Hernández." [7]

A mediados de 1866, en una pulpería ubicada en el distrito de Monsalvo, tuvo lugar una discusión y posterior pelea entre dos paisanos del lugar por cuestiones del momento, uno de ellos resulta con heridas leves de cuchillo o facón, mientras que el otro es interceptado en su fuga por una partida policial y puesto a disposición del juez competente. Condenado al servicio de armas es remitido al partido de Azul donde está acantonado el Batallón Nº 11 de Línea cuyo jefe es, por entonces, el Sargento Mayor Álvaro Barros, quien  procede a notificar al remitente la recepción del hombre en cuestión.


“El Comandante en Gefe de la Frontera Sud
     Azul, Agosto de 1866
     Al Sr. Juez de Paz de Monsalvo,
     Don Enrique Sundblad.
     El que suscribe acusa recibo de la comunicación de V. fecha 16 del
     presente y del individuo Martín Fierro, destinado al Batallón 11º de
     Línea, recomiendo a V. Haga todo empeño en remitir algunos más
     para remonta del cuerpo.
     Dios Gde. a V.”
                                                                                Álvaro Barros [8]


            En realidad ese manuscrito contiene dos errores. El primero, es la fecha que le asigna a la nota anterior que por esta misiva se contesta y el segundo, el más significativo, es el nombre del reo aludido, nombre que seis años después comenzaría a tener la repercusión conocida, pero que no es el que estrictamente le correspondía a esa persona, según se desprende del primero de esos escritos, que se transcribe a continuación, corroborado, además, por otros documentos de la misma causa:


“Mari–Huincul, Agosto 10 de 1866
 Al Sr. Jefe del Batallón 11 de Línea, Sargento Mayor Álvaro Barros.
El infrascripto remite a V.S. de Juzgado en Juzgado, al preso Melitón Fierro destinado al servicio de ese Batallón por el término de tres años, a contar desde la fecha, a causa de haber resuelto el Señor Juez del Crimen del Departamento Sud que las heridas inferidas por el referido Fierro eran leves, y por consiguiente correspondía a este Juzgado condenarlo.
Dios Gde. a V. S.”                                                       
                                                                                   Enrique Sundblad
                                                                            Juez de Paz de Monsalvo [9]

           
Ese tal Fierro permaneció incorporado a la 2ª. Compañía acantonada en Tapalqué, hasta el 26 de diciembre de ese año, fecha en que se hace desertor y seguramente matrero, porque su memoria se pierde entre la multitud.
         La de Martín Fierro comenzará a propagarse recién desde enero de 1873, pero en otra dimensión, porque como dijo Martínez Estrada, el autor no se limitó a reproducir un modelo de existencia física, sino que tipificó un “personaje” extraído de la realidad, es decir que trabajó con materiales vivos que trasuntaban el perfil histórico de una época, no lo anecdótico o circunstancial de un individuo, sino de muchos, de una clase social, de “ese tipo original de nuestras pampas”, al decir de Hernández, al que cantaron anónimos payadores y enaltecieron cultos poetas citadinos.




[1] Álvaro Barros: Fronteras y Territorios Federales de las Pampas del Sur – Ed. Hachette – Bs. As. 1957
[2] Martha Ruffini en El agro en cuestión – Osvaldo Graciano y Talía V. Gutiérrez (directores) – Ed. Prometeo – Bs. As. 2006
[3] Corrupción de la expresión mapuche Küla (tres) rome (junquillo) co (agua): Tres arroyos con junquillos, esos cursos de agua dieron nombre a la actual ciudad de Tres Arroyos.
[4] Álvaro Barros: Obra citada
[5] Jorge Eduardo Padula Perkins – El periodista José Hernández – El Río de la Plata – Bs. Aires 1869 – Tomado de http://www.bibliotecasvirtuales.com  y del sitio http://www.wikilearning.com
[6] Ezequiel Martínez Estrada – Muerte y transfiguración de Martín Fierro – B. Viterbo Editora – Rosario 2005
[7] Álvaro Yunque – Estudio Preliminar (Prólogo) en Fronteras y Territorios Federales de las Pampas del Sur de Álvaro Barros – Hachette – Bs. As. 1957
[8] Documento encontrado en los archivos del Juzgado de Paz del Tuyú por Rafael Velázquez, según Juan R. Naddeo en Breve Historia de Monsalvo
[9] Tomado de “Notas recibidas de los Alcaldes años 1866 – 1867” - Actualmente este libro ha desaparecido del Juzgado de Paz de Maipú, según Juan R. Naddeo en Breve Historia de Monsalvo  (ver enlace anterior)